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domingo, 29 de enero de 2017

COCINA EN EL IMPERIO ROMANO



Cuentan que cuando Marco Gavio Apicio Celio descubrió que sus arcas habían menguado hasta la nada despreciable cantidad de 10 millones de sestercios, decidió acabar con su vida ingiriendo un veneno. Teniendo en cuenta que con esa fortuna se podía vivir más que holgadamente, resulta extraño que alguien  estimara esa cantidad tan escasa como para cometer suicidio. Y es que Marco Gavio Apicio no era cualquier hombre. Apicio había heredado unos 100 millones de sestercios de sus padres, que derrochó en satisfacer sus enormes apetencias culinarias. Apicio era capaz de gastar una fortuna en fletar barcos que le traían productos y sabores exóticos con los que experimentar y saciar su gula, o de viajar por todo el Imperio, solo para saborear un plato exclusivo de la zona y volverse a Roma sin haber siquiera desembarcado, como ocurrió en Libia, atraído por la fama inmerecida de sus langostinos. Después de verlos Apicio regresó a Roma decepcionado sin llegar a pisar tierra. Su pasión y obsesión por   la alta cocina le llevó a ser el primer gran maestro del arte culinario de la historia. La falta de fondos que le permitía seguir llevando un excesivo tren de vida y seguir experimentando, fue un duro golpe a su creatividad y su lujosa existencia, así que antes que moderar sus excesos prefirió quitarse la vida.

No obstante y a pesar de su muerte,  Marco Gavio Apicio nos legó un tratado de cocina, considerado el manual de gastronomía más antiguo del mundo.  Este tratado culinario llamado "De Re Coquinaria" está dividido en 10 capítulos o secciones y es un extenso recetario con toda clase de instrucciones relativas a la conservación y preparación de los alimentos. Verduras, carnes, pescados o salsas están presentes en este gran libro y nos ofrece la posibilidad de elaborar las mismas recetas que degustaron los romanos hace 2000 años. Apicio, por su excentricidad y paladar exquisito se hizo degustar y disfrutar de los más extraños manjares tales como crestas de gallo, talones de camello o sesos de ruiseñor. En un apartado sobre vinos, incluso nos dice como convertir el vino tinto en blanco. Curiosamente, los vinos romanos, a pesar de su fama y variedad, eran extremadamente nocivos,  ya que los romanos, amantes del vino dulce, solían preparar estos caldos en ollas de plomo que dulcificaba el vino a causa del acetato de plomo que desprendía la olla, un veneno mortal que en dosis continuas puede matarte. 



Probablemente  el garum sea el condimento estrella de este recetario, utilizado en el 95% de los platos. Como ya he explicado en otros artículos, el garum era una antigua salsa basada principalmente en la fermentación de entrañas de ciertos pescados. Aunque existen algunas recetas de esta salsa llamadas "de emergencia", no ha sido hasta hace pocos años que se descubrió la fórmula original para preparar  este condimento, tal cual lo elaboraban los antiguos romanos. El descubridor de este hallazgo fue un biólogo extremeño, junto a expertos de las universidades de Cádiz y Sevilla, que, a partir del estudio de los restos de varias ánforas selladas halladas en Pompeya, pudieron dar con la fórmula exacta de esta salsa. Llama la atención que tras dos mil años, al abrir los sellos de las ánforas , los restos contenidos en las vasijas aún olían a pescado. Para su descubrimiento y posterior elaboración, el equipo contó con la ayuda de expertos en biología, ingeniería química, enología, ciencias del mar, arqueología, etc. Así, con los ingredientes exactos y una receta original del siglo I consiguieron elaborar fielmente el célebre condimento. Actualmente, cualquier usuario puede comprar un frasco de esta mítica salsa a un precio de unos 30 euros aproximadamente.


El garum era condimento indispensable en la cocina romana. Actualmente se puede adquirir en establecimientos y de manera online.

Aunque prohibitivo para muchos bolsillos, existe una segunda opción para que puedas probar este condimento; cocinarlo tú mismo.

Ingredientes:

Peces grasos (sardina, arenque, salmón, caballa, anchoa...)
Hierbas aromáticas (eneldo, anís, menta, tomillo, cilantro, hinojo, apio, albahaca, orégano, etc)
Sal.

Elaboración: Colocar en una cazuela de barro una capa de hierbas aromáticas (eneldo, anís, menta, tomillo, cilantro, hinojo, apio, albahaca, orégano, etc), sobre las hierbas una capa de pescados azules (sardinas, arenques, caballa, anchoa,...) y sobre ésta una gruesa capa de sal. Hay que repetir la acción dos veces, tras lo cual se deja al sol durante 7 días. Al octavo día se remueve y se deja al sol dos o tres meses hasta que la mezcla fermente y se vuelva líquida o acuosa. 

Otra opción más moderna y que nos servirá para acompañar los platos imperiales es esta:

Ingredientes garum para 4 personas:

500 grs. de aceitunas negras 
Entre 60 y 100 g de anchoas en aceite de oliva escurridas (2 o 3 latas de las pequeñas)
2 dientes de ajo
1 cucharadita rasa de orégano
Aceite de oliva virgen extra

Elaboración: 

1. Triturar las aceitunas con un robot o batidora junto con las anchoas, el orégano. Conviene no poner todas las anchoas, e ir añadiendo hasta alcanzar el punto de sal adecuado.

2. Añadir un poco de aceite hasta conseguir una textura pastosa y fácil de untar.

3. Pelar los dientes de ajo y chafarlos un poco sin llegar a romperlos. Meterlos dentro de la pasta, dar unas vueltas y dejar reposar unas horas en la nevera.

4. Sacar los ajos y servir.

Con el garum como condimento en nuestra mesa, ya estamos preparados para sorprender a amigos y familiares elaborando un banquete real típico de época romana. (En este caso, de familias acomodadas ya que la dieta del pueblo llano era más humilde y parca en sabores)



TRUCOS DE CONSERVACIÓN

Pescado frito: Rociarlo con vinagre caliente en el mismo momento en que, ya frito, se retira del fuego.

