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martes, 9 de mayo de 2017

ESPAÑOLES EN CAMPOS NAZIS (II) MAUTHAUSEN

El horror de los prisioneros españoles comienza justo en el momento en que estos fueron capturados por los alemanes en Francia. Tras ser entregados a los nazis por la Whermacht, los republicanos fueron metidos en trenes de mercancías con rumbo desconocido. Durante 4 días tuvieron que vivir hacinados en los poco espaciosos vagones, sin comida, sin agua y con un contenedor en un extremo donde debían depositar sus propias necesidades y que se volcaba cada dos por tres con el traqueteo del tren. Cuando el tren llegó a su destino los pasajeros más debilitados habían fenecido. Ese sería solo el comienzo de su pesadilla.

Mientras los trenes ponían rumbo a España con las familias de los soldados españoles, estos eran formados en columnas de 5 y conducidos  por una carretera al campo de internamiento. Nadie podía parar a descansar o mitigar la terrible sed que les consumía.  Aquel que intentaba echarse un  puñado de nieve a la boca era aporreado sin piedad. Para los que caían rendidos a tierra era mucho peor, ya que recibían un tiro directo en la nuca. Pronto los presos se fijaron en un cartel que les indicaba el lugar donde se encontraban: Mauthausen: Pero ¿Donde estaba Mauthausen?.



MAUTHAUSEN

Los primeros 392 españoles llegaron al campo de Mauthausen (Austria) el 13 de agosto de 1940. Luego llegarían hasta 8000 más, de los que solamente 1300 llegarían a ver la libertad.

Entrada frontal del campo de concentración de Mauthausen

El campo estaba completamente aislado del exterior. Estaba ubicado a las afueras de la población del mismo nombre y a unos 20 kilómetros de Linz. En las partes noreste y noroeste, había alambradas de púas electrificadas ubicadas sobre columnas de cemento armado de dos metros y medio de altura. Dos potentes focos móviles alumbraban aquella parte del campo durante la noche para evitar unas fugas que habrían sido imposibles, ya que que el menor contacto con las alambradas significaba una inmediata muerte por electrocución.

Las partes sureste y suroeste  el terreno estaba en pendiente, horadado por la extracción de miles y miles de toneladas de piedra que había ido formando una muralla natural y sobre la cual  había sido edificado el campo.


La entrada estaba flanqueada por garitas y torres de vigilancia armadas con pesadas ametralladoras. Tras la entrada había una explanada donde tenía lugar el recuento diario y la mayor parte de las ejecuciones. A un extremo se encontraban las duchas, la lavandería, las cocinas y el crematorio junto a las cámaras de gas.

Mauthausen, junto a su hermano Gusen o los campos de Auschwitz-Birkenau, Treblinka o Dachau se consideraban campos de tercera categoría, es decir, albergaban a los asociales, a los irrecuperables, a lo peor de la sociedad que había que exterminar. Entre estos estaban los judíos, homosexuales, testigos de Jehová, negros, gitanos, discapacitados, disidentes políticos, criminales comunes, eslavos y "rot spanien", rojos españoles.

El campo de Mauthausen llevaba operando desde 1938 y fue fundado por una empresa cantera privada con fines económicos. Más tarde la SS se hizo cargo del lugar y  utilizó mano de obra esclava para extraer un granito que serviría para pavimentar y embellecer las calles de Viena.

Los barracones de los prisioneros ocupaban 15 edificaciones agrupadas en tres columnas de cinco cada una, separadas a su vez por calles de unos siete metros. Al lado estaba la enfermería, utilizada mayormente por los kapos, ya que los presos enfermos acababan fusilados o en la cámara de gas.

     Vista de los barracones del campo de Mauthausen

El resto de dependencias consistían en oficinas, archivos, lugar de recreo de los guardias e incluso había un lugar acondicionado como prostíbulo.


COMIENZA EL INFIERNO

Nada mas entrar en el campo de concentración, un oficial de la SS hizo formar a los españoles. El nazi gritó algo que fueron traduciendo al español.

