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lunes, 2 de abril de 2018

LA SANIDAD EN LA GUERRA CIVIL. LA REPÚBLICA



 
La Guerra Civil Española fue un acontecimiento cruel  que llevó a las armas a una España dividida por ideas irreconciliables. El conflicto civil nos ha traído cientos de  publicaciones  dedicadas a las batallas,  política,  represión e incluso  vida cotidiana de sus soldados. Sin embargo, dejando a un lado las convicciones políticas de unos u otros,  las  publicaciones actuales dedicadas  a la sanidad  durante la Guerra Civil son escasas, a menos que  vayamos a la web o a las revistas y periódicos de aquella época. En este último caso, existe información de primera mano dedicada completamente al cuidado de la salud y curación de los heridos de la Guerra de España en  revistas y periódicos de campaña de aquel entonces.

La mayor parte de la información que he podido recopilar viene de  revistas y diarios de campaña republicanos, dedicados exclusivamente al cuidado y bienestar de los heridos y enfermos. Es el caso de La Voz de la Sanidad, en sus diferentes publicaciones regionales, como las de Levante, del Ejército de Maniobra, o las de la XV Brigada, así como informes de los cuerpos de  Ejército del Centro I, II, III y IV.  En la hemeroteca digital de la Biblioteca Nacional podemos descargar y estudiar cientos de estas publicaciones. Por desgracia, casi toda la información digitalizada relativa a la Guerra Civil proviene de fuentes republicanas. De todas las publicaciones digitalizadas dedicadas a la Guerra Civil  por este organismo, el 90% corresponde al bando republicano. La revista franquista Técnica, dedicada a temas administrativos, también nos ofrece algunos escasos pero interesantes artículos sobre la sanidad en el lado nacional. Es lo que tiene la mal llamada Memoria Histórica, que solo nos ofrece una visión monolítica del conflicto. 


LA SANIDAD EN ESPAÑA ANTES DEL CONFLICTO

Al comenzar el siglo, España era un país muy retrasado, tanto económica como tecnológicamente. En materia de salud era un desastre, ocupando los últimos puestos en las estadísticas sanitarias y con una mortalidad muy alta. Solo Rusia, Hungría y Rumanía estaban por detrás de España en este concepto.

Es a partir de 1906 que se inicia un descenso de la mortalidad y un adelanto en las técnicas y prácticas sanitarias. Ese descenso se paralizaría en 1918, debido a la epidemia de gripe que elevó la cifra de mortalidad al 33,1 por 1,000 (26,2 por 1,000 en 1906).

España avanzó en el tratamiento de enfermedades tales como tifus, tuberculosis, cáncer, gripe, trastornos cardíacos y cerebrales, disminuyendo progresivamente, gracias en gran medida a una mayor observancia de las reglas de higiene, un saneamiento de las poblaciones mediante el abastecimiento de aguas y depuración de materias residuales. La elevación de la técnica y competencia profesional de médicos y sanitarios contribuyó enormemente a esta mejoría.

La mortalidad infantil disminuyó notablemente y las defunciones de menores de 5 años fue decayendo, gracias  al avance rápido de la puericultura. España sin duda se puso a la altura de los países más adelantados en materia sanitaria. 

Durante la República se echó en falta una mejor organización de la sanidad, ya que esta dependía del ministerio de Gobernación, incapaz de resolver los problemas de independencia que precisaba. Esto es, un ministerio propio o medios precisos que médicos, practicantes, comadronas, etc. necesitaban. La revista nacional Técnica publicaba en 1937 un diagrama de fallecidos en España durante 1933 en el que se muestra un alto porcentaje de decesos por problemas respiratorios o del corazón.

Este diagrama, de elaboración propia, marca unos porcentajes aproximados, ya que estos no aparecen en el diagrama original.


EL TRATAMIENTO DE LAS HERIDAS DURANTE LA GUERRA

Durante la I Guerra Mundial la mayoría de los heridos solía morir por la septicemia causada por la infección de las heridas causadas en el campo de batalla. No fue hasta que Alexander Fleming descubrió la penicilina, utilizada masivamente en la II Guerra Mundial, que se pudo derrotar a la infección.

Sin embargo, en 1936 la penicilina aún no estaba desarrollada y la Guerra Civil requirió de profesionales que pudieran combatir con eficacia la septicemia, la  infección y aquellas heridas típicas de la guerra. Los médicos españoles habían tomado buena  nota de los errores de la I Guerra Mundial y sabían como evitar que las infecciones se reprodujeran, o al menos minimizar el impacto y propagación de estas.  En el periodo comprendido entre 1890 y 1920 los ingleses habían sufrido un 80% de bajas causadas por la infección de las heridas de bala y metralla, frente a un 20% por impacto directo. Transcurridos 3 meses de la Guerra Civil,  los contendientes apenas habían sufrido bajas relacionadas con la septicemia, al menos en aquellos frentes con una sanidad bien organizada. Y es que el trato inicial y primera cura  del herido podía repercutir en su bienestar futuro. Por eso existía una serie de pautas que los sanitarios debían cumplir a rajatabla.