OstrasLavar las ostras con vinagre, o bien recubrir de pez un recipiente y colocar en él las ostras.

MielLa miel pasada puede dejarse en buen estado para venderla si se mezcla una parte de ella con dos de miel buena.

Reconocer si la miel está buena: Encender en la miel una mecha; si está en buen estado, arderá.

UvasCoger uvas de la vid que no tengan ningún defecto, hervir agua de lluvia hasta reducirse a la tercera parte y echarla en un recipiente junto con las uvas. Taparlo con yeso y pez, y colocar en lugar fresco donde no dé el sol. Cuando quieran comerse, se tendrán uvas verdes. El agua puede darse, en lugar de hidromiel, a los enfermos. Se conservan igualmente tapándolas con cebada.

Manzanas y granadasPonerlas en agua hirviendo, sacar enseguida y colgarlas.

Desalar carne: Se desala la carne hirviéndola primero en leche, y después en agua. 

LimonesEcharlos en un recipiente, tapar con yeso y colgarlo.

VerdurasEscoger verduras que aún no estén maduras, y ponerlas en un recipiente recubierto de pez.

Todas las verduras se ponen verdes si se cuecen con carbonato sódico.

AceitunasEchar en aceite aceitunas cogidas del árbol, y se conservarán como si fuesen recién cogidas. Con ellas se podrá hacer aceite verde siempre que se quiera.

EspárragosMojar unos espárragos, luego secarlos; volverlos a meter en agua caliente: de este modo se pondrán más duros.



RECETAS IMPERIALES





Salchichas envueltas en sebo: Asar un hígado de cerdo y sacarle el nervio. Picar previamente pimienta, ruda y garum, y mezclarlo con el hígado. Majarlo todo y hacer una masa igual que la carne envuelta en sebo. Envolver en una hoja de laurel y colgar al humo todo el tiempo que se quiera. Cuando vaya a comerse, apartarlo del humo y asar de nuevo.

AlbóndigasEchar en un mortero pimienta, ligústico y orégano; triturarlo, mojar con garum, añadir unos sesos cocidos, picar cuidadosamente para que no se formen grumos. Poner 5 huevos y batir hasta dejar una masa homogénea. Aliñar con garum y echar en una cacerola de bronce para cocerlo. Cuando ya esté cocido, tenderlo sobre una mesa limpia, y cortar en cuadrados. Echar en el mortero pimienta, ligústico, orégano, majarlo, mezclar bien y poner en una cacerola a hervir. Cuando hierva, romper la masa, removerla y ponerla en una bandeja.

Para salsa, picar 31 granos de pimienta, echar un vaso de garum de la mejor calidad, otro de careno y once de agua. Poner a fuego lento.

Otra  salsa de albóndigas: Moler pimienta, ligústico, orégano, un poco de laserpicio, muy poco jengibre, y algo de miel. Mezclarlo todo con garum. Añadir las albóndigas y poner a hervir. Cuando lleguen a su punto de cocción, envolverlas con almidón para que espesen, y servir.

Según Apicio las mejores albóndigas son las de pavo, seguidas de faisán, conejo, pollo y por último, cochinillo.

MorcillaSeis yemas de huevo cocido, unos riñones, cebolla, puerro picado, salsa sin cocer, pimienta molida; rellenar las morcillas y hervirlas con garum y vino.

ChorizoPicar unos sesos y huevos, piñones, pimienta, garum y un poco de benjuí. Con eso llenar la tripa y poner a cocer. Luego asarla y servir.

Aunque de receta muy distinta a la nuestra, ya los romanos disfrutaban del chorizo y la morcilla.

Potaje para el vientreCocer en agua acelgas troceadas y puerros frescos. Poner en una cacerola. Picar pimienta, comino, rociar con garum y vino de pasas para endulzarlo. Dejar que hierva, y después servir.

Otra receta para el vientre: Coger unas acelgas, que sean negras, limpiar el tallo, cocer con vino y miel, un poco de sal y aceite, o bien solamente en agua, sal y aceite: Dan un jugo que puede beberse. Sabrán mucho mejor si se cuece con ellas un pollo”.

Calabaza frita en puréPimienta, ligústico, comino, orégano, cebolla, vino, garum y aceite. Envolverlo todo con espelta en la cacerola, y servir.

Otra receta de calabaza: Poner en una cacerola calabazas cocidas y fritas; echar por encima salsa de comino y un poco de aceite. Dejar que hierva, y servir.

ColesPoner en una cacerola las coles cocidas en agua, añadir garum, aceite, vino puro, comino, y espolvorear pimienta; echar por encima puerro, comino y coliandro fresco.

Puré de verdurasCocer apio en agua con carbonato sódico, escurrir y cortar en pequeños trozos. Picar en un mortero pimienta, ligústico, orégano, cebolla, y macerar con vino, garum y aceite. Cocerlo en una olla hasta que hierva, y luego mezclar con apio.

"Sala Cattabia": Pimienta, menta, apio, poleo seco, queso, piñones, miel, vinagre, garum, yema de huevo y agua fresca. Escurrir pan macerado en agua y vinagre, poner en una marmita queso de vaca y cohombros, añadiendo unos piñones. Echar unas alcaparras trituradas y unos higaditos de pollo. Cubrir con la salsa, ponerlo en un recipiente, y servir.

Pescado salado y quesoCocer en aceite y deshuesarlos, unos sesos cocidos, carne de pescado y unos higaditos de pollo, huevos duros, queso fresco, puesto en agua caliente, y calentar todo en una vasija. Picar pimienta, ligústico, orégano, perejil, coliandro,comino, baya de ruda, macerar con vino, vino con miel y aceite. Ponerlo en una marmita y cocer a fuego lento. Envolver con huevos crudos, adornar, espolvorear comino molido, y servir.