"Desnúdense lo más rápidamente posible sin salir de la formación"

Mientras, dos prisioneros veteranos iban metiendo en sacos de papel las escasas pertenencias que llevaban los nuevos reclusos y entregaba a cada uno un pijama a rayas donde además del número de preso (que debían aprenderse de memoria en alemán, bajo pena de severos castigos) llevaba cosido un triángulo de color azul con la letra S (Spanier) en el medio. A modo de calzado, se les entregaba una especie de sandalia con suela de madera.

    Distintivos nazis para distinguir a los diferentes asociales



Los triángulos cosidos al pecho indicaban el lugar o procedencia social del penado. Un triángulo rojo indicaba que el recluso era un preso político, el negro resaltaba la condición de vago e improductivo (los gitanos), los presos comunes condenados por robos, atracos o asesinatos portaban un triángulo verde, el triángulo morado a los pacifistas u objetores de conciencia, el rosa  los homosexuales, los soldados de otras nacionalidades lo llevaban en rojo, pero indicando con una inicial su lugar de procedencia. Caso especial era el de los judíos, quienes ostentaban un doble triángulo superpuesto formando la estrella de David. No es difícil establecer el porcentaje de judíos que murieron en Mauthausen, ya que fueron las víctimas más directas de la ira germana. Y es que la media de vida de un judío en este lugar apenas rebasaba unos pocos días, unas horas o incluso minutos si se trataba de judíos homosexuales. Las siguientes víctimas favoritas de los nazis eran los polacos, a los que se les asignaban los trabajos más duros y los castigos más severos. Solo un 3% sobreviviría a este horror.



LOS KAPOS

En la estricta y disciplinada mentalidad alemana no podían faltar presos cooperantes que ayudaban a mantener el orden dentro del campo. Estos reclusos llamados kapos tenían privilegios fuera del alcance de otros prisioneros. Se les asignaba trabajos más ligeros y recibían raciones extra de comida. Además, tenían libertad para castigar o matar a otros presos casi sin tener que rendir cuentas por ello. Por lo general estas funciones las realizaban los presos comunes o políticos. Magnus Keelerun corpulento político nazi caído en desgracia y apodado por los españoles como King Kong,   era  jefe de todo el campo y célebre por su falta de humanidad con el resto de presos. Peter o Saremba eran otros kapos de probada crueldad. Este último atravesó con una horquilla el cuerpo de un moribundo porque le molestaba los lamentos que profería tras ser apaleado. Peter gustaba de acercarse a hurtadillas a los presos y descargar con violencia su látigo sobre ellos. Tzigaina, un kapo alemán exterminó a todo un Kommando de judíos en una zanja, al lado del molino.

Otros kapos eran los que dirigían los barracones. Se encargaban de que el resto de presos cumplieran las normas y mantuvieran limpio y en orden el barracón. Además determinaba quién estaba o no en condiciones para seguir trabajando, enviando a la muerte a los no aptos. Todos estaban a merced de estas malas bestias. Podían matarte a bastonazos, ahogarte en los lavabos u obligarte a suicidarte. Su crueldad y falta de sentimientos no tenían límites. Los kapos se encargaban de acabar con toda esperanza de libertad. Señalando a las chimeneas que se elevaban en lo alto de los crematorios, solían recordar a los penados que ese era el único sitio por el que saldrían libres. 

      Los "suicidios" provocados fueron muy frecuentes 

También mandaban los kommando o grupos de trabajo. Vigilaban que nadie se "escaqueara" o le pusiera falta de ganas en las labores diarias. Al que era sorprendido descansando o tomándose un respiro se le aplicaba un correctivo que podía ir desde una simple patada a una brutal paliza o incluso la muerte.

Hubo kapos de varias nacionalidades, incluso españoles. Aunque entre los nuestros hubo alguno cuyo comportamiento no difería en nada al sadismo y crueldad acostumbrado, la mayoría de los kapos españoles trataron al resto de presos con respeto, incluso a riesgo de recibir ellos mismos el castigo. En el próximo capítulo veremos como los españoles se las ingeniaron para lograr puestos de responsabilidad y así ayudar a la supervivencia y resistencia de otros presos.


"UN DÍA NORMAL" 

Antes del amanecer una campana tañía la orden de levantarse. Una vez en pie y formados en el exterior, los reclusos eran contados y recibían las instrucciones pertinentes para el trabajo del día. Luego y a modo de desayuno recibían un extraño caldo antes de ponerse a trabajar.

