Esta fotografía muestra el estado de la iglesia tras el sitio
El Sitio de Baler o los Últimos de Filipinas son los títulos con los que la historia bautizó a los 57 soldados españoles que defendieron heroicamente y a muerte un trozo de tierra llamada Baler, Filipinas, resistiendo el asedio de sus enemigo durante 337 días. Este sitio tuvo lugar desde el 30 de junio de 1898 hasta el 2 de junio de 1899, dentro del contexto de la guerra hispano-norteamericana en la que España acabaría perdiendo sus posesiones en Filipinas, Puerto Rico, Cuba y Guam. a favor de los Estados Unidos y que acabaría con el Imperio español en ultramar.
El balance final de la resistencia española en Baler se saldó con 15 muertos por enfermedad, 2 fallecidos por las balas filipinas, 6 desertores y dos soldados fusilados que habían intentado pasarse al enemigo. De las bajas filipinas, no tenemos información precisa y fidedigna, mas si hacemos caso a las propias fuentes locales, los tagalos debieron sufrir unas 700 bajas entre muertos y heridos.
El Sitio de Baler o los Últimos de Filipinas son los títulos con los que la historia bautizó a los 57 soldados españoles que defendieron heroicamente y a muerte un trozo de tierra llamada Baler, Filipinas, resistiendo el asedio de sus enemigo durante 337 días. Este sitio tuvo lugar desde el 30 de junio de 1898 hasta el 2 de junio de 1899, dentro del contexto de la guerra hispano-norteamericana en la que España acabaría perdiendo sus posesiones en Filipinas, Puerto Rico, Cuba y Guam. a favor de los Estados Unidos y que acabaría con el Imperio español en ultramar.
El balance final de la resistencia española en Baler se saldó con 15 muertos por enfermedad, 2 fallecidos por las balas filipinas, 6 desertores y dos soldados fusilados que habían intentado pasarse al enemigo. De las bajas filipinas, no tenemos información precisa y fidedigna, mas si hacemos caso a las propias fuentes locales, los tagalos debieron sufrir unas 700 bajas entre muertos y heridos.
1898 Los últimos de Filipinas (2016) y Los últimos de Filipinas (1945) son dos películas españolas que narran los avatares de este destacamento español durante el tiempo que pasó sitiado en la iglesia de Baler. Otra película más desconocida y de factura filipina es Baler (2008) que narra el amor prohibido entre una nativa filipina y un soldado mestizo español. Independientemente de que todos los actores que hacen de españoles sean filipinos y por ende, con rasgos ligeramente asiáticos, la película recoge casi fielmente la historia de los soldados y no minimiza para nada la gesta de los nuestros.
Cartelera de la película Los Últimos de Filipinas, estrenada recientemente
Respecto a la bibliografía, recomiendo la lectura de Fray Félix Minaya (Defensa de Baler) y de Saturnino Martín Cerezo (El sitio de Baler. La historia de los últimos de Filipinas) relatadas por sus máximos protagonistas. Para un estudio más profundo del tema, Los últimos de Filipinas de Miguel Leiva o Yo te diré... de Manuel Leguineche es una lectura más que recomendable.
Al ser conocido por todos, los sucesos acaecidos en Baler y dado la ingente información que podemos encontrar en la Red sobre el mismo, he creído conveniente centrar mi relato en los hechos que acaecieron posteriormente al asedio y que son menos conocidos por el público.
Al ser conocido por todos, los sucesos acaecidos en Baler y dado la ingente información que podemos encontrar en la Red sobre el mismo, he creído conveniente centrar mi relato en los hechos que acaecieron posteriormente al asedio y que son menos conocidos por el público.
LA CAPITULACIÓN
Tras 337 días de resistencia heroica y por fin convencerse de que España se había rendido y abandonado sus últimas posesiones de ultramar, el teniente Saturnino Martín Cerezo mandó enarbolar bandera blanca y pidió entrevistarse con el teniente coronel de las tropas insurrectas, disponiendo las condiciones de la capitulación, que no rendición. A continuación se detallan las condiciones de la capitulación.
