ADN
ESPAÑOL
España, a lo largo de su
historia ha acogido en sus tierras una gran variedad de etnias y culturas. A
los íberos, celtas o tartessos que habitaron nuestro país se unieron fenicios,
cartagineses, griegos, romanos, judíos, visigodos o musulmanes, cuya sangre
hemos hecho nuestra, creyendo que tal conglomerado de genes es lo que nos hace
ser peculiarmente españoles.
Sin embargo, científicos de todo
el mundo han colaborado para confeccionar el mayor mapa genético de Europa.
Para ello observaron 500.000 marcadores genéticos de más de 3.000 individuos a
través de un análisis informatizado para conocer el origen de los europeos, así
como comprobar la separación genética existente entre ellos.
De acuerdo con estos
estudios los españoles representan en Europa el mayor porcentaje de haplogrupo
R1b con más de un 70% y son el origen de
pueblos como el Inglés, el Irlandés y el Escoces. Dicho de otra manera, España
posee una de las purezas étnicas más altas del planeta. Este hallazgo nos
obliga a replantearnos el origen y evolución genética de nuestros antepasados
hispanos, echando por tierra la creencia multiétnica de nuestros genes.
Incluso hay quien sugiere
que las poblaciones primigenias del norte de la Península Ibérica y el sur de
Francia colonizaron el resto de Europa Occidental al final de las últimas
glaciaciones. Un estudio elaborado por la Universidad de Oxford, sugiere que parte
de la población británica desciende directamente de un grupo de pescadores
ibéricos que viajó por mar hasta las Islas Británicas hace aproximadamente
6.000 años.
El siguiente mapa muestra la
distribución de los diferentes haplogrupos predominantes en Europa y nuestro
país.
Predomio del halogrupo R1b,
ese halogrupo se encuentra presente en la mayoría de los irlandeses, galeses,
escoceses, franceses, belgas, españoles, portugueses, ingleses del oeste,
holandeses del sur, austríacos del oeste, italianos del norte (valle del Po) y
alemanes del sur. Actualmente también es frecuente entre los habitantes de
América y Oceanía, debido a la emigración. Se asocia tradicionalmente con el
hombre de Cromagnon, quienes
fueron los primeros humanos modernos en entrar a Europa; de tal manera que
los europeos de las costas del Atlántico con mayor
frecuencia de R1b, conservarían el linaje de los primeros pobladores de Europa.
El
haplogrupo predominante en el 70% de los españoles es el R1b, conservamos así
el linaje de los primeros pobladores del continente además de una importante
herencia celtíbera. Ninguno de los pueblos invasores (fenicios/cartagineses,
griegos, romanos, visigodos o musulmanes) modificó sustancialmente la
composición genética de esa población primigenia, aportando más bien un fuerte componente cultural que genético. Eso se debe a que
estas poblaciones invasoras nunca fueron relevantes desde el punto de vista
numérico respecto del resto de la población, algunas de ellas, como los griegos
o los fenicios, se dedicaban a construir colonias costeras o factorías para el
comercio, sin mezclarse con los nativos. Por otra parte el Estrecho de
Gibraltar nunca fue cruzado por una migración importante desde el norte de África
a Europa o desde Europa al norte de África.
¿Y cómo es posible que tras
8 siglos de estancia en la Península, el porcentaje de aporte genético de los
habitantes del norte de África no sea tan significativo? Podemos observar cómo
hay una determinada relación genética entre la Península Ibérica y el
Norte de África, pero no necesariamente debemos atribuirla exclusivamente a
este período histórico, aunque posiblemente ha tenido su influencia. En
concreto la mayoría de estudios estiman en torno a un 10% de la población
actual tiene características genéticas propias de los habitantes del norte
de África, porcentaje muy similar al encontrado en el norte de Italia o en
Francia.