El trabajo principal asignado a los presos era la cantera. El granito recogido era de alta calidad y servía para la construcción de los edificios emblemáticos nazis. La cantera se encontraba ubicada a pocos kilómetros del pueblo y se hallaba rodeada de altos y hermosos abetos. Medía entre 700 metros de largo por 200 de ancho. El perímetro estaba asegurado con alambradas electrificadas y torres de vigilancia. Trabajaban allí diariamente unos 1500 presos, desde que amanecía hasta que se ponía el sol. Desde allí había 186 escalones que conducían hasta el edificio principal. Ese número lo conocían muy bien los prisioneros ya que esas fatídicas escaleras sería escenario de los más atroces asesinatos. Estas habían sido construidas por los españoles y cada peldaño estaba regado con sangre, como bien recordaba un antiguo preso español:

    "Subirlos y bajarlos representaba un gran esfuerzo para cualquier persona, pero más aún para los penados, cuyo organismo estaba debilitado por la falta de alimento y los castigos. Además nos obligaban a descenderlos trasportando pesadas piedras, en muchas ocasiones considerablemente mayores de lo que físicamente éramos capaces.
Los primeros días de nuestra llegada al campo, cuando estábamos en el período de cuarentena, debíamos bajar y subir siete u ocho veces aquellas escaleras cargados con enormes bloques que terminaban minando nuestra salud. Era un refinado método de selección; sólo quienes éramos capaces de resistirlo podíamos ser considerados aptos para el trabajo y, por tanto, útiles al Nacional Socialismo."

 La cantera fue sin duda una de las tareas más terribles

Sin embargo, los que más sufrieron las iras inmisericordes de los nazis fueron los judíos. Estos eran obligados a descender con piedras más pesadas y a mayor velocidad, bajo pena de ser apaleados hasta la muerte. Sobra decir que esta explotación sin límites conllevaba un porcentaje de mortalidad del 100%. De vez en cuando los kapos jugaban al efecto dominó con los presos, en especial con los judíos. Los repartían a lo largo de las escaleras y luego empujaban a los que estaban en la cima. En una ocasión 300 judíos fueron masacrados en las escaleras cuando los nazis lanzaron contra ellos a sus sanguinarios perros lobo. Los judíos, presa del pánico comenzaron a atropellarse unos a otros resbalando a causa de la suela de madera de los zapatos. Cuando todo terminó la escalera estaba llena de cadáveres, heridos agonizando y trozos de miembros arrancados, todo esto bajo las risas y bromas de las SS.

                   La famosa escalera de la muerte

A pocos metros de allí, cerca del último peldaño de la fatídica escalera había un saliente que los españoles llamaban "roca Tarpeya" desde donde los nazis lanzaban al vacío a muchos penados, en especial a los judíos. En la caída de 40 metros se encontraban con salientes cortantes que destrozaban sus cuerpo antes de llegar al suelo. Muchos presos eran inducidos a suicidarse por los kapos, mientras que otros, dejaban sus herramientas a un lado, se acercaban con serenidad al saliente y se lanzaban al vacío voluntariamente.

La muerte se convirtió en algo cotidiano para los españoles. Un preso llegó a contar 35 maneras diferentes de morir en Mauthausen. Sin embargo, la cantera era la peor de las muertes. Una agonía lenta que solo terminaba cuando morían por agotamiento.

Otros trabajos más "descansados" tenían que ver con la carpintería, la construcción, incluso la fotografía o la administración. Cualquier cosa era mejor menos la cantera. 

La jornada de trabajo solo era interrumpida para comer. La comida consistía en unos gramos de margarina, una rodaja de salchichón, un trozo de pan negro y un extraño brebaje negruzco al que llamaban café.

La jornada terminaba con la formación y recuento de los prisioneros.



LA MUERTE COMO COMPAÑERA

La muerte y la tortura era tan habitual que nadie se inmutaba lo más mínimo cuando diariamente los carros llenos de cadáveres eran conducidos al crematorio. Este funcionaba casi ininterrumpidamente las 24 horas del día.