BarboPelar unos barbos, colocar en una tartera limpia; añadir la cantidad de aceite necesaria y poner en el centro el pescado salado. Dejar que hierva. Cuando esté, echar vino con miel o vino de pasas, espolvorear pimienta y servir.

LenguadoGolpear unos lenguados, y una vez preparados colocar en una tartera. Añadir aceite, garum y vino. Durante su cocción, picar pimienta, ligústico, orégano; triturar, macerar con el jugo y hacer una masa homogénea con huevos crudos. Derramar por encima del lenguado y cocer a fuego lento. Cuando haya espesado, espolvorear pimienta y servir.

"Pescaito": Una pasa, pimienta, ligústico, orégano, cebolla, vino, garum y aceite. Poner en una cacerola; cuando haya cocido, añadir los pescaditos. Envolverlo con espelta y servir.

MelocotonesLimpiar unos melocotones duros, cortar en trozos, cocer en agua, ponerlos en una bandeja. Echar unas gotas de aceite y servir con salsa de comino.

PerasCocer en agua peras y sacarles el corazón. Macerarlas con pimienta, comino, miel, vino de pasas, garum y un poco de aceite. Añadir huevos y preparar una bandeja. Espolvorear pimienta y servir.

Lentejas con castañasPreparar una cazuela y echar en ella castañas cuidadosamente limpiadas. Añadir agua y un poco de carbonato sódico, y dejar hervir. Durante su cocción, machacar en un mortero pimienta, comino, coliandro en grano, menta, ruda, raíz de benjuí, poleo, picarlo bien, rociar con garum, vinagre y miel, macerar con vinagre y echarlo encima de las castañas cocidas. Añadir aceite y dejar hervir. Cuando esté, machacarlo en el mortero. Catar; si está falto de algo, arreglarlo. Servirlo en una fuente, rociando con aceite verde.

GuisantesCocer los guisantes. Cuando hayan espumado, echar por encima puerro, coliandro y comino. Machacar pimienta, ligústico, alcaravea, eneldo y albahaca fresca, rociar con garum, macerar con vino y garum. Dejar hervir. Cuando esté, remover. Si le falta algo, arreglarlo y servir.

A la manera de VitelioCocer los guisantes y aplastarlos. Machacar pimienta, ligústico, jengibre, y echar encima de estas hierbas unas yemas de huevo cocido, 70 gr. De miel, vino, garum y vinagre. Meterlo todo en una cazuela, añadir aceite y poner a hervir. Remover para evitar los grumos, echar miel y servir.

Crema de cebada: Machacar la cebada, puesta en agua el día anterior. Poner a hervir; y cuando alcance el punto de cocción, echar aceite en cantidad suficiente y un pequeño manojo de eneldo, cebolla seca, ajedrea y un trozo de jamón para que dé una salsa. Añadir coliandro fresco y sal, picado conjuntamente. Cuando hierva, sacar el manojo, traspasar la crema de cebada a otra cazuela, evitando que se queme. Quitar bien los grumos y colarlo en la cazuela sobre el jamón. Machacar pimienta, ligústico, un poco de poleo seco, comino y séseli frito. Rociar con miel, vinagre, de-frito, garum. Echarlo en la cazuela encima del jamón, de manera que quede bien cubierto. Dejar hervir a fuego lento.

Judías verdes y garbanzosLas judías verdes y los garbanzos se sirven con sal, aceite, comino y un poco de vino puro.


Paloma asadaPimienta, ligústico, coliandro, alcaravea, cebolla seca, menta, yema de huevo, dátiles, miel, vinagre, aceite y vino.

Salsas para avesPimienta, ligústico, comino, apio en grano, avellanas o almendras tostadas, o bien nueces peladas, un poco de miel, garum, vinagre y aceite.

Pimienta, ligústico, tomillo, menta seca, avellanas, dátiles, miel, vinagre, vino, garum, aceite, defrito y mostaza. Con esta salsa el ave realza su sabor y tiene un gusto menos fuerte; se conservará la grasa si se mete en el horno en vuelta en una pasta hecha de harina y aceite.

Pollo: (salsa cruda) Echar en un mortero eneldo en grano, menta seca, raíz de benjuí, rociar con garum y vinagre, añadir dátiles, un poco de mostaza y aceite, amalgamar en defrito, y presentar así.

Otra: Amalgamar una salsa de eneldo con un poco de miel y garum. Una vez cocido el pollo, retirar del fuego, y secarlo con un paño limpio; hacerle unos cortes para que absorba la salsa. A continuación, asarlo en su propia salsa y tocar con una pluma de ave. Espolvorear pimienta y servir.

Otra: Abrir un pollo a lo largo. Machacar pimienta, ligústico, un poco de alcaravea, rociar con garum y amalgamar con vino. Colocar el pollo en un recipiente, y encima echar la salsa. Disolver en agua caliente benjuí fresco y verterlo sobre el pollo. Ponerlo a cocer. Espolvorear pimienta y servir.

En su propia salsa: Machacar pimienta, comino, un poco de tomillo, hinojo en grano, menta, ruda, raíz de benjuí, rociar con vinagre, añadir dátiles y picar bien; amalgamar con miel, garum, vinagre y aceite. Presentar el pollo frío y secado con un paño; por encima se le echará la salsa antes de servirlo.

Los romanos eran expertos en la elaboración de todo tipo de platos, especialmente de aves.


CarneFreír la carne cuidadosamente, de manera que parezca asada. Preparar una cucharada de garum de la mejor calidad, una de agua, una de vinagre y otra de aceite. Mezclarlo, ponerlo en una vasija de barro y freír. Servir junto con la carne.

Otra: Macerar primeramente la carne en agua, con sal y comino; a continuación, freírla.

Carne asada: La carne se asa al horno sin salsa, con mucha sal y rociada con miel.