Lo que la ciencia nos
demuestra y deja claro es que la composición genética de los antiguos
pobladores de la Península Ibérica era muy similar a la que se encuentra en la
moderna España, lo que sugiere una fuerte continuidad genética a largo plazo
desde la época prerromana. Por España pasaron muchos pueblos, pero muchos
dejaron poca o ninguna huella genética, parece ser el caso de árabes y
cartagineses/fenicios o romanos. Los que realmente nos dejaron huella fueron
los antiguos celtas e íberos. Los íberos formaban parte de los habitantes
originales de Europa occidental y eran similares a las poblaciones celtas del
primer milenio a.C. de Irlanda, Gran Bretaña y Francia. Posteriormente, los
celtas cruzaron los Pirineos en dos grandes migraciones: en el IX y el VII
siglo a. C. Los celtas se establecieron en su mayor parte al norte del río
Duero y el río Ebro, donde se mezclaron con los íberos para conformar el grupo
llamado celtíbero.
Pero como dijo Sinjawsky "La patria no hace
referencia a un concepto geográfico, sino que se lleva dentro de uno."
Así, el lugar de nacimiento o las migraciones no pueden explicar en ninguna
manera nuestros orígenes más remotos, ahí es cuando la ciencia puede ayudarnos
al respecto.
De acuerdo con los estudios
genéticos más avanzados el ADN es idéntico en un 99,9 por ciento en todos los
hombres. El 0,1% que resta es lo que nos hace diferentes, el color de los ojos,
los riesgos de una enfermedad genética, etc… a causa de la alteración evolutiva
que recae sobre la descendencia de esa persona. Si la misma mutación aparece
generaciones después en el ADN de dos personas, resulta claro que estas tienen
un antepasado en común. La comparación determinados segmentos de ADN en muchas
comunidades poblacionales distintas posibilita que se rastreen lazos de
parentesco.
La mayor parte del genotipo
se entremezcla una y otra vez por la combinación del ADN de padre y madre.
En el ADN mitocondrial
(ADNmt) este se hereda intacto de la madre al niño. Cada persona -indiferentemente de que sea varón o mujer – hereda su ADNmt exclusivamente de
su madre.
En el cromosoma-Y este se
transmite sin modificaciones del padre al hijo. Cada varón recibe su
cromosoma-Y exclusivamente de su padre.
Los investigadores parten
hoy del supuesto de que todos los seres humanos están emparentados con una
única mujer: con la “Eva mitocondrial”. Pero el análisis de nuestros
genes indica que la humanidad entera desciende de esta mujer a través de una
cadena ininterrumpida de madres. Análogamente a la Eva mitocondrial, Existe el
“Adán del cromosoma-Y”, el padre originario de todos nosotros.
Cada una de las células de
nuestro cuerpo contiene una copia de nuestro ADN. Siempre que una célula se
divide, debe copiar su ADN para que cada célula hija obtenga el ADN completo.
Este proceso funciona con gran precisión. Sin embargo, el proceso no es
perfecto. Si por ejemplo el ADNmt se copia y almacena en una cigota, la
secuencia de nucleótidos mitocondriales en el huevo casi siempre se corresponde
con aquella de las otras células de la madre. Ocasionalmente empero ocurre un
error. Una piedra angular del ADN (nucleótido) se permuta, y en lugar de una A
se encuentra quizá una G. A cada error de este tipo en la replicación del ADN
se lo denomina una mutación.
Tales mutaciones son la
clave para la reconstrucción de nuestra historia genética. Supongamos que la
Eva mitocondrial haya tenido dos hijas, de las cuales una casualmente presentó
una única mutación en su ADN mitocondrial. Todas las mujeres vivas hoy en día
que descendieran de esta hija presentarían dicha mutación, mientras que todas
las mujeres que descendieran de la otra hija no la llevarían consigo. La Eva
mitocondrial habría dado origen por lo tanto a dos líneas mitocondriales de
descendencia (haplogrupos). Las dos secuencias diferentes de ADN mitocondrial
se denominan haplotipos.
Los haplotipos y haplogrupos
son como árboles genealógicos que le permiten a los genetistas conocer quién
está emparentado con quién. El anillo de ADN contenido en las mitocondrias es
tan pequeño que raramente ocurren mutaciones. Las secuencias de ADN de nuestros
cromosomas son 40.000 veces más largas que las de nuestras mitocondrias.
Cuando los individuos se
vuelven adultos, las mutaciones que heredaron de sus padres se reproducen en su
semen u ovarios, junto con otras mutaciones que conforman la singularidad de la
generación siguiente. Cada generación deja así su sello sobre el ADN que ha heredado
a través de nuevas mutaciones. El resultado es una compleja genealogía, un
intrincado y ramificado árbol genealógico de alteraciones genéticas.