HERIDAS DE FUEGO

Cualquier herida de fuego debía ser considerada cómo infectada. Se tenía por inevitable una primera infección que era causada por proyectiles, tierra o trozos de ropa. Una  infección secundaria se podía evitar absteniéndose de tocar con las manos sucias o material no esterilizado.

La primera cura consistía en un vendaje de urgencia para evitar una posterior infección.  La hemostasia se podía obtener en una primera cura por un vendaje compresivo. Ante una hemorragia masiva arterial, había que aplicar bien un compresor, y si no lo tuviere a mano se hacía un torniquete por encima de la herida y se cubría con un vendaje estéril. El último recurso a la compresión era colocar el dedo en el  curso de la arteria hasta recibir auxilio más apropiado.

Un enfermero experimentado publicaba estos consejos hace 80 años.

Para hemorragias pequeñas vendaje bien apretado.
No dar morfina a los heridos de vientre
No trabajar con instrumentos sin esterilizar.
No poner compresores en el antebrazo ni en la pierna.
No buscar metralla en las heridas.
No dar de beber a los heridos de vientre.

En las heridas por metralla, el sanitario tenía prohibido tocar la herida, sacar las balas o trozos de metal, aunque estuvieran alojados superficialmente. Se le administraba al herido una inyección de suero antitetánico o antigangrenoso.

En los casos de una grave hemorragia en el cuello, los primeros auxilios eran casi siempre deficientes, por su dificultad y por necesitarse conocimientos anatómicos especiales. En las de tórax y abdomen las dificultades eran tremendas. Solo un traslado urgente podía reportar algún beneficio al herido.

Durante los dos primeros años de guerra los cirujanos adquirieron gran experiencia  en el manejo de las heridas de bala. Sin embargo, en la campaña de 1938, muchos heridos comenzaron a morir en la sala de operaciones debido a un nuevo tipo de proyectil utilizado por los nacionales  y cuyas heridas provocaban lesiones de tal naturaleza e intensidad nunca vistas. Algunos de los resultados logrados por la sanidad republicana en la guerra fueron publicados con gran orgullo:

Las heridas de vientre suelen presentarse con mayor frecuencia durante la tercera fase de los combates, caracterizada por asaltos fuera de las trincheras propias. Generalmente están precedidas por un alto porcentaje de heridas de metralla de bomba aérea o artillera (1ª fase) y por heridas en la cabeza, producidas dentro de la trinchera (2ª fase).
Las heridas de vientre fueron consideradas hasta hoy como generalmente mortales. Durante la Gran Guerra apenas se operaron heridos de vientre, siendo el porcentaje de muertes por esta causa verdaderamente pavoroso: un 92%. En nuestra guerra, hasta estas últimas semanas, la proporción de heridos de vientre fallecidos era menor que en aquel periodo, un 82%, lo cual supone un indudable avance. Actualmente, con ocasión de nuestra ofensiva en Aragón (¡cuan ejemplar por muchos motivos diferentes!), nuestros médicos han conseguido hacer descender este porcentaje hasta el 60%, salvando por tanto a 40 de cada 100 heridos de vientre.
Aparte de estas heridas de excepcional importancia, si tomamos en cuenta otros tipos de heridas – cabeza, pulmón y miembros – veremos que su mortandad durante la Gran Guerra alcanzó el 9%, habiendo bajado hasta el 6% en nuestro ejército. Las amputaciones son también cada vez más raras, ya que nuestros médicos militares han adoptado rigurosamente el principio de no practicarlas salvo en caso de inminente riesgo para la vida del soldado herido. Nuestra estadística recoge la cifra de solo dos amputados cada 100 heridos. Los casos de gangrena han sido rarísimos en nuestra guerra, mientras que los de gangrena gaseosa, totalmente excepcionales, al punto de que en toda nuestra ofensiva en Aragón hemos tenido entre cero y uno de estos casos, lo que todavía no está confirmado.
Con estos datos, que acreditan resultados admirables, nuestra Sanidad Militar, antes defectuosa y rudimentaria, se ha situado en primera fila de los ejércitos del mundo.


El mauser m1893 fue el fusil más utilizado por el ejército republicano durante la Guerra Civil. En combate superaba a muchas armas europeas y americanas. Era un arma muy fiable.


La enucleación ocular (extirpación del globo ocular) fue práctica común y  nos es contada con todo lujo de detalles en aquellos casos que presentan heridas extensas en el ojo, generalmente estallado, aplastado o con una gran hipotonía por vaciamiento total o parcial. Es una guía de como debe proceder el cirujano para seccionar los nervios ópticos y dejar un "bonito" hueco para un ojo de cristal.