En Baler, A los dos días del mes de junio de mil
ochocientos noventa y nueve, el 2.° Teniente Comandante del Destacamento
Español, D. Saturnino Martín Cerezo, ordenó al corneta que tocase atención y
llamada, izando bandera blanca en señal de Capitulación, siendo contestado acto
seguido por el corneta de la columna sitiadora. Y reunidos los Jefes y
Oficiales de ambas fuerzas transigieron en las condiciones siguientes:
PRIMERA. Desde esta fecha quedan suspendidas las
hostilidades por ambas partes beligerantes.
SEGUNDA. Los sitiados deponen las armas, haciendo entrega
de ellas al jefe de la columna sitiadora, como también los equipos de guerra y
demás efectos pertenecientes al Gobierno Español.
TERCERA. La fuerza sitiada no queda como prisionera de
guerra, siendo acompañada por los fuerzas republicanas adonde se encuentren
fuerzas españolas o lugar seguro para poderse incorporar a ellas.
CUARTA. Respetar los intereses particulares sin causar ofensa
a las personas.
Y para los fines a que haya lugar, se levanta la presente
acta por duplicado, firmándola los señores siguientes:
El Teniente Coronel Jefe
de la columna sitiadora, Simón Terson. El Comandante, Nemesio Bartolomé.
Capitán, Francisco T. Ponce.- Segundo Teniente Comandante de la fuerza sitiada,
Saturnino Martín.- EI Médico, Rogelio Vigil.
Sobre estas líneas el teniente Saturnino Martín Cerezo
Sobre estas líneas el teniente Saturnino Martín Cerezo
Firmada la capitulación, a Martín Cerezo aún le preocupaban dos cosas. Tras 11 meses de asedio, sus soldados habían infligido tal castigo a las fuerzas insurrectas que temía que los tagalos se desquitaran, a pesar de haber firmado una garantía de vida y libertad. Otra preocupación eran los 223 pesos de la Comandancia Militar que Martín Cerezo custodiaba y cuyo conocimiento tenían los desertores. Respecto al armamento, el teniente había mandado quemar los rifles sobrantes para evitar equipar con ellos a sus enemigos.
SALIDA DE LA IGLESIA
El temor y el nerviosismo debía ser patente en los soldados cuando las puertas de la iglesia se abrieron para dar salida a los sitiados. Sorprendentemente los soldados filipinos hicieron pasillo solemne a los sucios y desarrapados españoles que miraban con incredulidad a una muchedumbre que se había congregado para vitorear y felicitar a los combatientes hispanos. Y es que lejos de mostrar rencor, tanto el pueblo filipino como los soldados tagalos estrechaban las manos y abrazaban a los españoles, mostrando respeto, diciéndoles que solo habían cumplido con su deber y que ellos habrían hecho lo mismo. Muchos se acercaban y se asombraban y admiraban de la manera en que los españoles se habían atrincherado. Además, el gobernador de la zona había mandado al pueblo llevar víveres para socorrer a los maltrechos y desnutridos soldados españoles. Era asombroso comprobar que a quienes habían quemado y destruido sus viviendas no tenían más que palabras de ánimo y misericordia hacia ellos.
Escena final correspondiente a la película de 1945 Los Últimos de Filipinas.
Tras estas muestras de afecto y cariño por parte del pueblo, nadie podría imaginar que el mal que estaba por llegar fuese a través de otros españoles: los desertores.
Y es que de los 57 soldados que llegaron a atrincherarse en la iglesia, 6 desertaron y dos se habían quedado en el intento. Dos de los desertores eran indígenas y es de lógica que apoyaran la insurrección y se pasaran al enemigo. Otros 3, Vicente González Toca, Felix García y Antonio Menache ya tenían experiencia en la deserción y eran reincidentes. Jaime Caldentey desertó por rechazar un castigo que le habían impuesto tras una pelea en un juego de cartas, y José Alcaide y Felipe Herrero lo hicieron por agotamiento y las enfermedades que padecieron.
Sabemos por el relato de Martín Cerezo que Vicente González era indisciplinado y dado a continuas quejas, siempre intentando instigar al resto de soldados. Fue fusilado junto a Antonio Menache el 1 de junio de 1899, un día antes de la liberación.