Apellido viene del latín apellare que significa nombrar, llamar o designar. Para encontrar el origen de los apellidos tendríamos que
remontarnos a la China del 3500 a.C. Allí, los primeros apellidos eran
matronímicos, es decir, los hijos heredaban el apellido materno y no el
paterno. Es a partir del 1500 a.C. que el gobierno chino implanta el apellido
patronímico, o sea, el apellido paterno y obliga por ley a todos sus súbditos
su utilización.
En la antigua Roma, se
utilizaba la llamada Tría Nómina, compuesta por el praenomen, nomen y cognomen. A veces se
utilizaba un cuarto, el agnomen. Ahora
veamos en qué consistía cada uno de ellos:
PRAENOMEN:
Era el primer nombre o nombre de pila de la persona.
NOMEN: Era el nombre de la gens o clan. Cada gens agrupaba a varias familias identificadas por el cognomen.
COGNOMEN: Era
el nombre de la rama familiar a la que se pertenecía.
AGNOMEN: Podríamos
considerarlo como el apodo de la persona.
Si en este punto te has
liado y no lo tienes muy claro pongamos de ejemplo al gran héroe de guerra
romano, Publio Cornelio Escipión.
Praenomen: Publio es el nombre propio. Nomen:
Cornelio es el nombre de su clan. Cognomen: Escipión especifica a que rama familiar del clan pertenece. Agnomen:
Tras su victoria sobre las tropas de Aníbal en el norte de África, en las
guerras púnicas, a Publio se le añadió el sobrenombre o apodo de El africano.
Las mujeres romanas solo
utilizaban el nomen y cuando una
hija se llamaba igual que la madre se le añadía el agnomen o apodo, un
ejemplo conocido sería el de Agripina la mayor, a y Agripina
la menor para diferenciarlas. De acuerdo con José Godoy Alcántara en su Ensayo etimológico filológico sobre los
apellidos castellanos “Los
griegos y romanos las nombraban modificando el nombre del padre: Criseida, hija
de Críses; Briseida, hija de Brises; Cornelia, hija de Cornelio; Terentia, hija
de Terentio…no sólo por filiación se trasmitía el nombre entre los romanos,
sino también por adopción y emancipación. El esclavo tenía un solo nombre, que
unas veces era el praenomen del dueño un tanto modificado {Lucipor por
Liicipner, Marcipor por Marcipuer, esclavo de Lucio, de Marco), y otras el que
el mismo dueño le daba, según su capricho. Mas, cuando se le emancipaba,
anteponía a su nombre el praenomen y nomen del dueño.”
Con la caída del Imperio
romano y el advenimiento de los visigodos, el uso y costumbre del apellido se
abandonó durante ¡6 siglos! Solo los nobles seguirían utilizando el nombre
familiar. La gente común solo utilizaba el nombre de pila. Será en el siglo XII
cuando de forma general, volvería el apellido, ya que existían problemas
para diferenciar a las personas con un
mismo nombre de pila a la hora de legitimar herencias, transacciones o legados.
Así se acostumbró a llamar a la gente por algún rasgo significativo de esa
persona. Juan el herrero, Miguel el
rubio, Gonzalo el panadero, etc…
Desafortunadamente en
la actualidad la escasa documentación
que poseemos está limitada a donaciones o confirmaciones de tierras y
privilegios a las iglesias y monasterios, en las que queda plasmada, junto al
Rey otorgante, las firmas de nombres escuetos como testigos y confirmantes.
Curiosamente, podemos
observar que en dicha documentación no
hay una regla estricta respecto al nombre familiar de los firmantes,
limitándose
algunos
a plasmar el nombre de pila, carentes de
apellido y mezclándose con los que sí lo poseían.
Otro elemento a tener en
cuenta y que llama poderosamente la atención es el uso del nombre entre las
diferentes clases sociales de la época. Durante los tiempos de la reconquista,
la clase alta utilizará nombres propiamente germanos como Ramiro, Vermudo, Rodrigo, Gonzalo, etc. Mientras la clase baja o
pueblo llano seguirá usando de los tradicionales nombres latinos, tales como Juliano, Cayo, Honorio…
Los mozárabes, esto es, los
cristianos que habitaron en las tierras
peninsulares conquistadas por el Islam no conocieron el nombre familiar y
continuaron llevando los nombres propios cristianos, góticos, romanos o paganos
e incluso musulmanes.