Salsa para carne: Pimienta, perejil, garum, vinagre, dátiles, cebolletas y un poco de aceite. Echarla bien caliente encima de la carne.

Pata de cerdoPoner a cocer la pata de cerdo con muchos higos y tres hojas de laurel. Una vez cocida, sacarle la piel, y trazar unos cuadraditos que se rellenarán con miel. A continuación, envolverla con harina y aceite, de manera que quede recubierta por una capa protectora. Meterla al horno, y cuando esté bien cocida, sacarla, y servir.

CabritoUntarlo de aceite, echarle pimienta y sal y muchos granos de coliandro. Meterlo en el horno, y servir.

CochinilloVaciar el cochinillo. Machacar pimienta, ligústico, orégano, rociar con garum, añadir un seso, dos huevos, y mezclar bien. Rellenar el cochinillo, coserlo y ponerlo a cocer en una olla con agua caliente. Una vez cocido, romper el hilo para que eche todo el líquido. Espolvorear pimienta, y servir.

DulcesSacar el hueso de unos dátiles, rellenar de nueces, piñones o de pimienta molida. Envolverlos con sal, freírlos en un recipiente con miel cocida, y servir.

Otra: Romper en trozos grandes un pan de harina de flor y poner en leche; freirlo y luego untarlo de miel.

Otra: Mezclar miel, vino puro, vino de pasas y ruda. Añadir piñones, nueces y espelta cocida con agua. Finalmente, echar nueces cortadas y avellanas tostadas

FlanPoner leche en un plato, en la cantidad proporcional al tamaño de éste. Amalgamar con miel, como se hace con todos los dulces hechos con leche; echar cinco huevos para medio litro; tres, para un cuarto. Batirlos con leche hasta que queden bien disueltos, pasar por el tamiz dentro de una sartén, y cocer a fuego lento. Cuando haya cuajado, espolvorear pimienta, y servir.

Tortilla de lecheBatir cuatro huevos, un cuarto de litro de leche, 25 gr. de aceite y amalgamar bien hasta que quede disuelto. Poner aceite (en muy poca cantidad), en una sartén pequeña, y una vez esté caliente, echar el preparado. Cuando esté cocido por una parte, darle la vuelta, untar con miel, espolvorear pimienta y servir.








sábado, 21 de enero de 2017

DESPUÉS DEL SITIO DE BALER



    Esta fotografía muestra el estado de la iglesia tras el sitio


El Sitio de Baler o los Últimos de Filipinas son  los títulos con los que la historia bautizó a los 57  soldados españoles que defendieron heroicamente y a muerte  un trozo de tierra llamada Baler, Filipinas, resistiendo el asedio de sus  enemigo durante  337 días.  Este sitio tuvo lugar desde el 30 de junio de 1898 hasta el 2 de junio de 1899, dentro del contexto de la guerra hispano-norteamericana en la que España acabaría perdiendo sus posesiones en Filipinas, Puerto Rico, Cuba y Guam. a favor de los Estados Unidos y que acabaría con el Imperio español en ultramar. 

El balance final de la resistencia española en Baler se saldó con 15 muertos por enfermedad, 2 fallecidos por las balas filipinas, 6 desertores y dos soldados fusilados que habían intentado pasarse al enemigo. De las bajas filipinas, no tenemos información precisa y fidedigna, mas si hacemos caso a las propias fuentes locales, los tagalos debieron sufrir unas 700 bajas entre muertos y heridos. 

En la red existen cientos de páginas web que con mayor o menor acierto y rigor cuentan las hazañas de estos valerosos  hombres y que están a disposición de cualquier usuario. Así mismo, el cine y la literatura también han dado vida a este capítulo de nuestra historia contemporánea que aún muchos desconocen.  

1898 Los últimos de Filipinas (2016) y Los últimos de Filipinas (1945) son dos películas españolas que narran los avatares de este destacamento español durante el tiempo que pasó sitiado en la iglesia de Baler. Otra película más desconocida y de factura filipina es Baler (2008) que narra el amor prohibido entre una nativa filipina y un soldado mestizo español. Independientemente de que todos los actores que hacen de españoles sean filipinos y por ende, con rasgos ligeramente asiáticos, la película recoge casi fielmente la historia de los soldados y no minimiza para nada la gesta de los nuestros.



      Cartelera de la película Los Últimos de Filipinas, estrenada recientemente

Respecto a la bibliografía, recomiendo la lectura de Fray Félix Minaya (Defensa de Baler) y  de Saturnino Martín Cerezo (El sitio de Baler. La historia de los últimos de Filipinas) relatadas por sus máximos protagonistas. Para un estudio más profundo del tema, Los últimos de Filipinas de Miguel Leiva o Yo te diré... de Manuel Leguineche es una lectura más que recomendable. 

Al ser  conocido por todos, los sucesos acaecidos en Baler y dado la ingente información que podemos encontrar en  la Red sobre el mismo, he creído conveniente centrar mi relato en los hechos que acaecieron posteriormente al asedio y que son menos conocidos por el público.


LA CAPITULACIÓN



Tras 337 días de resistencia heroica y por fin convencerse de que España se había rendido y abandonado sus últimas posesiones de ultramar, el teniente Saturnino Martín Cerezo mandó enarbolar bandera blanca y pidió entrevistarse con el teniente coronel de las tropas insurrectas, disponiendo las condiciones de la capitulación, que no rendición. A continuación se detallan las condiciones de la capitulación.

En Baler, A los dos días del mes de junio de mil ochocientos noventa y nueve, el 2.° Teniente Comandante del Destacamento Español, D. Saturnino Martín Cerezo, ordenó al corneta que tocase atención y llamada, izando bandera blanca en señal de Capitulación, siendo contestado acto seguido por el corneta de la columna sitiadora. Y reunidos los Jefes y Oficiales de ambas fuerzas transigieron en las condiciones siguientes:

PRIMERA. Desde esta fecha quedan suspendidas las hostilidades por ambas partes beligerantes.