Resulta curioso y triste a la vez saber que aquellos españoles que desertaron contribuyeron posteriormente al asedio de la iglesia, alzando las armas contra sus antiguos compañeros. José Alcaide se jactaba de haber herido con su arma a dos de los defensores, tras pasarse al enemigo. No faltaron tampoco los insultos e improperios que desde las trincheras enemigas lanzaban estos desertores. Además, tras desertar, la información que pasaban a los tagalos era de vital importancia para intentar debilitar las defensas españolas. No obstante los sitiados, intuyendo la celada, reforzaban aquellas zonas susceptibles de ser atacadas debido a su supuesta debilidad y con ello dieron al traste cualquier intento de penetración enemiga.
El caso de Jaime Caldentey es muy curioso. Antes de desertar, ocupaba el cargo de artillero en el ejército español, cargo que mantendría en el filipino. Caldentey conocía perfectamente los puntos más débiles de la iglesia y por tanto sabía donde debía disparar con el cañón. Pero como bien dice el dicho, "Roma no paga a traidores", la providencia o la justicia hizo castigar al desafortunado desertor en forma de una bala disparada desde la iglesia que lo mató cuando se disponía a utilizar dicho cañón.
Lo cierto es que los desertores Felipe Herrero y José Alcaide conocían de la existencia de los pesos que tan celosamente guardaba Martín Cerezo, además de varias alhajas de su difunta esposa sin más valor que el sentimental. Gracias a una indiscreción Cerezo supo que se preparaba una celada para asaltarle, matarle y robarle.
Resulta curioso y triste a la vez saber que aquellos españoles que desertaron contribuyeron posteriormente al asedio de la iglesia, alzando las armas contra sus antiguos compañeros. José Alcaide se jactaba de haber herido con su arma a dos de los defensores, tras pasarse al enemigo. No faltaron tampoco los insultos e improperios que desde las trincheras enemigas lanzaban estos desertores. Además, tras desertar, la información que pasaban a los tagalos era de vital importancia para intentar debilitar las defensas españolas. No obstante los sitiados, intuyendo la celada, reforzaban aquellas zonas susceptibles de ser atacadas debido a su supuesta debilidad y con ello dieron al traste cualquier intento de penetración enemiga.
El caso de Jaime Caldentey es muy curioso. Antes de desertar, ocupaba el cargo de artillero en el ejército español, cargo que mantendría en el filipino. Caldentey conocía perfectamente los puntos más débiles de la iglesia y por tanto sabía donde debía disparar con el cañón. Pero como bien dice el dicho, "Roma no paga a traidores", la providencia o la justicia hizo castigar al desafortunado desertor en forma de una bala disparada desde la iglesia que lo mató cuando se disponía a utilizar dicho cañón.
Lo cierto es que los desertores Felipe Herrero y José Alcaide conocían de la existencia de los pesos que tan celosamente guardaba Martín Cerezo, además de varias alhajas de su difunta esposa sin más valor que el sentimental. Gracias a una indiscreción Cerezo supo que se preparaba una celada para asaltarle, matarle y robarle.
SALIDA DE BALER
El 7 de junio el destacamento salió de Baler escoltado por las tropas sitiadoras. Entre estas se encontraban Felipe Herrero, José Alcaide y otros desertores de diferentes cuerpos del ejército. Durante el camino, Alcaide y un tal Gregorio Expósito intentaron incitar a los soldados a que denunciaran a Martín Cerezo por haberles matado de hambre y obligarles a defender Baler en contra de su voluntad. Sin embargo, la tropa hizo caso omiso a los consejos del traidor Alcaide. Recordemos que este individuo no tuvo reparos en disparar a sus antiguos compañeros de armas cuando tomó el camino de la deserción. La verdad es que la muerte de Cerezo habría sido muy conveniente para estos desertores, ya que al expolio de más de 500 pesos que podrían embolsarse matando y robando al teniente, podían evitar ser juzgados en España sin el testimonio de su principal acusador.