Sin salir de nuestro país,
en 1501, el cardenal Cisneros ordenó
por ley que todos los españoles debían heredar el apellido de sus padres y que
quedaran fijados como apellidos familiares.
Como ya he comentado anteriormente,
en el concilio de Letrán se
oficializa que cualquier registro y ordenanza eclesiástica debe recoger el
nombre y apellidos de los ordenados.
Etimológicamente, en España
podemos encontrar apellidos de origen prerromano, latino, griego, fenicio,
árabe, godo, franco, anglosajón, judío, etc… En algunos casos, la etimología es
clara, en otros debemos recurrir a ciertas fórmulas sobre el uso del apellido.
Los hay patronímicos, toponímicos,
apodos, oficios, extranjeros españolizados…
Los patronímicos hacen alusión al nombre del padre u otro antepasado.
Inicialmente los apellidos patronímicos eran nombres personales y no nombres de
familia. Cada uno tenía su propio apellido de acuerdo con el nombre de su
padre.
El patronímico se formaba
aplicando al hijo el nombre del padre modificado por un prefijo o un sufijo, o
por la declinación. Los hebreos y árabes anteponían las palabras ibn, ben (hijo
de, descendiente de); entre los griegos indicaba la filiación el sufijo ides como en peleides, atridas; pero no
se trasmitía. Los
ingleses reemplazan frecuentemente son
por una s precedida del apóstrofe
indicador del genitivo, como en Ander's por Anderson. Los escoceses utilizan mac como por ejemplo Mac-Millan, y que adoptaron también los irlandeses haciendo
suyo propio O', que es la preposición
inglesa de of, como en O’ Toole. En
la mayor parte de España el sufijo más utilizado es el de –ez.
Como vemos, el cambio de un
nombre propio a un apellido se hacía añadiendo el sufijo –ez, que viene a decir
algo así como hijo de.
(Pedro-Pérez, Rodrigo-Rodríguez, Martín-Martínez).
En España además existen
variantes a esta regla con apellidos terminados en -z (Muñoz, Ruiz). El
sufijo patronímico -ez, viene del latín genitivo -is y los visigodos lo adoptarán con la forma –riz.
Hay excepciones a la regla y existen apellidos sin modificación (Martín,
Berenguer, Diego).
Los visigodos no tenían
apellidos. Los pueblos germanos traían nombres personales y significativos que
hacían alusión a la fuerza física, la intrepidez, la guerra y el combate o la
victoria, y cuando invaden la Península Ibérica se aceptan los nombres bárbaros
que con el tiempo se van latinizando:
Rodericus-Roderiquia-Roderici-Rodriguizi-Rodriguiz-Rodríguez.
Guter-Gutier-Guerriici-Guterriici-Gutitrriz-Gutierrez
Inicialmente solo será la
clase noble la que ostente nombres visigodos en un intento de igualarse a este
pueblo (Rodrigo, Alfonso, Ramiro, Gonzalo…) ya que el pueblo llano seguirá
utilizando los nombres hispano-romanos como Cayo, Claudio, Cornelio, Faustino…
al menos hasta el siglo XIII que se generalizará los nombres bárbaros en
España.
Finalmente, el sufijo –ez
se impone a partir del siglo IX. Para el País Vasco el sufijo es -iz, -itz,
-ena y –ana. En el reino de Valencia tenemos el sufijo –is, (Solis, Sanchis)
También tenemos, extendido
en la zona de Navarra el sufijo ego, que viene a significar
igualmente origen o hijo de (Misiego, Samaniego-hijo de Samaria)
Durante la baja Edad Media
fue común el uso del nombre paterno como apellido, lo cual podía conducir a una
confusión de identidad tras varias generaciones. Veamos un ejemplo de ello:
Pedro
Martín tiene un hijo al que llama Gonzalo, y este adopta como apellido el
nombre de pila del padre llamándose ahora Gonzalo Pérez (Pérez viene de Pedro).
Gonzalo a su vez engendra a un hijo al que llama Juan y este adopta como
apellido el nombre de pila paterno, llamándose Juan González, y así
sucesivamente..
