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domingo, 29 de mayo de 2016

LOS TERCIOS ESPAÑOLES.

Hay tres frases que definen perfectamente el carácter de los españoles y las tres pertenecen al siglo XIX. Dos  de ellas fueron expresadas por el canciller prusiano Otto Von Bismarck:

"Lo increíble de España, es que con una clase política tan inepta, todavía exista el país"

"España es el país más fuerte del mundo, los españoles llevan siglos intentando destruirse a si mismos y no lo han conseguido"

La tercera frase, en la misma línea que las dos anteriores, tiene como autor a Napoleón Bonaparte:

"A los españoles les gusta renegar de su país y de sus instituciones, pero no permiten que lo hagan los extranjeros"

Como veis, nada nuevo bajo el sol. España es un país donde sobran políticos y no falta  corrupción, donde estamos a la cola en ayudas sociales y a años luz  de conseguir un sueldo mínimo digno, donde el paro predomina, donde los bancos oprimen y dejan a familias enteras en la calle y donde es difícil vivir, pero en realidad es donde queremos morir.Y es que a los españoles, aunque nos gustaría colgar de los pulgares a la clase política o lanzarla a un mar lleno de tiburones hambrientos, somos un pueblo de esperanza. Y aunque reneguemos de nuestro país o nuestras instituciones, en nuestro ADN llevamos impreso la lealtad y la fe en una España que amamos y defendemos de quienes se atreven a ultrajarla. Cuando Napoleón ocupó España dijo que a lo sumo, no necesitaría más de 10,000 hombres para invadirla. Finalmente no lo conseguiría ni con 500,000. Y es que en sus cálculos no contó con un detalle que arruinaría totalmente sus planes; el pueblo español. Sí, ese pueblo que ponía a parir a sus gobernantes y políticos y que  el 2 de mayo de 1808 tomó las armas declarando la guerra a Francia. Ese pueblo que se sublevó al poder romano e inventó la guerrilla como modo de combate y que trajo de cabeza al Imperio. Ese pueblo que creyó en sí mismo y logró recuperar las tierras que el Islam nos había arrebatado. Ese pueblo que forjó los mejores guerreros del mundo en una época en que toda la Tierra era llamada España. Hoy rindo homenaje a estos últimos, los mejores soldados de la cristiandad, los temibles Tercios españoles.



La historia de los Tercios está ligada a uno de los mejores militares de toda la historia del  mundo y del que hablaré en un futuro artículo. Me refiero a Gonzalo Fernández de Córdoba, apodado como "el gran capitán", cuyas tácticas novedosas de combate ayudaron a crear unos Tercios que desde 1503 hasta el desastre de Rocroi en 1643 estuvieron invictos por casi 150 años, luchando contra los mejores ejércitos del continente.

Los Tercios combinaban una forma de lucha muy innovadora y eficaz, utilizando espadas, picas y armas de fuego como mosquetes o arcabuces. En primer lugar, los mosqueteros abrían fuego a más de 100 metros de distancia del enemigo, tras lo cual los arcabuceros disparaban a una distancia menor. Luego, los piqueros avanzaban en cuadro, con sus largas picas apuntando en dirección de sus enemigos. La imagen se asemejaba a la de gigantescos erizos de hierro, madera y cuero, mientras en los flancos, un número reducido de arcabuceros seguían a los piqueros. Esta táctica y la introducción de las picas, acabó con el predominio de la caballería pesada, pues al que osaba intentar penetrar a caballo en la formación de picas, acababa como un pincho moruno.

Otra táctica curiosa empleada por los Tercios era "la encamisada" que consistía en el asalto nocturno de grupos reducidos en campo enemigo. Los atacantes iban solo armados con espada y cuchillo y sin protección. Solo llevaban una simple camisa blanca (de ahí el nombre) para poder distinguirse de los enemigos. Era una táctica extraordinaria que minaba la moral del enemigo y le causaba numerosas bajas.

La pica era el arma más característica de los Tercios, una larga lanza que podía medir entre 4 y 6 metros. Era un arma eficaz para detener el avance de cualquier enemigo a caballo o a pie. Los piqueros se organizaban de manera que las primeras filas las ocupaban los soldados más veteranos y mejor protegidos con cascos, espaldares, petos y falderas metálicas. A estos se les llamaba "Picas armadas", mientras que los soldados con menos equipo y escasa protección, ocupaban las últimas filas y se les llamaba "Picas secas".