Llegados a Pantabangán tuvo lugar un suceso que bien podría calificarse de puñalada trapera. Los jefes insurrectos querían modificar la tercera regla de la Capitulación "...que si no quedábamos como prisioneros de guerra era en consideración a que había cesado la soberanía española en Filipinas." ponían como excusa los reparos y oposición que pondría el gobierno contra tal disposición. Sin embargo y de acuerdo con los despachos que iban llegando del presidente Aguinaldo, este recomendaba "porque el enemigo cuanto más valeroso, es más digno de respeto...y que por todos los medios posibles se vigilase nuestra seguridad, de la que serían responsables los que nos acompañaban"
Esa misma noche y ya en su habitación, el teniente Cerezo se levantó de la cama, ya que no podía conciliar el sueño. Tras mirar por la ventana se percató de que alguien se dirigía hacia la casa. Tras observar detenidamente al sujeto, cayó en cuenta de que se trataba de Felipe Herrero. "Veremos que trae éste" pensó Cerezo y acto seguido se metió en la cama esperando que si alguien intentaba irrumpir en el edificio, la puerta del departamento le avisaría, ya que chirriaba una barbaridad. Al rato escuchó pasos y a varios hombres que penetraban en la habitación de al lado, donde dormía el médico, Vigil de Quiñones con tres soldados que tenían como ordenanzas. Cerezo percibió signos de lucha, golpes, disparos y a alguien saltando por la ventana. Alarmado, el teniente buscó desesperado por todo el cuarto algo con que defender a su amigo. Ante la ausencia de armas y la entrada de dos hombres armados con machetes, Cerezo se arrojó por la ventana, dislocándose un tobillo en la caída.
En primera instancia los asaltantes se habían confundido de habitación y a uno de los soldados con Martín Cerezo. El soldado se defendió bien, mas cuando asomaron las armas, él y sus compañeros decidieron saltar por la ventana. Desde la calle, Cerezo mandó a un sirviente que llamara al comandante insurrecto, que acudió enseguida, preocupándose por el bienestar del teniente. Tras penetrar en el inmueble se descubrió al médico atado fuertemente y detrás de la puerta, escondido, uno de los asaltantes. Cerezo lo agarró y mandó a su asistente que hiciera lo mismo para evitar que escapase. El comandante entonces solicitó la custodia del prisionero, quién tras cambiar de manos salió huyendo sin que los soldados tagalos hicieran nada por evitarlo. Para evitar posteriores asaltos, Cerezo puso en custodia del comandante 590 pesos que portaba consigo. Luego, para cubrir las apariencias, el comandante mandó poner guardia para proteger al teniente español.
Al día siguiente los españoles se levantaron con la noticia de que los caballos habían desaparecido. Así, para proseguir la marcha tuvieron que utilizar unos carabaos como bestias de carga y transporte. Afortunadamente durante el camino alguien pudo proporcionarles algunos caballos y continuaron el viaje hasta llegar a Bongabón. El único percance que tuvieron entonces fue el robo de un carabao cargado con el equipaje y algunos documentos importantes del teniente Cerezo.
Una vez en el pueblo, Cerezo reportó sus pérdidas a Celso Mayor Núñez, Teniente Coronel del Estado Mayor filipino quién le respondió que si no se hubiese obcecado en la defensa de Baler nada de eso habría ocurrido. El lector puede imaginar los sentimientos y pensamientos del teniente Cerezo al contemplar enfrente a quién un día juró defender la bandera que ahora despreciaba y ofendía.
En Cabanatuán existía un hospital donde se estaba asistiendo a los españoles heridos o enfermos y donde Cerezo pudo tratarse el pie. Allí fue visitado por la esposa de Aguinaldo y el coronel Manuel Sityar, antiguo capitán del ejército español. La señora dio palabras de aliento a los prisioneros y enfermos allí postrados y les auxilió con un par de pesetas a cada uno.
En Tarlak había una comisión española encargada de gestionar la libertad de los prisioneros. Cerezo y su tropa acudirían allí para luego acompañar a dicha comisión a Manila por petición propia de Aguinaldo.
A partir de aquí el trato que Cerezo y los suyos recibieron de los filipinos fue a mejor, sobre todo tras dejar atrás las tropas que les custodiaba, especialmente Herrero y Alcaide. El capitán encargado de su custodia y cuidado proporcionó a los españoles cuanto necesitaron y alojó a Cerezo en casa de una familia que fue muy atenta con el español.
