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domingo, 3 de abril de 2016

HISTORIA FAMILIAR Y GENEALOGÍA (III)

ADN ESPAÑOL

España, a lo largo de su historia ha acogido en sus tierras una gran variedad de etnias y culturas. A los íberos, celtas o tartessos que habitaron nuestro país se unieron fenicios, cartagineses, griegos, romanos, judíos, visigodos o musulmanes, cuya sangre hemos hecho nuestra, creyendo que tal conglomerado de genes es lo que nos hace ser peculiarmente españoles.

Sin embargo, científicos de todo el mundo han colaborado para confeccionar el mayor mapa genético de Europa. Para ello observaron 500.000 marcadores genéticos de más de 3.000 individuos a través de un análisis informatizado para conocer el origen de los europeos, así como comprobar la separación genética existente entre ellos.

De acuerdo con estos estudios los españoles representan en Europa el mayor porcentaje de haplogrupo R1b con más de un 70%  y son el origen de pueblos como el Inglés, el Irlandés y el Escoces. Dicho de otra manera, España posee una de las purezas étnicas más altas del planeta. Este hallazgo nos obliga a replantearnos el origen y evolución genética de nuestros antepasados hispanos, echando por tierra la creencia multiétnica de nuestros genes.

Incluso hay quien sugiere que las poblaciones primigenias del norte de la Península Ibérica y el sur de Francia colonizaron el resto de Europa Occidental al final de las últimas glaciaciones. Un estudio elaborado por la Universidad de Oxford, sugiere que parte de la población británica desciende directamente de un grupo de pescadores ibéricos que viajó por mar hasta las Islas Británicas hace aproximadamente 6.000 años.


El siguiente mapa muestra la distribución de los diferentes haplogrupos predominantes en Europa y nuestro país.

Predomio del halogrupo R1b, ese halogrupo se encuentra presente en la mayoría de los irlandeses, galeses, escoceses, franceses, belgas, españoles, portugueses, ingleses del oeste, holandeses del sur, austríacos del oeste, italianos del norte (valle del Po) y alemanes del sur. Actualmente también es frecuente entre los habitantes de América y Oceanía, debido a la emigración. Se asocia tradicionalmente con el hombre de Cromagnon, quienes fueron los primeros humanos modernos en entrar a Europa; de tal manera que los europeos de las costas del  Atlántico con mayor frecuencia de R1b, conservarían el linaje de los primeros pobladores de Europa.



El haplogrupo predominante en el 70% de los españoles es el R1b, conservamos así el linaje de los primeros pobladores del continente además de una importante herencia celtíbera. Ninguno de los pueblos invasores (fenicios/cartagineses, griegos, romanos, visigodos o musulmanes) modificó sustancialmente la composición genética de esa población primigenia, aportando más bien un fuerte componente  cultural que genético. Eso se debe a que estas poblaciones invasoras nunca fueron relevantes desde el punto de vista numérico respecto del resto de la población, algunas de ellas, como los griegos o los fenicios, se dedicaban a construir colonias costeras o factorías para el comercio, sin mezclarse con los nativos. Por otra parte el Estrecho de Gibraltar nunca fue cruzado por una migración importante desde el norte de África a Europa o desde Europa al norte de África.

¿Y cómo es posible que tras 8 siglos de estancia en la Península, el porcentaje de aporte genético de los habitantes del norte de África no sea tan significativo? Podemos observar cómo hay una determinada relación genética entre la Península Ibérica y el Norte de África, pero no necesariamente debemos atribuirla exclusivamente a este período histórico, aunque posiblemente ha tenido su influencia. En concreto la mayoría de estudios estiman en torno a un 10% de la población actual tiene características genéticas propias de los habitantes del norte de África, porcentaje muy similar al encontrado en el norte de Italia o en Francia.