La muerte podía acechar a los presos casi por cualquier nimiedad. A la larga y brutal jornada  de trabajo se unía el debilitamiento de unos cuerpos que sin defensas eran susceptibles de enfermar fácilmente. Todos sabían lo que significaba acudir a la enfermería. De allí solo salías para entrar directamente en el crematorio. Las diarreas eran muy comunes y manchar el pantalón podía acarrearte la muerte, apaleado por un kapo o un SS, preocupados siempre por la higiene y el orden. Los piojos eran una plaga y no eliminarlos de la ropa igualmente podía acarrearte una paliza como poco. Los productos químicos para desinfectar los barracones de plagas eran tan nocivos que aún tras su ventilación muchos amanecían muertos por intoxicación.

En la enfermería se aplicaban experimentos mortales sobre los penados. El desenlace en experimentos contra el calor o el frío, sometiendo a los presos a muy altas o bajas temperaturas era fatal. También se les inoculaba enfermedades tales como la tuberculosis, la difteria o el tifus. Cuando un preso confiado acudía a la enfermería aquejado de cualquier dolor, lo normal era que el médico acabara con su vida inyectándole gasolina en el corazón. Fueron muchas las muertes por este método. 

Experimento nazi basado en la resistencia a bajas temperaturas

El intento de fuga estaba penado con la horca. Esta ejecución se hacía de forma pública para que sirviera de escarmiento y disuadiera al resto de presos. A veces, los propios kapos entregaban un cinturón a un preso determinado y le mandaba que se quitara la vida con él.

Los guardias eran compensados con días de permiso cuando lograban matar a un penado que intentaba huir. Esta gratificación se convirtió en una excusa para que los guardias mataran indiscriminadamente a los que se acercaban un poco a las vallas. 

Una de las muertes más atroces las causaban los perros. Estos eran azuzados por sus amos de las SS contra unos indefensos presos que nada podían hacer para librarse de las fauces de los canes. Por lo general los animales estaban tan bien adiestrados que cumplían fielmente las órdenes  de sus dueños cuando este les mandaba destrozar a los prisionero y arrancar a mordiscos la carne de piernas o brazos. El más fiero de los canes era Lord, un mastín casi tan alto como una persona. Pertenecía a Bachmayer, segundo oficial del campo. Lord estaba entrenado para arrancar los genitales de los presos de una dentellada. 


Los perros nazis estaban entrenados para matar y destrozar a sus víctimas

El frío también se llevó infinidad de vidas en este campo. Las bajas temperaturas de -20º en invierno eran mortales ante la escasa ropa que llevaban los presos. A veces, en los inviernos más fríos y durante el recuento, hacían formar  a los penados durante horas solo para ver como uno a uno iban cayendo congelados. Muchos buscaban formar en el centro para estar al abrigo de otros cuerpos y así resistir mejor el frío. Otras veces, los nazis mandaban desnudarse a los presos en el patio, bajo temperaturas bajo cero y les regaban con agua fría.  Los agonizantes que no morían se les pisaba la cabeza y eran ahogados en los charcos de agua.

Los sábados era el día señalado para ducharse. Nadie estaba exento, ni enfermos ni sanos. En invierno era un suplicio hacer cola bajo un frío intenso y esperar que te llegara tu turno. El gracioso de turno encargado de las duchas a veces lanzaba un chorro de agua fría sobre los presos. Los más débiles buscaban un rincón donde escapar, mientras los más fuertes frotaban enérgicamente su piel mientras movían los pies.

La climatología adversa no era excusa para dejar de trabajar y las muertes por pulmonías o neumonías se contaron por cientos. Además, el suelo helado daba lugar a resbalones que podían romper un brazo o una pierna con la caída. Una extremidad rota suponía de facto la muerte. 

Las vallas electrificadas eran una forma de escapar voluntariamente de ese sufrimiento. Algunas veces el penado no llegaba a tocar el alambre. Los guardias desde la torre de vigilancia acababan a disparos con la vida del preso antes de que este llegara a acercarse siquiera a la alambrada.

Muchos eran incapaces de resistir y se suicidaban en las vallas electrificadas 

La célebre cámara de gas fue extensamente utilizada en Mauthausen. El gas, llamado Zyklon B atacaba directamente al sistema nervioso y había sido fabricado inicialmente para el control de plagas. Fue un producto tan eficiente para el exterminio de las ratas que se decidió fabricarlo masivamente para el exterminio de los judíos en la llamada "Solución Final". La mayoría de los judíos que arribaron a Mauthusen fueron asesinados a través de este método. 