Llegados a Tarlak, las atenciones hacia los españoles no cesaron y Aguinaldo mandó que cada uno de los soldados fuera compensado con 1 peso, que fueran alojados en la mejor casa del pueblo y se les ofrecieran comida en abundancia. Martín Cerezo además recibió un periódico en cuyas páginas se había publicado el siguiente decreto:
Llegados a Tarlak, las atenciones hacia los españoles no cesaron y Aguinaldo mandó que cada uno de los soldados fuera compensado con 1 peso, que fueran alojados en la mejor casa del pueblo y se les ofrecieran comida en abundancia. Martín Cerezo además recibió un periódico en cuyas páginas se había publicado el siguiente decreto:
Habiéndose hecho
acreedoras a la admiración del mundo las fuerzas españolas que guarnecían el
destacamento de Baler, por el valor, constancia y heroísmo con que aquel puñado
de hombres aislados y sin esperanzas de auxilio alguno ha defendido su bandera
por espacio de un año, realizando una epopeya tan gloriosa y tan propia del legendario
valor de los hijos del Cid y de Pelayo: rindiendo culto a las virtudes
militares e interpretando los sentimientos del Ejército de esta República que
bizarramente les ha combatido, a propuesta de mi Secretario de Guerra y de con
mi Consejo de Gobierno, vengo en disponer lo siguiente:
ARTÍCULO ÚNICO
Los individuos de que
se componen las expresadas fuerzas no serán considerados como prisioneros,
sino, por el contrario, como amigos, y en su consecuencia se les proveerá por
la Capitanía General de los pases necesarios para que puedan regresar a su
país.-
Dado en Tarlak a 30 de junio de 1899.- EI Presidente de la República , Emilio Aguinaldo.
El Secretario de Guerra, Ambrosio Flores.
Los héroes de Baler continuaron su viaje, recibiendo honores, banquetes y la admiración y atención de las damiselas allá donde se detenían. En Manila fueron alojados en el Palacio de Santa Potenciana, se celebraron varios festejos y banquetes y fueron obsequiados con placas conmemorativas del sitio.
Por su parte Martín Cerezo no dejó de recibir los elogios de unos americanos impresionados que le ofrecieron atractivas y pomposas proposiciones que amablemente rechazó:
Por su parte Martín Cerezo no dejó de recibir los elogios de unos americanos impresionados que le ofrecieron atractivas y pomposas proposiciones que amablemente rechazó:
“Por
todas las grandezas y por todo el oro del mundo no cambio yo -les dije- mi honrado
puesto bajo las banderas de mi patria.”
Y es que fue tal la impresión y admiración de los norteamericanos por el Sitio de Baler que pocos tiempo después su estudio se convertiría en lectura obligada en West Point. Actualmente, en Estados Unidos las academias militares siguen estudiando tal hazaña.
Finalmente, el 29 de julio los héroes de Baler embarcaron en el vapor Alicante, llegando a Barcelona el 1 de septiembre. Un día después la tropa sería licenciada.
LOS HÉROES OLVIDADOS
Con la llegada a España de las tropas de Baler y su posterior disolución, los soldados licenciados volvieron a su vida cotidiana, sufriendo cada uno de ellos desigual suerte en su futuro. Y es que la llegada de los héroes a nuestro país despertó escaso interés tanto en las autoridades, la prensa y la población en general.
Como ya se mencionó antes, hubo 8 desertores entre las filas españolas. Dos eran naturales de las Filipinas que lógicamente se pasaron al ejército de su país. Otros dos, Vicente González y Antonio Menacho fueron fusilados. A Jaime Caldentey le llegó la muerte cuando manejaba un cañón contra las fuerzas sitiadas. De Félix García no se supo nada excepto que en 1914 las autoridades españolas aún le andaban buscando. A Felipe Herrero se le abrió un expediente por traición y lo único que sabemos de él es que a principios del siglo XX vivía en Caramoán. Sobre el infame José Alcaide se sabe que en el año 1900 llegó a Barcelona en situación de prisión preventiva y que se dejó morir de hambre.