Lo que la ciencia nos demuestra y deja claro es que la composición genética de los antiguos pobladores de la Península Ibérica era muy similar a la que se encuentra en la moderna España, lo que sugiere una fuerte continuidad genética a largo plazo desde la época prerromana. Por España pasaron muchos pueblos, pero muchos dejaron poca o ninguna huella genética, parece ser el caso de árabes y cartagineses/fenicios o romanos. Los que realmente nos dejaron huella fueron los antiguos celtas e íberos. Los íberos formaban parte de los habitantes originales de Europa occidental y eran similares a las poblaciones celtas del primer milenio a.C. de Irlanda, Gran Bretaña y Francia. Posteriormente, los celtas cruzaron los Pirineos en dos grandes migraciones: en el IX y el VII siglo a. C. Los celtas se establecieron en su mayor parte al norte del río Duero y el río Ebro, donde se mezclaron con los íberos para conformar el grupo llamado celtíbero.

Pero como dijo Sinjawsky "La patria no hace referencia a un concepto geográfico, sino que se lleva dentro de uno." Así, el lugar de nacimiento o las migraciones no pueden explicar en ninguna manera nuestros orígenes más remotos, ahí es cuando la ciencia puede ayudarnos al respecto.

De acuerdo con los estudios genéticos más avanzados el ADN es idéntico en un 99,9 por ciento en todos los hombres. El 0,1% que resta es lo que nos hace diferentes, el color de los ojos, los riesgos de una enfermedad genética, etc… a causa de la alteración evolutiva que recae sobre la descendencia de esa persona. Si la misma mutación aparece generaciones después en el ADN de dos personas, resulta claro que estas tienen un antepasado en común. La comparación determinados segmentos de ADN en muchas comunidades poblacionales distintas posibilita que se rastreen lazos de parentesco.

La mayor parte del genotipo se entremezcla una y otra vez por la combinación del ADN de padre y madre.
En el ADN mitocondrial (ADNmt) este se hereda intacto de la madre al niño. Cada persona  -indiferentemente de que sea varón o mujer – hereda su ADNmt exclusivamente de su madre.
En el cromosoma-Y este se transmite sin modificaciones del padre al hijo. Cada varón recibe su cromosoma-Y exclusivamente de su padre.

Los investigadores parten hoy del supuesto de que todos los seres humanos están emparentados con una única mujer: con la “Eva mitocondrial”.  Pero el análisis de nuestros genes indica que la humanidad entera desciende de esta mujer a través de una cadena ininterrumpida de madres. Análogamente a la Eva mitocondrial, Existe el “Adán del cromosoma-Y”, el padre originario de todos nosotros.

Cada una de las células de nuestro cuerpo contiene una copia de nuestro ADN. Siempre que una célula se divide, debe copiar su ADN para que cada célula hija obtenga el ADN completo. Este proceso funciona con gran precisión. Sin embargo, el proceso no es perfecto. Si por ejemplo el ADNmt se copia y almacena en una cigota, la secuencia de nucleótidos mitocondriales en el huevo casi siempre se corresponde con aquella de las otras células de la madre. Ocasionalmente empero ocurre un error. Una piedra angular del ADN (nucleótido) se permuta, y en lugar de una A se encuentra quizá una G. A cada error de este tipo en la replicación del ADN se lo denomina una mutación.

Tales mutaciones son la clave para la reconstrucción de nuestra historia genética. Supongamos que la Eva mitocondrial haya tenido dos hijas, de las cuales una casualmente presentó una única mutación en su ADN mitocondrial. Todas las mujeres vivas hoy en día que descendieran de esta hija presentarían dicha mutación, mientras que todas las mujeres que descendieran de la otra hija no la llevarían consigo. La Eva mitocondrial habría dado origen por lo tanto a dos líneas mitocondriales de descendencia (haplogrupos). Las dos secuencias diferentes de ADN mitocondrial se denominan haplotipos.

Los haplotipos y haplogrupos son como árboles genealógicos que le permiten a los genetistas conocer quién está emparentado con quién. El anillo de ADN contenido en las mitocondrias es tan pequeño que raramente ocurren mutaciones. Las secuencias de ADN de nuestros cromosomas son 40.000 veces más largas que las de nuestras mitocondrias.

Cuando los individuos se vuelven adultos, las mutaciones que heredaron de sus padres se reproducen en su semen u ovarios, junto con otras mutaciones que conforman la singularidad de la generación siguiente. Cada generación deja así su sello sobre el ADN que ha heredado a través de nuevas mutaciones. El resultado es una compleja genealogía, un intrincado y ramificado árbol genealógico de alteraciones genéticas.