Apellidos
toponímicos: Los apellidos toponímicos o habitacionales
son aquellos formados con nombres geográficos, ya sea por conquista, por el
lugar donde ha habitado por largo tiempo o le ha visto nacer, incluso por una
población que haya gobernado o haya defendido. Dentro de los apellidos
toponímicos, se distinguen los llamados topónimos mayores y los topónimos menores.
Los topónimos mayores son los que corresponden a una ciudad, villa, pueblo o
aldea, pero también los relativos a accidentes orográficos, como ríos,
barrancos o montañas. De acuerdo con José Godoy en su Ensayo Etimológico,
incluso en vez del nombre de la localidad hacíase
también apellido del apelativo de sus naturales, cual se decía entre los
romanos: Atilius Astur, Aurelius
Baeticus. Numerosísimos son los que de este género hay en castellano: Aragonés, castellano, Gallego…
En la España medieval los toponímicos
formaban parte del apellido familiar, siempre y cuando ese linaje pudiera
conservar su señorío en herencia: Rodrigo Díaz de Vivar, hijo de Diego Laínez Señor de Vivar. La costumbre de apellidarse con toponímicos ya la
encontramos en el siglo X y aunque no faltan los ejemplos será en el siglo XVI
cuando se convierta en una moda, dejando a un lado el apellido familiar por el
nombre de la patria.
Desde la antigüedad más
tardía ya existía la costumbre de utilizar el toponímico como forma de apellido
o sobrenombre. Así, tenemos ejemplos muy conocidos en el ámbito de la antigua
Grecia, como el considerado padre de la historia, Heródoto de Halicarnaso o el legislador Solón de Atenas.
Respecto a los topónimos
menores estos no poseen un nombre específico, sino que se refieren a accidentes
geográficos. Son apellidos como Ríos,
Montes, Prado, Alameda, etc. Los nombres de partida rurales dependientes de
un mismo pueblo también darán pie a apellidos con nombre fitónimos como Pino, Castaño, Cerezo, Naranjo, etc.,
porque la persona en cuestión residía en el pueblo del mismo nombre. Esto nos
lleva igualmente a partidas rurales con nombres zoónimos tales como Vaca, Cabra, Buey, etc., e incluso con
nombres alusivos a edificios, construcciones o
lugares específicos donde estaba ubicada la vivienda del individuo. De
este modo tenemos apellidos tan peculiares como Corral, Cabaña, de la Plaza, de la Fuente
Otro tipo de apellidos, muy
relacionado con los apellidos toponímicos, sería el de los apellidos por gentilicio, que indican
el origen geográfico del portador: Navarro,
Catalán, Toledano, etc.
Apodos: Una buena referencia para encontrar el
uso de los apodos como apellido lo hallamos una vez más en Roma. De acuerdo con
José Godoy Alcántara “…la plebe cesariana dejó de llevar nombres
latinos, y los tomó de apodos sacados de una jerga casi ininteligible para
nosotros: Cimessor, comedor de tronchos de col; Trulla, cazo; Ghiturinus, de
gluto, glotón; Lucanicus, aficionado a las salchichas; Salsula, comilón de
puerco salado; Semicupa, medíacuba.
Con el advenimiento de la
Edad Media, esta costumbre de usar el apodo no solo no cesó sino que se
acentuó. Las referencias a algún tipo de deficiencia física de los reyes y
nobles nos lo recuerda: Pipino el
jorobado, Carlos el calvo, Alfonso IX el baboso, Fernando III el bizco, y otros apelativos “cariñosos” como el malo, el glotón, el gordo, el gotoso, etc.
Obviamente, estos sobrenombres eran utilizados por los vasallos y en ningún
caso representaba la voluntad de los reyes de imponérselo sobre sí mismos.
Los defectos físicos fueron
una mina a la hora de denominar a los individuos que los padecían. Así, tenemos
en la Edad Media apodos que hacen referencia a dichos defectos: Muto, Surdo, Mancus, sine oculo, el torto,
Quemado, Malbarbado, Sinistro, Loucura, Tiniosus, Leprosus, etc.