En Baler, quedaron enterrados 17 soldados fallecidos, incluyendo a los dos fusilados, la mayor parte por enfermedad. Por parte de los tagalos se dejaron en el campo de batalla unas 700 bajas entre muertos y heridos. Nunca unos pocos pudieron con tantos.
En 1904 fueron repatriados los restos de aquellos soldados españoles que habían sido enterrados en la iglesia de Baler. Actualmente descansan en paz en el mausoleo de los Héroes de Cuba y Filipinas, situado en el cementerio madrileño de la Almudena.
En cuanto a los héroes de Baler que sobrevivieron al sitio y pudieron contarlo, conocemos la historia de algunos de ellos.
El teniente Martín Cerezo fue condecorado con la Cruz Laureada de San Fernando, máxima condecoración militar que puede recibir un soldado y fue ascendido a capitán, aunque llegaría posteriormente a General. Durante la Guerra Civil el resto de supervivientes recibió la Cruz de plata con distintivo rojo y una pensión de 7,50 pesetas mensuales, aunque posteriormente obtendrían una pensión vitalicia de dos pesetas diarias. No se cansó Cerezo de pleitear y solicitar al Estado la máxima condecoración para cada uno de sus hombres y una pensión decente, pero sus peticiones fueron desoídas. Acertadamente, Martín Cerezo vaticinó que no sería extraño ver cualquier día a algunos de sus hombres pidiendo limosna para sobrevivir. Efectivamente, tiempo después uno de los últimos de Filipinas moriría cuando se hallaba pidiendo limosna en el metro.
Cerezo se instaló en Madrid y cuando comenzó la Guerra Civil, los milicianos se llevaron a su único hijo varón de 18 años al que fusilaron en Paracuellos. Saturnino Martín Cerezo moriría en 1945, mismo año en el que se estrenó la película Los Últimos de Filipinas.
Cerezo se instaló en Madrid y cuando comenzó la Guerra Civil, los milicianos se llevaron a su único hijo varón de 18 años al que fusilaron en Paracuellos. Saturnino Martín Cerezo moriría en 1945, mismo año en el que se estrenó la película Los Últimos de Filipinas.
Vigil de Quiñones, médico del destacamento de Baler, se retiró en 1923 como comandante médico cuando contaba 61 años. El resto de su vida lo pasó con estrecheces, ya que el ayuntamiento de Marbella le denegó la ayuda económica que solicitaba. Murió en 1934.
Juan Chamizo fue uno de los encargados de incendiar el pueblo de Baler y al finalizar la contienda trabajó como jornalero, se casó y tuvo 3 hijas y dos hijos varones, los cuales sirvieron en la legión y murieron durante la Guerra Civil. Chamizo siempre llevaba encima sus medallas y las mostraba con orgullo. Murió en 1928 en la más absoluta pobreza a causa de un cáncer de píloro.
Marcelo Adrián era un excelente tirador. Al licenciarse solicitó un empleo en la Casa Real y estaba junto a los reyes cuando se proclamó la Segunda República.
Santos González murió asesinado por un guardia civil en 1936. Durante la Guerra Civil cada uno de los supervivientes de Baler se posicionó por uno u otro bando y muchos de sus hijos o nietos murieron combatiendo en esta contienda.
Jesús García retomó sus labores como labrador y tras casarse tuvo 4 hijos. Hablaba a menudo de sus pesares en Baler y se quejaba con razón sobre el desconocimiento que la gente tenía sobre ese capítulo de nuestra historia. Murió en 1947.
José Olivares participó en el incendio de Baler y era amigo íntimo de Juan Chamizo. Ejerció de cartero durante 39 años. Empleo que le concedió la mismísima reina regente María Cristina. Una de sus grandes satisfacciones en la vida fue haber sido recibido por el rey Alfonso XIII, quien le abrazó efusivamente y le felicitó por sus hazañas en Baler. Olivares tuvo la oportunidad de visualizar la película Los Últimos de Filipinas de 1945 y aunque vio algunos errores en ella, quedó satisfecho en líneas generales. Recibió el ascenso a teniente honorario. Murió en 1947, a los 71 años.
Fray Félix Minaya se unió a los defensores cuando llevaban más de 40 días de sitio. Junto al relato de Martín Cerezo, su crónica sobre el sitio de Baler es muy importante ya que no está condicionada por la responsabilidad militar. Minaya no embarcaría rumbo a España y vivió y murió en Filipinas en 1936.