 LOS APELLIDOS

Apellido viene del latín apellare que significa nombrar, llamar o designar. Para encontrar el origen de los apellidos tendríamos que remontarnos a la China del 3500 a.C. Allí, los primeros apellidos eran matronímicos, es decir, los hijos heredaban el apellido materno y no el paterno. Es a partir del 1500 a.C. que el gobierno chino implanta el apellido patronímico, o sea, el apellido paterno y obliga por ley a todos sus súbditos su utilización.

En la antigua Roma, se utilizaba la llamada  Tría Nómina, compuesta por el praenomen, nomen y cognomen. A veces se utilizaba un cuarto, el agnomen. Ahora veamos en qué consistía cada uno de ellos:

PRAENOMEN: Era el primer nombre o nombre de pila de la persona.
NOMEN: Era el nombre de la gens o clan. Cada gens agrupaba a varias familias identificadas por el cognomen.
COGNOMEN: Era el nombre de la rama familiar a la que se pertenecía.
AGNOMEN: Podríamos considerarlo como el apodo de la persona.
Si en este punto te has liado y no lo tienes muy claro pongamos de ejemplo al gran héroe de guerra romano, Publio Cornelio Escipión.
Praenomen: Publio es el nombre propio.  Nomen: Cornelio es el nombre de su clan. Cognomen: Escipión especifica a que rama familiar del clan pertenece.  Agnomen: Tras su victoria sobre las tropas de Aníbal en el norte de África, en las guerras púnicas, a Publio se le añadió el sobrenombre o apodo de El africano.

Las mujeres romanas solo utilizaban el nomen y cuando una hija se llamaba igual que la madre se le añadía el agnomen o apodo, un ejemplo conocido sería el de Agripina la mayor, a y  Agripina la menor para diferenciarlas. De acuerdo con José Godoy Alcántara en su Ensayo etimológico filológico sobre los apellidos castellanosLos griegos y romanos las nombraban modificando el nombre del padre: Criseida, hija de Críses; Briseida, hija de Brises; Cornelia, hija de Cornelio; Terentia, hija de Terentio…no sólo por filiación se trasmitía el nombre entre los romanos, sino también por adopción y emancipación. El esclavo tenía un solo nombre, que unas veces era el praenomen del dueño un tanto modificado {Lucipor por Liicipner, Marcipor por Marcipuer, esclavo de Lucio, de Marco), y otras el que el mismo dueño le daba, según su capricho. Mas, cuando se le emancipaba, anteponía a su nombre el praenomen y nomen del dueño.”

Con la caída del Imperio romano y el advenimiento de los visigodos, el uso y costumbre del apellido se abandonó durante ¡6 siglos! Solo los nobles seguirían utilizando el nombre familiar. La gente común solo utilizaba el nombre de pila. Será en el siglo XII cuando de forma general, volvería el apellido, ya que existían problemas para  diferenciar a las personas con un mismo nombre de pila a la hora de legitimar herencias, transacciones o legados. Así se acostumbró a llamar a la gente por algún rasgo significativo de esa persona. Juan el herrero, Miguel el rubio, Gonzalo el panadero, etc…

Desafortunadamente en la  actualidad la escasa documentación que poseemos está limitada a donaciones o confirmaciones de tierras y privilegios a las iglesias y monasterios, en las que queda plasmada, junto al Rey otorgante, las firmas de nombres escuetos como testigos y confirmantes.

Curiosamente, podemos observar que en dicha documentación  no hay una regla estricta respecto al nombre familiar de los firmantes, limitándose algunos a plasmar el  nombre de pila, carentes de apellido y mezclándose con los que sí lo poseían. 

Otro elemento a tener en cuenta y que llama poderosamente la atención es el uso del nombre entre las diferentes clases sociales de la época. Durante los tiempos de la reconquista, la clase alta utilizará nombres propiamente germanos como Ramiro, Vermudo, Rodrigo, Gonzalo, etc. Mientras la clase baja o pueblo llano seguirá usando de los tradicionales nombres latinos, tales como Juliano, Cayo, Honorio

Los mozárabes, esto es, los cristianos  que habitaron en las tierras peninsulares conquistadas por el Islam no conocieron el nombre familiar y continuaron llevando los nombres propios cristianos, góticos, romanos o paganos e incluso musulmanes.