Oficios: Lo
más interesante de estos apellidos es que tienen su traducción en diferentes idiomas y dialectos, así, una
familia castellana que por ejemplo se apellidara Zapatero y emigrara de Castilla a Cataluña podía acabar con el
tiempo llamándose Sabater.
Estos apellidos derivan del
oficio o empleo de un antepasado. Algunos provienen de cargos eclesiásticos como
Abad, Cardenal o Sacristán. Hay que tener en
cuenta que muchos eclesiásticos del pasado formaban sus propias familias antes
de coger los hábitos y obviamente tenían hijos. Otros apellidos estaban
relacionados con los oficios de la artesanía o el comercio como Cantero,
herrero, Panadero o Sastre; otros oficios derivaban de la agricultura, ganadería
o la pesca, como Pastor, Pescador o
Labrador; otros, relacionados con el ejército como Soldado o Capitán; o del funcionariado, como Alcalde o Jurado.
Extranjeros
españolizados: También podemos considerar apellidos
españoles aquellos extranjeros que siglos atrás adaptaron la forma original de
sus nombres a la grafía y pronunciación española como Esquilache (Squillacci),
Espínola (Spinola) o Maestre (Meester). Esta clase de apellidos fueron bastante
comunes, sobre todo en la España imperial con apellidos flamencos o italianos
españolizados.
LOS
APELLIDOS ESPAÑOLES HOY
En la actualidad, la
distribución actual de los apellidos españoles respecto a su origen quedaría
así:
Apellidos prerromanos:
ibéricos o célticos difíciles de reconocer
Latinos: base de la
toponimia con extensión de los generados de las lenguas romances derivadas del
latín.
Germánicos: Están presentes
en toda la península
Árabes: muy extendidos en
zonas dominadas por los sarracenos
Propiamente castellanos: Fernández, González, López, Moreno, Alonso,
Romero, Navarro, Torres
La grafía de los apellidos
puede variar de acuerdo a la baja cultura de la población. Así, Jiménez pasaba a Giménez o echavarri a
echabarri o etxabarri. Ferrer a ferré o farré, mesa, meza o messa
A través de la web www.ine.es del
Instituto
Nacional de Estadística podemos conocer la distribución actual de
nuestros apellidos y su posición en una escala porcentual jerárquica. Con esto
podemos ver que algunos apellidos son más numerosos en unas zonas que otras,
con lo cual eso nos ayuda a indagar sobre el posible origen de nuestro nombre
familiar. Los datos son muy reveladores, sobre todo cuando uno posee un
apellido poco común como es mi caso, ya que si en la base de datos del INE
escribo mi primer apellido, Tito, el resultado que arroja es que en España solo
existen 677 españoles que poseen dicho nombre familiar, ocupando un 0,017 en el
porcentaje de popularidad en todo el territorio nacional, siendo Toledo la
provincia que acoge más “Titos” por número de habitantes con un 0,049%. Un caso
curioso es el de la provincia de Guadalajara que con los 5 habitantes que poseemos
ese apellido (mis 4 hijos y yo) representamos el 0,020%.
Así, los apellidos más
populares por comunidad autónoma serían los siguientes:
Castilla y León: Santos, Ramos, Merino…
Madrid: coincide con la media
nacional
Extremadura: Ramos e Iglesias
Castilla la Mancha: Moreno, Serrano, Rubio y Moya
Murcia: Nicolás, Ros y Bernal
Andalucía: como en las dos
castillas, propiamente andaluz, Luque
Aragón: Gil, Blasco, Ferrer, Torres, Pueyo, Soriano
La Rioja: Sáenz, Pascual, Blanco, Rubio y Calvo
Canarias: Santana, Cabrera, Medina, Ramos, Morales,
Delgado, Vega
Cataluña: como en las dos
castillas. Catalanes son Vila, farré,
Ferrer, Puig, Solé, Martí
Valencia: Martínez, Gil, Ferrer, Pastor, Soler, Pons
Galicia: Piñeiro, Castro o Varela
Asturias: Blanco, Arias, Valdés
Cantabria: Sáiz, Ortiz, Cobo
País Vasco: Aguirre, Bilbao y Larrañaga
Navarra: el único propio de
la zona Goñi. Destacan Martínez o Jiménez
Baleares: como en Cataluña
topónimos terminados en à
No hay comentarios:
Publicar un comentario