SEGUNDA. Los sitiados deponen las armas, haciendo entrega de ellas al jefe de la columna sitiadora, como también los equipos de guerra y demás efectos pertenecientes al Gobierno Español.

TERCERA. La fuerza sitiada no queda como prisionera de guerra, siendo acompañada por los fuerzas republicanas adonde se encuentren fuerzas españolas o lugar seguro para poderse incorporar a ellas.

CUARTA. Respetar los intereses particulares sin causar ofensa a las personas.

Y para los fines a que haya lugar, se levanta la presente acta por duplicado, firmándola los señores siguientes: 

El Teniente Coronel Jefe de la columna sitiadora, Simón Terson. El Comandante, Nemesio Bartolomé. Capitán, Francisco T. Ponce.- Segundo Teniente Comandante de la fuerza sitiada, Saturnino Martín.- EI Médico, Rogelio Vigil.



                  Sobre estas líneas el teniente Saturnino Martín Cerezo

Firmada la capitulación, a Martín Cerezo aún le preocupaban dos cosas. Tras 11 meses de asedio, sus soldados habían infligido tal castigo a las fuerzas insurrectas que temía que los tagalos se desquitaran, a pesar de haber firmado una garantía de vida y libertad. Otra preocupación eran los 223 pesos de la Comandancia Militar que Martín Cerezo custodiaba y cuyo conocimiento tenían los desertores. Respecto al armamento, el teniente  había mandado  quemar los rifles sobrantes para evitar equipar con ellos a sus enemigos.


                                 SALIDA DE LA IGLESIA

El temor y el nerviosismo debía ser patente en los soldados cuando las puertas de la iglesia se abrieron para dar salida a los sitiados. Sorprendentemente los soldados filipinos hicieron pasillo solemne a los sucios y desarrapados españoles que miraban con incredulidad a una muchedumbre que se había congregado para vitorear y felicitar a los combatientes hispanos. Y es que lejos de mostrar rencor, tanto el pueblo filipino como los soldados tagalos estrechaban las manos y abrazaban a los españoles, mostrando respeto, diciéndoles que solo habían cumplido con su deber y que ellos habrían hecho lo mismo. Muchos se acercaban y se asombraban y admiraban de la manera en que los españoles se habían atrincherado. Además, el gobernador de la zona había mandado al pueblo llevar víveres para socorrer a los maltrechos y desnutridos soldados españoles. Era asombroso comprobar que a quienes habían quemado y destruido sus viviendas no tenían más que palabras de ánimo y misericordia hacia ellos.




  Escena final correspondiente a la película de 1945 Los Últimos de Filipinas.


Tras estas muestras de afecto y cariño por parte del pueblo, nadie podría imaginar que el mal que estaba por llegar fuese a través de otros españoles: los desertores.

Y es que de los 57 soldados que llegaron a  atrincherarse en la iglesia, 6 desertaron y dos se habían quedado en el intento. Dos de los desertores eran indígenas y es de  lógica que apoyaran la insurrección y se pasaran al enemigo.  Otros 3, Vicente González Toca, Felix García y Antonio Menache ya tenían experiencia en la deserción y eran reincidentes. Jaime Caldentey desertó por rechazar un castigo que le habían impuesto tras una pelea en un juego de cartas, y José Alcaide y Felipe Herrero lo hicieron por agotamiento y las enfermedades que padecieron. 

Sabemos por el relato de Martín Cerezo que Vicente González era indisciplinado y dado a continuas quejas, siempre intentando instigar al resto de soldados. Fue fusilado junto a Antonio Menache el 1 de junio de 1899, un día antes de la liberación. 

Resulta curioso y triste a la vez saber que  aquellos españoles que desertaron contribuyeron posteriormente al asedio de la iglesia, alzando las armas contra sus antiguos compañeros.  José Alcaide se jactaba de haber herido con su arma a dos de los defensores, tras pasarse al enemigo. No faltaron tampoco los insultos e improperios que desde las trincheras enemigas lanzaban estos desertores. Además, tras desertar, la información que  pasaban a los tagalos era de vital importancia para intentar debilitar las defensas españolas. No obstante los sitiados, intuyendo la celada, reforzaban aquellas zonas susceptibles de ser atacadas debido a su supuesta debilidad y con ello dieron al traste cualquier intento de penetración enemiga.

El caso de Jaime Caldentey es muy curioso. Antes de desertar, ocupaba el cargo de artillero en el ejército español, cargo que mantendría en el filipino. Caldentey conocía perfectamente los puntos más débiles de la iglesia y por tanto sabía donde debía disparar con el cañón. Pero como bien dice el dicho, "Roma no paga a traidores", la providencia o la justicia  hizo castigar al desafortunado desertor en forma de una bala disparada desde la iglesia que lo mató cuando se disponía a utilizar dicho cañón.

Lo cierto es que los desertores Felipe Herrero y José Alcaide conocían de la existencia de los pesos que tan celosamente guardaba Martín Cerezo, además de varias alhajas de su difunta esposa sin más valor que el sentimental. Gracias a una indiscreción Cerezo supo que se preparaba una celada para asaltarle, matarle y robarle.



SALIDA DE BALER


El 7 de junio el destacamento salió de Baler escoltado por las tropas sitiadoras. Entre estas se encontraban Felipe Herrero, José Alcaide y otros desertores de diferentes cuerpos del ejército. Durante el camino, Alcaide y un tal Gregorio Expósito intentaron incitar a los soldados a que denunciaran a Martín Cerezo por haberles matado de hambre y obligarles a defender Baler en contra de su voluntad. Sin embargo, la tropa hizo caso omiso a los consejos del traidor Alcaide. Recordemos que este individuo no tuvo reparos en disparar a sus antiguos compañeros de armas cuando tomó el camino de la deserción. La verdad es que la muerte de Cerezo habría sido muy conveniente para estos desertores, ya que al expolio de más de 500 pesos que podrían embolsarse matando y robando al teniente, podían evitar  ser juzgados en España sin el testimonio de su principal acusador. 

