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lunes, 24 de julio de 2017

EL GRAN TZOMPANTLI DE TENOCHTITLAN


La imagen de arriba es una ilustración de la época que nos muestra como eran los tzompantlis aztecas.

En agosto de 2015 un grupo  de arqueólogos mexicanos descubría  a un par de metros de profundidad de una casa colonial de Ciudad de México un asombroso hallazgo; el Huei Tzompantli o Gran Tzompantli de Tenochtitlan, ubicado en lo que fue el Templo Mayor.

El Tzompantli era una estructura de vigas, postes y palos de madera, ubicada sobre un pedestal de cal y piedra. Los aztecas solían poner cientos de palos entre los postes, con  cráneos de prisioneros enemigos aún sanguinolentos atravesados. Este ritual era celebrado en honor a Huitzilopochtli, el dios de la guerra y era práctica común en todo el Imperio. Hasta la fecha se habían descubierto algunos tzompantlis como el de Chichén Itzá, el de Tula, o el de Vera Cruz, sin embargo, el Huei Tzompantli solo lo conocíamos a través de los escritos de los conquistadores, por lo que el hallazgo confirma lo que los cronistas de la época fueron testigos.

Son varios los cronistas de la conquista que  recogen y describen en sus relatos esta estructura.  El más rico en detalles quizás sea el conquistador y capitán extremeño Andrés de Tapia en su RELACIÓN DE ALGUNAS COSAS DE LAS QUE ACAECIERON AL MUY ILUSTRE SEÑOR DON HERNANDO CORTÉS, MARQUÉS DEL VALLE, DESDE QUE SE DETERMINÓ A IR A DESCUBRIR TIERRA EN LA TIERRA FIRME DEL MAR OCÉANO (Sí, ese es el título), quién vivió en primera persona el  horror y repulsa de estos sangrientos rituales.

"El patio de los ídolos era tan grande que bastaba para casas de cuatrocientos vecinos españoles. En medio dél había una torre que tinie ciento y trece gradas de a más de palmo cada uno, e esto era macizo, e encima dos casas de más altor que pica y media, e aquí estaba el ídolo principal de toda la tierra, que era hecho de todo género de semillas, cuantas se pudien haber, e estas molidas e amasadas con sangre de niños e niñas vírgines, a los cuales mataban abriéndolos por los pechos e sacándoles el corazón e por allí la sangre, e con ella e las semillas hacían cantidad de masa más gruesa que un hombre e tan alta, e con sus cerimonias metían por la masa muchas joyas de oro de las que ellos en sus fiestas acostumbraban a traer cuando se ponían muy de fiesta; e ataban esta masa con mantas muy delgadas e hacien desta manera un bulto; e luego hacien cierta agua con cerimonias, la cual con esta masa la metien dentro en esta casa que sobre esta torre estaba, e dicen que desta agua daban a beber al que hacien capitán general cuando lo eligien para alguna guerra o cosa de mucha importancia. Esto metien entre la postrer pared de la torre e otra que estaba delante, e no dejaban entrada alguna, antes parecie no haber allí algo. De fuera de este hueco estaban dos ídolos sobre dos basas de piedra grande, de altor las basas de una vara de medir, e sobre estas dos ídolos de altor de casi tres varas de medir cada uno; serían de gordor de un buey cada uno: eran de piedra de grano bruñida, e sobre la piedra cubiertos de nácar, que es conchas en que las perlas se crían, e sobre este nácar pegado con betún, a manera de engrudo, muchas joyas de oro, e hombres e culebras e aves e historias hechas de turquesas pequeñas e grandes, e de esmeraldas, e de amatistas, por manera que todo el nácar estaba cubierto, excepto en algunas partes donde lo dejaban para que hiciese labor con las piedras. Tenían estos ídolos unas culebras gordas de oro ceñidas, e por collares cada diez o doce corazones de hombre, hechos de oro, e por rostro una máscara de oro, e ojos de espejo, e tinie otro rostro en el colodrillo, como cabeza de hombre sin carne. Habrie más que cinco mil hombres para el servicio deste ídolo: eran en ellos unos más preeminentes que otros, así en oficio como en vistiduras; tenían su mayor a quien obedecían grandemente, e a este así Muteczuma como todos los demás señores lo tinien en grand veneración.

Levantábanse al sacrificio a las doce de la noche en punto: el sacrificio era verter sangre de la lengua e de los brazos e de los muslos, unas veces de una parte y otras de otra, e mojar pajas en la sangre, e la sangre e las pajas ofrecien ante un muy grand fuego de leña de robre, e luego salían a echar encienso a la torre del ídolo. Estaban frontero de esta torre sesenta o setenta vigas muy altas hincadas desviadas de la torre cuanto un tiro de ballesta, puestas sobre un treatro (sic) grande, hecho de cal e piedra, e por las gradas dél muchas cabezas de muertos pegadas con cal, e los dientes hacia fuera. Estaba de un cabo e de otro destas vigas dos torres hechas de cal e de cabezas de muertos, sin otra alguna piedra, e los dientes hacia fuera, en lo que se pudie parecer, e las vigas apartadas una de otra poco menos que una vara de medir, e desde lo alto dellos fasta abajo puestos palos cuan espesos cabien, e en cada palo cinco cabezas de muerto ensartadas por las sienes en el dicho polo: e quien esto escribe, y un Gonzalo de Umbría, contaron los polos que habie, e multiplicando a cinco cabezas cada palo de los que entre viga y viga


estaban, como dicho he, hallamos haber ciento treinta y seis mill cabezas, sin las de las torres. Este patio tenía cuatro puertas; en cada puerta un aposento grande, alto, lleno de armas; las puertas estaban a Levante y a Puniente, y al Norte y al Sur."