Por lo general los Tercios no contaban inicialmente con un uniforme estándar y cada uno vestía como buenamente podía. Con la retribución o con los sacos, el soldado estaba obligado a costearse su propia protección y armamento. Mal pagados, mal alimentados y mal descansados, no obstante los Tercios estaban orgullosos de pertenecer a este cuerpo de élite y morir por su patria y rey. Los Tercios eran extremadamente diestros con las armas blancas y eran temidos en toda Europa, y aún por los poderosos genízaros otomanos. También eran gallitos y prestos al duelo a la primera diferencia de parecer.

Los Tercios eran hombres sumamente duros y la disciplina era su bandera. Cuando no estaban combatiendo, los Tercios no estaban ociosos, a las guardias hay que sumarle entrenamiento militar, grandes marchas, exploración, emboscadas, etc.


Su bandera y estandarte era el aspa de Borgoña. Esta se puede considerar probablemente la primera bandera de nuestra nación, instituida por Felipe el Hermoso en honor de su madre, maría de Borgoña. Esta bandera estuvo  vigente desde 1506 hasta 1785 que se cambió por la actual rojigualda.  No obstante, el aspa de Borgoña estuvo presente en los escudos de armas de los sucesivos reyes españoles, hasta que el actual Rey Felipe VI  lo ha suprimido, así como en otras banderas, estandartes y banderines. Ha estado presente en la cola de los aviones del ejército español y fue utilizada como emblema de los carlistas durante la Guerra Civil y el ejército regular decimonónico. El aspa de Borgoña es una representación de la Cruz de san Andrés.



Los Tercios tenían sus propias canciones militares que cantaban alegres y orgullosos. Aquí tenéis la letra y música de una de ellas con motivo de la Toma de Gaeta:


«Gaeta nos es subjeta
y, si quiere el Capitán,
también lo será Milán.
Pues es ganada Gaeta
por el gran duque Gonçalo,
la Francia dio tal resbalo
que se le quebró la teta.
No beberán con galleta,
de Nápoles botaran a Francia, a

beber de authan»






Son muchas las batallas libradas por los Tercios, consideradas épicas y heroicas de las que los españoles tienen poca o ninguna memoria. Y es que si los Tercios hubieran sido ingleses o norteamericanos, Hollywood habría tenido un filón que explotar con superproducciones de cine épico.

De entre todas esas batallas me gustaría rescatar del olvido  dos épicos combates que sin ninguna duda son merecedores de entrar en los anales de la historia militar.

LA BATALLA DE CAGAYÁN


La batalla de Cagayán es probablemente uno de los combates más desconocidos de la historia de España. Sin embargo,  fue una de las batallas de las que se  podría calificar de épica y digna de entrar en los anales de la historia militar. Y es que 40 soldados de los Tercios españoles derrotaron a un ejército pirata de 1000 ronin, o samurais sin Señor.

Llegado a este punto tengo que aclarar que existen muchas voces discordantes respecto a si los soldados enemigos japoneses eran realmente samurais o simples ashiragus que ejercían la piratería. Muchos no creen que nuestros Tercios hubiesen podido vencer cuerpo a cuerpo a los prestigiosos samurais japoneses y minimizan esta victoria, sin tener en cuenta que samurais o no, esta guerra se libró contra ¡1000 hombres!

Pero ¿entra dentro de lo posible que una fuerza de apenas medio centenar de soldados venciera a un ejército de 1000 hombres? la respuesta es un rotundo sí, porque los vencedores fueron los Tercios y las victorias de estos no se basaban en el número de efectivos sino en la estrategia, la disciplina y destreza militar, acompañada de unos excelentes comandantes y oficiales. Era el ejército más temido y respetado de la época. Hay que recordar que Japón, a pesar de contar con guerreros valientes y bien entrenados, nunca se había cruzado con un ejército como el español y los Tercios tenían experiencia más que sobrada para vencer a cualquier ejército y nación del mundo. Veamos como se desarrollaron unos hechos que además, si lo deseamos,  podemos consultar en los documentos que podemos encontrar  en la web del Ministerio de Cultura.