Llegados a Pantabangán tuvo lugar un suceso que bien podría calificarse de puñalada trapera. Los jefes insurrectos querían modificar la tercera regla de la Capitulación "...que si no quedábamos como prisioneros de guerra era en consideración a que había cesado la soberanía española en Filipinas."  ponían como excusa  los reparos y oposición que pondría el gobierno contra tal disposición. Sin embargo y de acuerdo con los despachos que iban llegando del presidente Aguinaldo, este recomendaba "porque el enemigo cuanto más valeroso, es más digno de respeto...y que por todos los medios posibles se vigilase nuestra seguridad, de la que serían responsables los que nos acompañaban"

Esa misma noche y ya en su habitación, el teniente Cerezo se levantó de la cama, ya que no podía conciliar el sueño. Tras mirar por la ventana se percató de que alguien se dirigía hacia la casa. Tras observar detenidamente al sujeto, cayó en cuenta de que se trataba de Felipe Herrero. "Veremos que trae éste" pensó Cerezo y acto seguido se metió en la cama esperando que si alguien intentaba irrumpir en el edificio, la puerta del departamento le avisaría, ya que  chirriaba una barbaridad. Al rato escuchó pasos y a varios hombres que penetraban en la habitación de al lado, donde dormía el médico, Vigil de Quiñones con tres soldados que tenían como ordenanzas. Cerezo percibió signos de lucha, golpes, disparos y a alguien saltando por la ventana. Alarmado, el teniente buscó desesperado por todo el cuarto algo con que defender a su amigo. Ante la ausencia de armas y la entrada de dos hombres armados con machetes, Cerezo se arrojó por la ventana, dislocándose un tobillo en la caída.

En primera instancia los asaltantes  se habían confundido de habitación y  a uno de los soldados con Martín Cerezo. El soldado se defendió bien, mas cuando asomaron las armas, él y sus compañeros decidieron saltar por la ventana.  Desde la calle, Cerezo mandó a un sirviente que llamara al comandante insurrecto, que acudió enseguida, preocupándose por el bienestar del teniente. Tras penetrar en el inmueble se descubrió al médico atado fuertemente y detrás de la puerta, escondido, uno de los asaltantes. Cerezo lo agarró y mandó a su asistente que hiciera lo mismo para evitar que escapase. El comandante entonces solicitó la custodia del prisionero, quién tras cambiar de manos salió huyendo sin que los soldados tagalos hicieran nada por evitarlo. Para evitar posteriores asaltos, Cerezo puso en custodia del comandante 590 pesos que portaba consigo. Luego, para cubrir las apariencias, el comandante mandó poner guardia para proteger al teniente español.

Al día siguiente los españoles se levantaron con la noticia de que los caballos habían desaparecido. Así, para proseguir la marcha tuvieron que utilizar unos carabaos como bestias de carga y transporte. Afortunadamente durante el camino alguien pudo proporcionarles algunos caballos y continuaron el viaje hasta llegar a Bongabón. El único percance que tuvieron entonces fue el  robo de un carabao cargado con el equipaje y algunos documentos importantes del teniente Cerezo.

Una vez en el pueblo, Cerezo reportó sus pérdidas a Celso Mayor Núñez, Teniente Coronel del Estado Mayor filipino quién le respondió que si no se hubiese obcecado en la defensa de Baler nada de eso habría ocurrido. El lector puede imaginar los sentimientos y pensamientos del teniente Cerezo al contemplar enfrente a quién un día  juró defender la bandera que ahora despreciaba y ofendía. 

En Cabanatuán existía un hospital donde se estaba asistiendo a los españoles heridos o enfermos y donde Cerezo pudo tratarse el pie. Allí fue visitado por la esposa de Aguinaldo y el coronel Manuel Sityar, antiguo capitán del ejército español. La señora dio palabras de aliento a los prisioneros y enfermos allí postrados y les auxilió con un par de pesetas a cada uno. 

En Tarlak había una comisión española encargada de gestionar la libertad de los prisioneros. Cerezo y su tropa acudirían allí para luego acompañar a dicha comisión a Manila por petición propia de Aguinaldo.

A partir de aquí el trato que Cerezo y los suyos recibieron de los filipinos fue a mejor, sobre todo tras dejar atrás las tropas que les custodiaba, especialmente  Herrero y Alcaide. El capitán encargado de su custodia y cuidado proporcionó a los españoles cuanto necesitaron y alojó a Cerezo en casa de una familia que fue muy atenta con el español.

Llegados a Tarlak, las atenciones hacia los españoles no cesaron y Aguinaldo mandó que cada uno de los soldados fuera compensado con 1 peso, que fueran alojados en la mejor casa del pueblo y se les ofrecieran comida  en abundancia. Martín Cerezo además recibió un periódico en cuyas páginas se había publicado el siguiente decreto:


Habiéndose hecho acreedoras a la admiración del mundo las fuerzas españolas que guarnecían el destacamento de Baler, por el valor, constancia y heroísmo con que aquel puñado de hombres aislados y sin esperanzas de auxilio alguno ha defendido su bandera por espacio de un año, realizando una epopeya tan gloriosa y tan propia del legendario valor de los hijos del Cid y de Pelayo: rindiendo culto a las virtudes militares e interpretando los sentimientos del Ejército de esta República que bizarramente les ha combatido, a propuesta de mi Secretario de Guerra y de con mi Consejo de Gobierno, vengo en disponer lo siguiente:

ARTÍCULO ÚNICO

Los individuos de que se componen las expresadas fuerzas no serán considerados como prisioneros, sino, por el contrario, como amigos, y en su consecuencia se les proveerá por la Capitanía General de los pases necesarios para que puedan regresar a su país.-

Dado en Tarlak a 30 de junio de 1899.- EI Presidente de la República, Emilio Aguinaldo. 