Sin salir de nuestro país, en 1501, el cardenal Cisneros ordenó por ley que todos los españoles debían heredar el apellido de sus padres y que quedaran fijados como apellidos familiares.

Como ya he comentado anteriormente, en el concilio de Letrán se oficializa que cualquier registro y ordenanza eclesiástica debe recoger el nombre y apellidos de los ordenados.

Etimológicamente, en España podemos encontrar apellidos de origen prerromano, latino, griego, fenicio, árabe, godo, franco, anglosajón, judío, etc… En algunos casos, la etimología es clara, en otros debemos recurrir a ciertas fórmulas sobre el uso del apellido. Los hay patronímicos, toponímicos, apodos, oficios, extranjeros españolizados

Los patronímicos hacen alusión al nombre del padre u otro antepasado. Inicialmente los apellidos patronímicos eran nombres personales y no nombres de familia. Cada uno tenía su propio apellido de acuerdo con el nombre de su padre.
El patronímico se formaba aplicando al hijo el nombre del padre modificado por un prefijo o un sufijo, o por la declinación. Los hebreos y árabes anteponían las palabras ibn, ben (hijo de, descendiente de); entre los griegos indicaba la filiación el sufijo ides como en peleides, atridas; pero no se trasmitía. Los ingleses reemplazan frecuentemente son por una s precedida del apóstrofe indicador del genitivo, como en Ander's por Anderson. Los escoceses utilizan mac como por ejemplo Mac-Millan, y que adoptaron también los irlandeses  haciendo  suyo propio O', que es la preposición inglesa de of, como en O’ Toole. En la mayor parte de España el sufijo más utilizado es el de –ez.

Como vemos, el cambio de un nombre propio a un apellido se hacía añadiendo el sufijo –ez, que viene a decir algo así como hijo de. (Pedro-Pérez, Rodrigo-Rodríguez, Martín-Martínez). 

En España además existen variantes a esta regla con apellidos terminados en -z (Muñoz, Ruiz). El sufijo patronímico -ez, viene del latín genitivo -is y los visigodos lo adoptarán con la forma –riz. Hay excepciones a la regla y existen apellidos sin modificación (Martín, Berenguer, Diego).

Los visigodos no tenían apellidos. Los pueblos germanos traían nombres personales y significativos que hacían alusión a la fuerza física, la intrepidez, la guerra y el combate o la victoria, y cuando invaden la Península Ibérica se aceptan los nombres bárbaros que con el tiempo  se van latinizando:

Rodericus-Roderiquia-Roderici-Rodriguizi-Rodriguiz-Rodríguez.
Guter-Gutier-Guerriici-Guterriici-Gutitrriz-Gutierrez

Inicialmente solo será la clase noble la que ostente nombres visigodos en un intento de igualarse a este pueblo (Rodrigo, Alfonso, Ramiro, Gonzalo…) ya que el pueblo llano seguirá utilizando los nombres hispano-romanos como Cayo, Claudio, Cornelio, Faustino… al menos hasta el siglo XIII que se generalizará los nombres bárbaros en España.

Finalmente, el sufijo –ez se impone a partir del siglo IX. Para el País Vasco el sufijo es -iz, -itz, -ena y –ana. En el reino de Valencia tenemos el sufijo –is, (Solis, Sanchis)

También tenemos, extendido en la zona de Navarra el sufijo ego, que viene a significar igualmente origen o hijo de (Misiego, Samaniego-hijo de Samaria)

Durante la baja Edad Media fue común el uso del nombre paterno como apellido, lo cual podía conducir a una confusión de identidad tras varias generaciones. Veamos un ejemplo de ello:
Pedro Martín tiene un hijo al que llama Gonzalo, y este adopta como apellido el nombre de pila del padre llamándose ahora Gonzalo Pérez (Pérez viene de Pedro). Gonzalo a su vez engendra a un hijo al que llama Juan y este adopta como apellido el nombre de pila paterno, llamándose Juan González, y así sucesivamente..