Sobre estas líneas, aspecto de los trabajos arqueológicos realizados en el Gran Tzompantli.

Tapia no solo nos describe la estructura y aspecto del Tzompantli sino que nos plasma los macabros ritos que los aztecas practicaban con mujeres y niños. En su Historia de la Conquista de Nueva España, Hernán Pérez de Oliva confirma lo mismo:

"Templos había muchos sumptuosos...había munchos ídolos de la estatura de un hombre amasados de harina de sus simientes con sangre de corazones humanos que de sus cuerpos viviendo sacaban...

Los sacrificios se hacían en sangre humana, y los sacerdotes eran los verdugos...le abrían el pecho de un golpe y por la herida sacaban el corazón y, asido en sus raíces, lo punzaban y comprimían la sangre contra la cara del ídolo...la sangre de los niños tenían por más pura y agradable, y a esta causa sacrificaban muchos..."

Bernal Díaz del Castillo  tuvo ocasión de contemplar como algunos de sus compañeros fueron víctimas de estos ritos:

"...en una de aquellas casas  estaban vigas puestas en lo alto, y en ellas muchas cabezas de nuestros españoles que habían muerto y sacrificado en las batallas pasadas, y tenían los cabellos y barbas crecidas, mucho mayor que cuando eran vivos..."

Francisco López de Gómara en su Historia de la Conquista de México, dedica los capítulos 81 y 82 a la idolatría y ritos paganos de los mexicas y nos da detalles sobre ellos:

"Los dioses de Mexico eran dos mil...pero los principalísimos se llaman Uitcilopuchtli y Tezcatlipuca... y era hecho de cuantos géneros de semillas se hallan en la tierra, y que se comen y aprovechan de algo, molidas y amasadas con sangre de niños inocentes y de niñas vírgenes sacrificadas, y abiertas por los pechos para ofrecer los corazones por primicia al ídolo.

Fuera del templo...estaba un osar de cabezas de hombres presos en guerra y sacrificados a cuchillo; el cual era a manera de teatro, más largo que ancho, de cal y canto, sus gradas, en que están engeridas entre piedra y piedra calaveras con los dientes hacia fuera. A la cabeza y pie del teatro había dos torres hechas solamente de cal y cabezas los dientes afuera; que como no levaban piedra ni otra materia, a lo menos que se viese, estaban las paredes extrañas y vistosas. En lo alto del teatro había setenta o más vigas altas, apartadas unas de otras cuatro palmos o cinco, y llenas de palos cuanto cabían de alto a bajo, dejando cierto espacio. Estos palos hacían muchas aspas por las vigas, y cada tercio de aspa o palo tenía cinco cabezas ensartadas por las sienes...y hallaron ciento treinta y seis mil calaveras en las vigas y gradas. las de las torres no pudieron contar. Cruel costumbre por ser de cabezas de hombres degollados en sacrificio...cayéndose una calavera, pongan otra en su lugar, y así nunca faltase aquel número". 


La imagen de arriba muestra las calaveras de varias víctimas del Huei Tzompantli rescatadas del olvido.

Aunque los cálculos de Tapia y Gómara son extremadamente exagerados respecto al número de calaveras del Huei Tzompantli (de momento se han encontrado 10,500 fragmentos de cráneos), lo cierto es que los expertos no se atreven a dar un número exacto de víctimas, y solo los trabajos arqueológicos que aún continúan arrojarán luz sobre la cifra exacta de víctimas sacrificadas. Lo más sorprendente del hallazgo es que entre las víctimas hay un buen porcentaje de mujeres y niños. Los arqueólogos que han contabilizado el número de víctimas halladas hasta el momento han descubierto que un 70% son hombres, un 20% mujeres y un 10% niños. Hasta ahora se creía que la presencia de mujeres se debía a que muchas de estas eran guerreras, pero no explica la presencia de niños entre las víctimas. Quizás, y especulando de manera personal, la presencia de niños y mujeres en el tzompantli se deba a lo sacrificios que los aztecas practicaban sobre ellos para honrar a sus dioses, ya que la decapitación tras el sacrificio era algo habitual como nos mencionan los cronistas.

Lo cierto es que este hallazgo reafirma lo que los conquistadores relataron sobre la sociedad azteca y deja en evidencia a los cronistas de la leyenda negra que negaban estos sacrificios y que hacían hincapié en la presunta paz y armonía en la que vivían los mexicas. 









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