Tras la Guerra Civil, quedaban vivos 13 de los 33 supervivientes del sitio y cuando se estrenó la película Los Últimos de Filipinas en 1945, solo vivían 8 soldados. 3 de ellos fueron ascendidos a tenientes honorarios.
Con el tiempo, la memoria de los Últimos de Filipinas sigue reivindicando un lugar en el panteón de los grandes héroes nacionales que el Estado sigue negando. Incluso en Filipinas cada 30 de junio se sigue conmemorando el edicto que Aguinaldo publicó respecto a los héroes de Baler, celebrándose desde 2003 el Día de la amistad hispano-filipina.
Queda una deuda pendiente hacia aquellos gloriosos soldados que soportando más allá de lo que un ser humano puede aguantar, fueron relegados al olvido y la miseria. Solo la iniciativa de aquellos pueblos que les vio nacer, recuerdan su gesta en forma de bustos y nombres de calles en su honor. Aún, el cine español, con sus fallos y errores, nos recuerda que hubo una época en el que un grupo de valientes lo sacrificó todo por su patria y por su bandera. Tal sacrificio debería ser honrado en mi opinión, con la concesión a título póstumo de la Cruz Laureada de San Fernando a cada uno de los soldados que defendieron el honor de una desagradecida España . Es más, los libros de texto históricos españoles, tan parcos en gestas patrias, deberían recoger tales hazañas sin sentirse culpables por ello. Gestas como las Navas de Tolosa, la Batalla de Lepanto, la defensa de Cartagena de Indias, la epopeya del Glorioso (De esta escribiré en breve) o la defensa de Baler, son episodios de una historia que desgraciadamente nuestra juventud desconoce. Sirvan estas líneas para contribuir a la difusión y recuerdo de nuestros héroes y que la desmemoria histórica nos niega. Pues al fin y al cabo la historia de nuestros héroes es nuestra propia historia y nuestro legado.
Con el tiempo, la memoria de los Últimos de Filipinas sigue reivindicando un lugar en el panteón de los grandes héroes nacionales que el Estado sigue negando. Incluso en Filipinas cada 30 de junio se sigue conmemorando el edicto que Aguinaldo publicó respecto a los héroes de Baler, celebrándose desde 2003 el Día de la amistad hispano-filipina.
Queda una deuda pendiente hacia aquellos gloriosos soldados que soportando más allá de lo que un ser humano puede aguantar, fueron relegados al olvido y la miseria. Solo la iniciativa de aquellos pueblos que les vio nacer, recuerdan su gesta en forma de bustos y nombres de calles en su honor. Aún, el cine español, con sus fallos y errores, nos recuerda que hubo una época en el que un grupo de valientes lo sacrificó todo por su patria y por su bandera. Tal sacrificio debería ser honrado en mi opinión, con la concesión a título póstumo de la Cruz Laureada de San Fernando a cada uno de los soldados que defendieron el honor de una desagradecida España . Es más, los libros de texto históricos españoles, tan parcos en gestas patrias, deberían recoger tales hazañas sin sentirse culpables por ello. Gestas como las Navas de Tolosa, la Batalla de Lepanto, la defensa de Cartagena de Indias, la epopeya del Glorioso (De esta escribiré en breve) o la defensa de Baler, son episodios de una historia que desgraciadamente nuestra juventud desconoce. Sirvan estas líneas para contribuir a la difusión y recuerdo de nuestros héroes y que la desmemoria histórica nos niega. Pues al fin y al cabo la historia de nuestros héroes es nuestra propia historia y nuestro legado.
LOS HÉROES DE BALER
Los supervivientes del Sitio de Baler
Enrique de Las Morenas y Fossi, capitán de
Infantería, fallecido por enfermedad.
Juan Alonso Zayas, segundo teniente, fallecido por
enfermedad.
Saturnino Martín Cerezo, segundo teniente, herido.
Vicente González Toca, cabo, fusilado.
José Chaves Martín, cabo, fallecido por
enfermedad.
Jesús García Quijano, cabo, herido grave.
José Olivares Conejero, cabo.