El escenario ocurrió en Filipinas, concretamente en la isla de Luzón, en las cercanías del río Cagayán. en el año 1582. Un contingente nipón pirata o wokou de unos 1000 hombres entre los que se encontraban algunos samurais o mas bien ronin (samurais sin Señor) y ashiragus. Los japoneses llevaban tiempo acosando y saqueando las costas de esta isla filipina y los pobres habitantes de esta zona no aguantaban más. El gobernador de filipinas entonces, decidió pedir ayuda a Felipe II, 

"Los japoneses son la gente más belicosa que hay por acá. Traen artillería y mucha arcabucería y piquería. Usan armas defensivas para el cuerpo. Lo cual todo lo tienen por industria de portugueses, que se lo han mostrado para daño de sus ánimas"

Felipe II mandó al veterano capitán de los Tercios, Juan Pablo Carrión, que con una galera, un navío y 5 bajeles con 40 hombres decidió perseguir a los piratas japoneses de Tay fusa, que como hemos dicho contaba además de los 1000 hombres con un junco y 18 champanes como navíos de combate.



La primera escaramuza tuvo lugar cuando la galera española logró dar alcance al junco nipón (un navío mucho más grande que la galera española) que tras castigarlo con la artillería, los Tercios se dispusieron a abordarlo y atacar con las armas que mejor se manejaban; espadas, picas y arcabuces. 

Los japoneses superaban ampliamente en número a los españoles que tuvieron que replegarse en la popa del junco. Allí los Tercios formaron su peculiar barrera de picas y tras improvisar una trinchera con la driza del palo mayor, los arcabuceros y mosqueteros dispararon contra los japoneses, provocando una masacre entre estos. Muchos nipones aterrados, abandonaron el barco, intentando alcanzar la costa, pero hundiéndose en las aguas  a causa del peso de sus armaduras.

Tras esta victoria, los españoles volvieron a cargar contra los japoneses que iban en los champanes, con el mismo resultado victorioso anterior. Los españoles desembarcaron en un recodo del río y se atrincheraron, esperando al enemigo. Tay Fusa intentó negociar una rendición exigiendo oro a cambio de abandonar el archipiélago, pero Carrión se negó en rotundo.

Tay Fusa decidió entonces atacar con sus "mermadas" fuerzas, unos 600 hombres. El capitán Carrión mandó untar de sebo las picas y cuando los japoneses intentaron arrebatarlas de las manos de los españoles, estas resbalaron de sus dedos. Después de tres intentos fallidos de romper las líneas españolas, los japoneses decidieron huir y abandonar la lucha. 

Cuando regresaron a Japón y para evitar el bochorno de la derrota, los piratas hicieron correr el rumor que sus poderosos guerreros habían sido derrotados por wo-cou, demonios mitad pez, mitad lagarto, resaltando la feroz y sobrenatural fuerza de los Tercios españoles. 

EL MILAGRO DE EMPEL

¿Alguna vez os habéis preguntado por qué el día 8 de diciembre celebramos el día de la Inmaculada Concepción? Todo tiene que ver con la historia que viene a continuación y que tiene como protagonistas a nuestros Tercios.



Nuestra historia comienza el día 7 de diciembre de 1585 y forma parte de la Guerra de los 80 años que culminó con la paz de Westfalia en 1648, en la guerra que enfrentó a nuestro Imperio contra las 17 provincias de los Países Bajos. 

Tras la toma de Amberes por Alejandro Farnesio, este puso sus ojos en las provincias católicas oprimidas del norte, enviando a los Tercios a la isla de Bomel, entre los ríos Mossa y Waal. Sin embargo, el almirante holandés Holak había situado a su flota entre el dique de Empel y la ciudad de Bolduque-Hertogenbochde, de forma que los españoles se hallaban bloqueados y estaban al alcance de la artillería rebelde. Holak ofreció una rendición honrosa a los 5000 Tercios estacionados allí. La respuesta del comandante español Francisco Arias de Bobadilla fue clara:

 "Los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra. Ya hablaremos de capitulación después de muertos."

Holak no se tomó muy bien esta respuesta y decidió acabar con todos los españoles. Abrió los diques del canal del río Mossa, inundando la isla de Bomel, con la intención de ahogar a unos soldados españoles que por los pelos tuvieron el tiempo justo de subir al pequeño monte Empel y no perecer en el agua.

"La inundación echó el río sobre casi toda la isla con tanta presteza que apenas tuvo tiempo Bobadilla para llevar tras el Mossa al lugar de Empel y a otros de la vecindad las tropas, artillería y vituallas. Pero ni aquí les dejó libres la corriente del río, porque si bien los españoles habían tomado los puntos más altos, el campo desde la isla Bomel a Boldu que era algo más bajo y fácilmente llamó a sí las aguas y menos unos altos a los que habían subido los soldados, el otro campo del río parecía un mar hinchado ".