Apellidos toponímicos: Los apellidos toponímicos o habitacionales son aquellos formados con nombres geográficos, ya sea por conquista, por el lugar donde ha habitado por largo tiempo o le ha visto nacer, incluso por una población que haya gobernado o haya defendido. Dentro de los apellidos toponímicos, se distinguen los llamados topónimos mayores y los topónimos menores. Los topónimos mayores son los que corresponden a una ciudad, villa, pueblo o aldea, pero también los relativos a accidentes orográficos, como ríos, barrancos o montañas. De acuerdo con José Godoy en su Ensayo Etimológico, incluso en vez del nombre de la localidad hacíase también apellido del apelativo de sus naturales, cual se decía entre los romanos: Atilius Astur, Aurelius Baeticus. Numerosísimos son los que de este género hay en castellano: Aragonés, castellano, Gallego…

En la España medieval los toponímicos formaban parte del apellido familiar, siempre y cuando ese linaje pudiera conservar su señorío en herencia: Rodrigo Díaz de Vivar, hijo de Diego Laínez Señor de Vivar. La costumbre de apellidarse con toponímicos ya la encontramos en el siglo X y aunque no faltan los ejemplos será en el siglo XVI cuando se convierta en una moda, dejando a un lado el apellido familiar por el nombre de la patria.

Desde la antigüedad más tardía ya existía la costumbre de utilizar el toponímico como forma de apellido o sobrenombre. Así, tenemos ejemplos muy conocidos en el ámbito de la antigua Grecia, como el considerado padre de la historia, Heródoto de Halicarnaso o el legislador Solón de Atenas.

Respecto a los topónimos menores estos no poseen un nombre específico, sino que se refieren a accidentes geográficos. Son apellidos como Ríos, Montes, Prado, Alameda, etc. Los nombres de partida rurales dependientes de un mismo pueblo también darán pie a apellidos con nombre fitónimos como Pino, Castaño, Cerezo, Naranjo, etc., porque la persona en cuestión residía en el pueblo del mismo nombre. Esto nos lleva  igualmente a partidas rurales  con nombres zoónimos tales como Vaca, Cabra, Buey, etc., e incluso con nombres alusivos a edificios, construcciones o  lugares específicos donde estaba ubicada la vivienda del individuo. De este modo tenemos apellidos tan peculiares como Corral, Cabaña, de la Plaza, de la Fuente

Otro tipo de apellidos, muy relacionado con los apellidos toponímicos, sería el de los apellidos por gentilicio, que   indican el origen geográfico del portador: Navarro, Catalán, Toledano, etc.

Apodos: Una buena referencia para encontrar el uso de los apodos como apellido lo hallamos una vez más en Roma. De acuerdo con José Godoy Alcántara “…la plebe cesariana dejó de llevar nombres latinos, y los tomó de apodos sacados de una jerga casi ininteligible para nosotros: Cimessor, comedor de tronchos de col; Trulla, cazo; Ghiturinus, de gluto, glotón; Lucanicus, aficionado a las salchichas; Salsula, comilón de puerco salado; Semicupa, medíacuba.
Con el advenimiento de la Edad Media, esta costumbre de usar el apodo no solo no cesó sino que se acentuó. Las referencias a algún tipo de deficiencia física de los reyes y nobles nos lo recuerda: Pipino el jorobado, Carlos el calvo, Alfonso IX el baboso, Fernando III el bizco, y otros apelativos “cariñosos” como el malo, el glotón, el gordo, el gotoso, etc. Obviamente, estos sobrenombres eran utilizados por los vasallos y en ningún caso representaba la voluntad de los reyes de imponérselo sobre sí mismos.
Los defectos físicos fueron una mina a la hora de denominar a los individuos que los padecían. Así, tenemos en la Edad Media apodos que hacen referencia a dichos defectos: Muto, Surdo, Mancus, sine oculo, el torto, Quemado, Malbarbado, Sinistro, Loucura, Tiniosus, Leprosus, etc.