Santos González Roncal, corneta.
Félix Herrero López, soldado 2.ª, desertor.
Félix García Torres, soldado 2.ª, desertor.
Julián Galvete Iturmendi, soldado 2.ª, fallecido
por heridas.
Juan Chamizo Lucas, soldado 2.ª
José Hernández Arocha, soldado 2.ª
José Lafarga Abad, soldado 2.ª, fallecido por
enfermedad.
Luis Cervantes Dato, soldado 2.ª
Manuel Menor Ortega, soldado 2.ª
Vicente Pedrosa Carballeda, soldado 2.ª
Antonio Bauza Fullana, soldado.
Antonio Menache Sánchez, soldado, fusilado.
Baldomero Larrode Paracuello, soldado, fallecido
por enfermedad.
Domingo Castro Camarena, soldado.
Eustaquio Gopar Hernández, soldado.
Eufemio Sánchez Martínez, soldado.
Emilio Fabregat Fabregat, soldado
Felipe Castillo Castillo, soldado.
Francisco Rovira Mompó, soldado, fallecido por
enfermedad.
Francisco Real Yuste, soldado.
Juan Fuentes Damián, soldado, fallecido por
enfermedad.
José Pineda Turán, soldado.
José Sanz Meramendi, soldado, fallecido por
enfermedad.
José Jiménez Berro, soldado.
José Alcaide Bayona, soldado, desertor.
José Martínez Santos, soldado.
Jaime Caldentey Nadal, soldado, desertor.
Loreto Gallego García, soldado.
Marcos Mateo Conesa, soldado.
Miguel Pérez Leal, soldado, herido grave.
Miguel Méndez Expósito, soldado.
Manuel Navarro León, soldado, fallecido por
enfermedad.
Marcos José Petanas, soldado, fallecido por
enfermedad.
Pedro Izquierdo Arnaiz, soldado, fallecido por
enfermedad.
Pedro Vila Garganté, soldado.
Pedro Planas Basagañas, soldado.
Ramón Donat Pastor, soldado, fallecido por
enfermedad.
Ramón Mir Brils, soldado.
Ramón Boades Tormo, soldado.
Román López Lozano, soldado, fallecido por
enfermedad
Ramón Ripollés Cardona, soldado.
Salvador Santa María Aparicio, soldado, fallecido
por heridas.
Timoteo López Larios, soldado.
Gregorio Catalán Valero, soldado.
Rafael Alonso Medero, soldado, fallecido por
enfermedad.
Marcelo Adrián Obregón, soldado.
Rogelio Vigil de Quiñones Alfaro, médico
provisional, herido.
Alfonso Sus Fojas, cabo indígena, desertor.
Tomás Paladio Paredes, sanitario indígena,
desertor.
Bernardino Sánchez Cainzos, civil.
Fray Cándido Gómez Carreño, párroco de Baler,
fallecido por enfermedad.
Félix Minaya López, fraile franciscano, acogido en
la iglesia de Baler para sumarse a los sitiados.
Juan López, fraile franciscano, acogido en la
iglesia de Baler para sumarse a los sitiados.
3 comentarios:
23:20
Sin duda el mejor trabajo el de los autores Miguel Leiva y Miguel Ángel López de Asunción de Editorial Actas "Los Últimos de Filipinas: Mito y realidad del sitio de Baler". Pertenezco a su grupo de Facebook "Los Últimos de Filipinas" https://www.facebook.com/groups/LosUltimosdeFilipinas/ desde hace años que es el mejor lugar para conocer la verdadera historia del asedio. El de Lehineche demasiado sensacionalista y de las películas solo la de 1945 merece ser mencionada. De la de 2016 mejor no hablar. En el artículo hay varios errores y eculubraciones que recomiendo al autor corregir, como lo de Vigil y el Ayuntamiento de Marbella, ya que parece que fue al revés.
Fuera de la guerra, en la comodidad de estar sentado delante de un ordenador, es muy fácil decir quien fue valiente y quien no lo fue, la guerra es muy tremenda y no todos valen para ella ya sea guardando la cordura o la fidelidad a sus superiores, son comprensibles todas las actitudes debido a lo atroz que es una guerra.
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