El Secretario de Guerra, Ambrosio Flores.






Los héroes de Baler continuaron su viaje, recibiendo honores, banquetes y la admiración y  atención de las damiselas allá donde se detenían. En Manila fueron alojados en el Palacio de Santa Potenciana, se celebraron varios festejos y banquetes y fueron obsequiados con placas conmemorativas del sitio.

Por su parte  Martín Cerezo no dejó de recibir los elogios de unos americanos impresionados  que le ofrecieron  atractivas y pomposas proposiciones que amablemente rechazó:


“Por todas las grandezas y por todo el oro del mundo no cambio yo -les dije- mi honrado puesto bajo las banderas de mi patria.”

Y es que fue tal la impresión y admiración de los norteamericanos por el Sitio de Baler que pocos tiempo después su estudio  se convertiría en lectura obligada en West Point. Actualmente, en Estados Unidos las academias militares siguen estudiando tal hazaña.

Finalmente, el 29 de julio los héroes de Baler embarcaron en el vapor Alicante, llegando a Barcelona el 1 de septiembre. Un día después la tropa sería licenciada. 


LOS HÉROES OLVIDADOS

Con la llegada a España de las tropas de Baler y su posterior disolución, los soldados licenciados volvieron a su vida cotidiana, sufriendo cada uno de ellos desigual suerte en su futuro. Y es que la llegada de los héroes a nuestro país  despertó escaso interés tanto en las autoridades, la prensa y la población en general. 

Como ya se mencionó antes, hubo 8 desertores entre las filas españolas. Dos eran naturales de las Filipinas que lógicamente se pasaron al ejército de su país. Otros dos, Vicente González y Antonio Menacho fueron fusilados. A Jaime Caldentey  le llegó la muerte cuando manejaba un cañón contra las fuerzas sitiadas. De Félix García no se supo nada excepto que en 1914 las autoridades españolas aún le andaban buscando. A Felipe Herrero se le abrió un expediente por traición y lo único que sabemos de él es que a principios del siglo XX vivía en Caramoán. Sobre el infame José Alcaide se sabe que en el año 1900 llegó a Barcelona en situación de prisión preventiva y que se dejó morir de hambre.

En Baler, quedaron enterrados 17 soldados fallecidos, incluyendo a los dos fusilados, la mayor parte por enfermedad. Por parte de los tagalos se dejaron en el campo de batalla unas 700 bajas entre muertos y heridos. Nunca unos pocos pudieron con tantos.

En 1904 fueron repatriados los restos de aquellos soldados españoles que habían sido enterrados en la iglesia de Baler. Actualmente descansan en paz en el mausoleo de los Héroes de Cuba y Filipinas, situado en el cementerio madrileño de la Almudena.

En cuanto a los héroes de Baler que sobrevivieron al sitio y pudieron contarlo, conocemos la historia de algunos de ellos.

El teniente Martín Cerezo fue condecorado con la Cruz Laureada de San Fernando, máxima condecoración militar que puede recibir un soldado y fue ascendido a capitán, aunque llegaría posteriormente a General. Durante la Guerra Civil el resto de supervivientes recibió la Cruz de plata con distintivo rojo y una pensión de 7,50 pesetas mensuales, aunque posteriormente obtendrían una pensión vitalicia de dos pesetas diarias. No se cansó Cerezo de pleitear y solicitar  al Estado la máxima condecoración para cada uno de sus hombres y una pensión decente, pero sus peticiones fueron desoídas. Acertadamente, Martín Cerezo vaticinó que no sería extraño ver cualquier día a algunos de sus hombres pidiendo limosna para sobrevivir. Efectivamente, tiempo después uno de los últimos de Filipinas moriría cuando se hallaba pidiendo limosna en el metro. 
Cerezo se instaló en Madrid y cuando comenzó la Guerra Civil, los milicianos se llevaron a su único hijo varón de 18 años al que fusilaron en Paracuellos. Saturnino Martín Cerezo moriría en 1945, mismo año en el que se estrenó la película Los Últimos de Filipinas.

Vigil de Quiñones, médico del destacamento de Baler, se retiró en 1923 como comandante médico cuando contaba 61 años. El resto de su vida lo pasó con estrecheces, ya que el ayuntamiento de Marbella le denegó la ayuda económica  que solicitaba. Murió en 1934. 

Juan Chamizo fue uno de los encargados de incendiar el pueblo de Baler y al finalizar la contienda trabajó como jornalero, se casó y tuvo 3 hijas y dos hijos varones, los cuales sirvieron en la legión y murieron durante la Guerra Civil. Chamizo siempre llevaba encima sus medallas y las mostraba con orgullo. Murió en 1928 en la más absoluta pobreza a causa de un cáncer de píloro.

Marcelo Adrián era un excelente tirador. Al licenciarse solicitó un empleo en la Casa Real y estaba junto a los reyes cuando se proclamó la Segunda República.

Santos González murió asesinado por un guardia civil en 1936. Durante la Guerra Civil cada uno de los supervivientes de Baler se posicionó por uno u otro bando y muchos de sus hijos o nietos murieron combatiendo en esta contienda. 

Jesús García retomó sus labores como labrador y tras casarse tuvo 4 hijos. Hablaba a menudo de sus pesares en Baler y se quejaba con razón sobre el desconocimiento que la gente tenía sobre ese capítulo de nuestra historia. Murió en 1947.

José Olivares participó en el incendio de Baler y era amigo íntimo de Juan Chamizo. Ejerció de cartero durante 39 años. Empleo que le concedió la mismísima reina regente María Cristina. Una de sus grandes satisfacciones en la vida fue haber sido recibido por el rey Alfonso XIII, quien le abrazó efusivamente y le felicitó por sus hazañas en Baler. Olivares tuvo la oportunidad de visualizar la película Los Últimos de Filipinas  de 1945 y aunque vio algunos errores en ella, quedó satisfecho en líneas generales. Recibió el ascenso a teniente honorario. Murió en 1947, a los 71 años.