  Así se veía la cámara de gas desde la mirilla del exterior

Todo era una parafernalia. Cuando los judíos llegaban al campo eran obligados a desnudarse y tanto adultos como niños eran conducidos a las cámaras de gas bajo la excusa de recibir una ducha. Allí dentro y una vez sellada la cámara se abría la espita del gas. Los judíos, presa del pánico corrían hacia la puerta y se dejaban las uñas intentando abrirla por todos los medios. Desde fuera, una mirilla permitía a los SS "disfrutar" del dantesco espectáculo. Dentro, los más pequeños eran los primeros en morir aplastados por los adultos que intentaban escapar de esa trampa mortal. La muerte llegaba entre una larga agonía de unos 15 o 20 minutos. Primero se entraba en una fase de sofocación, luego se relajaban los esfínteres y las víctimas se orinaban, defecaban o las mujeres con el periodo menstruaban abundantemente. Luego llegaba la inconsciencia y la muerte. Literalmente el ácido prúsico destrozaba los órganos internos.

             Las célebres y terribles cámaras de la muerte

Los cuerpos no podían ser retirados inmediatamente, ya que se requerían varias horas para que el gas se disipara completamente. Esto daba lugar a que los cadáveres apelotonados y retorcidos entre sí se mostraran rígidos y hubiera de desmembrarlos para poder sacarlos de la cámara para conducirlos finalmente a los crematorios. Sin duda, uno de los episodios más oscuros del nazismo.

El trabajo de limpiar de cadáveres las cámaras y conducirlos al crematorio recaía sobre los presos, que tras un tiempo haciendo este servicio eran ejecutados  para que no quedaran testigos de la barbarie que los SS cometían con los judíos y eran reemplazados por otros presos. 

El hambre fue el peor enemigo de los presos. Las calorías diarias ingeridas apenas pasaban de las 1700, muy insuficientes para el trabajo de explotación al que eran sometidos. El soborno para obtener un poco de comida extra estaba a la orden del día. Incluso con favores sexuales. Rebuscar en la basura era otra opción, sin embargo podías encontrarte con sorpresas desagradables. En una ocasión dos presos españoles hallaron trozos de intestino de cerdo que ingirieron con avidez. El sabor les pareció muy agradable, comparándolo al tocino. Si hubieran mirado unos metros más allá se habrían dado cuenta de que las vísceras no eran de cerdo sino de unos pobres penados asesinados por los nazis.

Los fusilamientos en masa fueron tarea habitual en Mauthausen. La prisa por exterminar por parte de los nazis hacía que muchos recién llegados, entre ellos mujeres y niños fueran fusilados nada más entrar por las puertas del campo. Cuando había tiempo se les tomaba nombre y filiación y se les vestía con el pijama a rayas, tras lo cual eran ejecutados. Lo más cruel era que los condenados tenían que retirar el cadáver de su predecesor y rociar con arena la sangre derramada. cuando no había tiempo se les fusilaba rápidamente y por parejas.

  Las ejecuciones y fusilamientos fueron práctica común 

Sobrevivir en ese infierno era una pesadilla. El camino del suicidio era la vía más rápida para dejar de sufrir. No obstante, la mayoría deseaba vivir, manteniendo la esperanza de una liberación que nunca llegaba. Lope Massaguer, uno de los presos españoles fue uno de los que se aferraban a vivir como fuera:

"Cuando contemplaba a mis compañeros arrojarse al vacío, se desencadenaba una terrible batalla dentro de mi cabeza. Los miembros cansados, el estómago siempre vacío y gélido, la desesperanza... muchas cosas me empujaban a seguir su ejemplo. Sin embargo, una voz desconocida, aunque débil, me repetía machaconamente, ¡resiste!, ¡no abandones! Ella vencía siempre y yo continuaba arrastrando los pies, moviendo pesadamente los brazos que arrancaban a la montaña parte de ella misma" 

Muy pronto, los españoles tomaron conciencia de que si querían sobrevivir era preciso que los penados se organizaran y unieran en un grupo de ayuda y solidaridad hacia los más débiles. 

Continuará...






    



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