Sin comida, abrigo, con la ropa húmeda y apilados en un terreno minúsculo, el almirante holandés disparó la artillería sobre los indefensos Tercios. Solo un milagro podía salvar a los españoles. 

La providencia quiso que un español hallara, mientras excavaba una trinchera, una tabla de madera con  la imagen de la Inmaculada Concepción pintada en ella. Convencidos de que se trataba de una señal divina, los Tercios improvisaron un altar donde colocaron la imagen  y le rezaron una Salve.
"En ésto, estando un devoto soldado español haciendo un hoyo en el dique para guardarse debajo de la tierra del mucho aire que hacía junto a su tienda y cerca de la iglesia de Empel, a las primeras azadonadas que comenzó a dar para cavar la tierra saltó una imagen de la limpísima y pura Concepción de Nuestra Señora, pintada en una tabla, tan vivos y limpios los colores y matices como si se hubiera acabado de hacer. Como si hubiera descubierto un tesoro acuden de las tiendas cercanas. Vuela allá el mismo Maestre de Campo Bobadilla. Llevanla pues como en procesión al templo entre las banderas la adoran pecho por tierra todos: y ruegan a la Madre de los Ejércitos que pues es la que solo podía hacerlo, quiera librar a sus soldados de aquella azechanzas de elementos y enemigos: que tenían por prenda de su libertad cercana su imagen entregada piadosamente cuando menos imaginaban y más necesidad tenían, que prosiguiese y llevase a cabo su beneficio ".
"Pusieron la tabla en una pared de la iglesia, frontero de las banderas, y el Padre Fray García de Santisteban hizo luego que todos los soldados le digesen una salve, y lo continuaban muy de ordinario. Este tesoro tan rico que descubrieron debajo de la tierra fue un divino nuncio del bien, que por intercesión de la Virgen Maria, esperaban en su bendito día"                                                                                                                                                                                                                                                                                                   
La consigna era clara, Dios estaba del lado de los españoles y había que aprovechar esa ayuda divina. Así, la arenga no se hizo esperar:

"¡Soldados! El hambre y el frío nos llevan a la derrota, pero la Virgen Inmaculada viene a salvarnos. ¿Queréis que se quemen las banderas, que se inutilice la artillería y que abordemos esta noche las galeras enemigas?"

¡Sí, queremos! contestaron los entusiasmados soldados.

Ya fuera por la casualidad, la naturaleza  o por la providencia divina lo cierto es que en la noche del 7 al 8 de diciembre se levantó un terrible y gélido viento que hizo congelar por completo el río Mossa de manera extraordinariamente rápida. Al amanecer, los soldados españoles cruzaron a pie el helado río y cayeron por sorpresa sobre las embarcaciones enemigas. Los rebeldes poco pudieron hacer ante el ímpetu y la fuerza de las armas españolas y no tuvieron más remedio que rendirse ante la posibilidad de una masacre más que segura. Todas las naves rebeldes fueron quemadas. Ahí no quedaría la cosa, al día siguiente y envalentonados por la victoria del día anterior, los Tercios atacaron la fortaleza holandesa ubicada junto a la orilla del río Mossa y la tomaron a sangre y fuego.
Holak, abatido por la derrota solo pudo decir:

Tal parece que Dios es español al obrar, para mí, tan grande milagro”.

"cinco mil españoles que eran a la vez cinco mil infantes, y cinco mil caballos ligeros y cinco mil gastadores y cinco mil diablos"  

Este hecho histórico fue calificado por los católicos holandeses como El Milagro de Empel, y los propios Tercios de Flandes e Italia adoptaron a la Inmaculada como patrona. Más tarde, el 8 de diciembre de 1854, a través de la bula Ineffabilis Deus, la Inmaculada Concepción fue declarada como dogma  de la fe católica.

Desde entonces y a raíz de ese acontecimiento acaecido el 8 de diciembre de 1585, todos los años, para conmemorar la hazaña, los españoles comenzaron a festejar cada 8 de diciembre el día de la Inmaculada Concepción, aunque  la gran mayoría desconozca que dicha fiesta tiene su naturaleza en el llamado Milagro de Empel
                                                                                                                                                                                               



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