Oficios: Lo más interesante de estos apellidos es que tienen su traducción en  diferentes idiomas y dialectos, así, una familia castellana que por ejemplo se apellidara Zapatero y emigrara de Castilla a Cataluña podía acabar con el tiempo llamándose Sabater.
Estos apellidos derivan del oficio o empleo de un antepasado. Algunos provienen de cargos eclesiásticos como Abad,  Cardenal o Sacristán. Hay que tener en cuenta que muchos eclesiásticos del pasado formaban sus propias familias antes de coger los hábitos y obviamente tenían hijos. Otros apellidos estaban relacionados con los oficios de la artesanía o el comercio como Cantero, herrero, Panadero o Sastre; otros oficios derivaban de la agricultura, ganadería o la pesca, como Pastor, Pescador o Labrador; otros, relacionados con el ejército como Soldado o Capitán; o del funcionariado, como Alcalde o Jurado.

Extranjeros españolizados: También podemos considerar apellidos españoles aquellos extranjeros que siglos atrás adaptaron la forma original de sus nombres a la grafía y pronunciación española como Esquilache (Squillacci), Espínola (Spinola) o Maestre (Meester). Esta clase de apellidos fueron bastante comunes, sobre todo en la España imperial con apellidos flamencos o italianos españolizados.

LOS APELLIDOS ESPAÑOLES HOY
En la actualidad, la distribución actual de los apellidos españoles respecto a su origen quedaría así:

Apellidos prerromanos: ibéricos o célticos difíciles de reconocer

Latinos: base de la toponimia con extensión de los generados de las lenguas romances derivadas del latín.

Germánicos: Están presentes en toda la península

Árabes: muy extendidos en zonas dominadas por los sarracenos

Propiamente castellanos: Fernández, González, López, Moreno, Alonso, Romero, Navarro, Torres

La grafía de los apellidos puede variar de acuerdo a la baja cultura de la población. Así, Jiménez pasaba a Giménez o echavarri a echabarri o etxabarri. Ferrer a ferré o farré, mesa, meza o messa

A través de la web www.ine.es del Instituto Nacional de Estadística podemos conocer la distribución actual de nuestros apellidos y su posición en una escala porcentual jerárquica. Con esto podemos ver que algunos apellidos son más numerosos en unas zonas que otras, con lo cual eso nos ayuda a indagar sobre el posible origen de nuestro nombre familiar. Los datos son muy reveladores, sobre todo cuando uno posee un apellido poco común como es mi caso, ya que si en la base de datos del INE escribo mi primer apellido, Tito, el resultado que arroja es que en España solo existen 677 españoles que poseen dicho nombre familiar, ocupando un 0,017 en el porcentaje de popularidad en todo el territorio nacional, siendo Toledo la provincia que acoge más “Titos” por número de habitantes con un 0,049%. Un caso curioso es el de la provincia de Guadalajara que con los 5 habitantes que poseemos ese apellido (mis 4 hijos y yo) representamos el 0,020%.

Así, los apellidos más populares por comunidad autónoma serían los siguientes:

Castilla y León: Santos, Ramos, Merino…
Madrid: coincide con la media nacional
Extremadura: Ramos e Iglesias
Castilla la Mancha: Moreno, Serrano, Rubio y Moya
Murcia: Nicolás, Ros y Bernal
Andalucía: como en las dos castillas, propiamente andaluz, Luque
Aragón: Gil, Blasco, Ferrer, Torres, Pueyo, Soriano
La Rioja: Sáenz, Pascual, Blanco, Rubio y Calvo
Canarias: Santana, Cabrera, Medina, Ramos, Morales, Delgado, Vega
Cataluña: como en las dos castillas. Catalanes son Vila, farré, Ferrer, Puig, Solé, Martí
Valencia: Martínez, Gil, Ferrer, Pastor, Soler, Pons
Galicia: Piñeiro, Castro o Varela
Asturias: Blanco, Arias, Valdés
Cantabria: Sáiz, Ortiz, Cobo
País Vasco: Aguirre, Bilbao y Larrañaga
Navarra: el único propio de la zona Goñi. Destacan Martínez o Jiménez
Baleares: como en Cataluña topónimos terminados en à

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