Fray Félix Minaya se unió a los defensores cuando llevaban más de 40 días de sitio. Junto al relato de Martín Cerezo, su crónica sobre el sitio de Baler es muy importante ya que no está condicionada por la responsabilidad militar. Minaya no embarcaría rumbo a España y vivió y murió en Filipinas en 1936.

Tras la Guerra Civil, quedaban vivos 13 de los 33 supervivientes del sitio y cuando se estrenó la película Los Últimos de Filipinas en 1945, solo vivían 8 soldados. 3 de ellos fueron ascendidos a tenientes honorarios.

Con el tiempo, la memoria de los Últimos de Filipinas sigue reivindicando un lugar en el panteón de los grandes héroes nacionales que el Estado sigue negando. Incluso en Filipinas cada 30 de junio se sigue conmemorando el edicto que Aguinaldo publicó respecto a los héroes de Baler, celebrándose desde 2003 el Día de la amistad hispano-filipina.

Queda una deuda pendiente hacia aquellos gloriosos soldados que soportando más allá de lo que un ser humano puede aguantar, fueron relegados al olvido y la miseria. Solo la iniciativa de aquellos pueblos que les vio nacer, recuerdan su gesta en forma de bustos y nombres de calles en su honor. Aún, el cine español, con sus fallos y errores,  nos recuerda que hubo una época en el que un grupo de valientes lo sacrificó todo por su patria y por su bandera. Tal sacrificio debería ser honrado en mi opinión, con la concesión a título póstumo de  la Cruz Laureada de San Fernando a cada uno de los soldados que defendieron el honor de una desagradecida España . Es más, los libros de texto históricos españoles, tan parcos en gestas patrias, deberían recoger tales hazañas sin sentirse culpables por ello. Gestas como las Navas de Tolosa, la Batalla de Lepanto, la defensa de Cartagena de Indias, la epopeya del Glorioso (De esta escribiré en breve) o la defensa de Baler,  son episodios de una historia que desgraciadamente nuestra juventud desconoce. Sirvan estas líneas para contribuir a la difusión y recuerdo de nuestros héroes y que la desmemoria  histórica nos niega. Pues al fin y al cabo la historia de nuestros héroes es nuestra propia historia y nuestro legado.



LOS HÉROES DE BALER  


                Los supervivientes del Sitio de Baler

Enrique de Las Morenas y Fossi, capitán de Infantería, fallecido por enfermedad.
Juan Alonso Zayas, segundo teniente, fallecido por enfermedad.
Saturnino Martín Cerezo, segundo teniente, herido.
Vicente González Toca, cabo, fusilado.
José Chaves Martín, cabo, fallecido por enfermedad.
Jesús García Quijano, cabo, herido grave.
José Olivares Conejero, cabo.
Santos González Roncal, corneta.
Félix Herrero López, soldado 2.ª, desertor.
Félix García Torres, soldado 2.ª, desertor.
Julián Galvete Iturmendi, soldado 2.ª, fallecido por heridas.
Juan Chamizo Lucas, soldado 2.ª
José Hernández Arocha, soldado 2.ª
José Lafarga Abad, soldado 2.ª, fallecido por enfermedad.
Luis Cervantes Dato, soldado 2.ª
Manuel Menor Ortega, soldado 2.ª
Vicente Pedrosa Carballeda, soldado 2.ª
Antonio Bauza Fullana, soldado.
Antonio Menache Sánchez, soldado, fusilado.
Baldomero Larrode Paracuello, soldado, fallecido por enfermedad.
Domingo Castro Camarena, soldado.
Eustaquio Gopar Hernández, soldado.
Eufemio Sánchez Martínez, soldado.
Emilio Fabregat Fabregat, soldado
Felipe Castillo Castillo, soldado.
Francisco Rovira Mompó, soldado, fallecido por enfermedad.
Francisco Real Yuste, soldado.
Juan Fuentes Damián, soldado, fallecido por enfermedad.
José Pineda Turán, soldado.
José Sanz Meramendi, soldado, fallecido por enfermedad.
José Jiménez Berro, soldado.
José Alcaide Bayona, soldado, desertor.
José Martínez Santos, soldado.
Jaime Caldentey Nadal, soldado, desertor.
Loreto Gallego García, soldado.
Marcos Mateo Conesa, soldado.
Miguel Pérez Leal, soldado, herido grave.
Miguel Méndez Expósito, soldado.
Manuel Navarro León, soldado, fallecido por enfermedad.
Marcos José Petanas, soldado, fallecido por enfermedad.
Pedro Izquierdo Arnaiz, soldado, fallecido por enfermedad.
Pedro Vila Garganté, soldado.
Pedro Planas Basagañas, soldado.
Ramón Donat Pastor, soldado, fallecido por enfermedad.
Ramón Mir Brils, soldado.
Ramón Boades Tormo, soldado.
Román López Lozano, soldado, fallecido por enfermedad
Ramón Ripollés Cardona, soldado.
Salvador Santa María Aparicio, soldado, fallecido por heridas.
Timoteo López Larios, soldado.
Gregorio Catalán Valero, soldado.
Rafael Alonso Medero, soldado, fallecido por enfermedad.
Marcelo Adrián Obregón, soldado.
Rogelio Vigil de Quiñones Alfaro, médico provisional, herido.
Alfonso Sus Fojas, cabo indígena, desertor.
Tomás Paladio Paredes, sanitario indígena, desertor.
Bernardino Sánchez Cainzos, civil.
Fray Cándido Gómez Carreño, párroco de Baler, fallecido por enfermedad.
Félix Minaya López, fraile franciscano, acogido en la iglesia de Baler para sumarse a los sitiados.
Juan López, fraile franciscano, acogido en la iglesia de Baler para sumarse a los sitiados.