Las transfusiones de sangre ya eran bien conocidas. Cuando el herido perdía mucha sangre en el campo de batalla, se hacía necesario restablecer el volumen de líquido perdido primero y luego sostener el corazón. Para compensar  la pérdida de sangre había dos procedimientos, una inyección intravenosa de suero fisiológico o una transfusión de sangre. La primera medida  solo pretendía compensar la pérdida de líquido y no suplía de ningún modo el beneficio de una transfusión de sangre, la cual aportaba los "sólidos" (hematíes, leucocitos..) necesarios para la supervivencia del herido, especialmente los hematíes, encargados de llevar el oxígeno a los tejidos. Cuando la pérdida de sangre era considerable se colocaba al herido con la cabeza más baja que los pies para evitar la anemia del cerebro, se vendaba y ligaba las cuatro extremidades para dirigir la sangre de los miembros hacia los órganos centrales.

Durante la defensa de Madrid se hizo necesaria una reestructuración sanitaria de la que salieron algunas novedades pioneras en el campo de la salud. Así, en noviembre de 1936, el doctor Norman Bethune efectuó por  primera vez en la historia una transfusión de sangre sin necesidad de que el donante estuviera presente. El doctor Bethune desarrolló unidades móviles que trasladaban la sangre conservada en recipientes a los campos de batalla donde se utilizaba in situ con los soldados heridos. 

Norman Bethune 


GUERRA QUÍMICA

Nacionales y republicanos estaban convencidos de que unos u otros acabarían utilizando armas químicas. Ya durante la II República la población civil había sido instruida en caso de un supuesto y futuro ataque químico. Los folletos informativos que habían quedado en el olvido, recuperaron su protagonismo al comenzar el conflicto civil y fueron publicados por ambos bandos. Sin embargo, y aunque Franco compró este tipo de armas no hay constancia de que se utilizaran  en la Guerra Civil.

Las instrucciones ante una situación de guerra química eran muy precisas:

Como medida preventiva, los soldados debían llevar máscaras de gas. Cuando eso no fuera posible, existían unas pautas para el tratamiento de los afectados por los químicos.

Sacar al paciente al aire libre y limpiar ojos y nariz con cloruro de sodio en una de medida de 14 grs. por litro de agua, una solución bicarbonatada de 22,5 grs. por litro de agua o 1 gramo de cocaína por 100 grs. de agua.

Ante una afección por gas sofocante e irritante pulmonar había que transportar al herido en camilla, con la prohibición de que andara. Estaba prohibido hacerle la respiración artificial, ya que podía provocar una hemorragia pulmonar mortal. Había que eliminar las secreciones nasales y que el afectado inhalara amoniaco o cloroformo si el pulmón no estaba muy afectado. Así mismo el herido debía hacer gárgaras con bicarbonato de sosa, 25/30 grs. por litro de agua. La tos se combatía con codeína o dionina. También se practicaba la sangría, unos 500 o 800 grs. de sangre. Se administraba cardiotónicos tales como la cafeína, esparteína, café, etc..

Se calentaba al enfermo y se le ponía en reposo absoluto en el pecho o se le ponía medio sentado. La oxigenoterapia consistía en la inhalación de oxígeno al 50 o 60% o una inyección de 500 cm4 de oxígeno. La dieta consistía en una alimentación líquida y ligera. Para evitar infecciones secundarias (bronquitis, neumonía) se proporcionaba una atmósfera balsámica.

TRASTORNOS DEL ESTÓMAGO

Aunque parezca mentira, las dolencias de retaguardia fueron tan importantes y comunes como las heridas derivadas del campo de batalla. Muchos soldados llegaban con problemas estomacales. Algunos eran antiguos enfermos que padecían de úlceras o inflamaciones crónicas, que llegaban con dolores y vómitos. Otros soldados sufrían los efectos de una mala alimentación, tal como se recoge en un informe del IV cuerpo de ejército.

"La alimentación de las tropas en la mayoría de los casos resulta demasiado monótona y falta de nutrientes, noalcanzando, por insuficiencia de proteínas e hidratos de carbono, el número de calorías fijadas en la ración de sostenimiento. Como consecuencia de esto, en los hombres se observa una menor capacidad de resistencia física, una disminución de las defensas orgánicas ante las infecciones y un considerable aumento de las enfermedades del aparato digestivo. A la vista de esto, los médicos de batallón y de brigada deberán vigilar la composición de los ranchos que se dan a la tropa, procurando que aquellos sean más variados e incluyan si es posible fruta fresca a fin de evitar la avitaminosis. Las deficiencias que encuentren en la alimentación de las tropas deben ser transmitidas a los jefes superiores y a esta Jefatura de Sanidad."

Los médicos se dieron cuenta además que los alimentos se condimentaban cuando se echaban a perder y causaban intoxicaciones. Había un empleo abusivo de las grasas (mantequilla, aceite) que hacía las digestiones más pesadas. La temperatura de las comidas era otro problema y se aconsejó no comerlas ni muy frías ni muy calientes. El exceso de bebidas alcohólicas y el consumo de tabaco en ayunas irritaba el estómago, dando problemas estomacales a largo plazo.


 ENFERMEDADES VENÉREAS


Durante la I Guerra Mundial, los soldados del Imperio austrohúngaro tenían totalmente prohibidas las relaciones sexuales con las mujeres y cualquier contacto con alguna de ellas sin permiso era castigado como si se hubiese cometido un crimen. Esto se debía a que las enfermedades de transmisión sexual imposibilitaba a los soldados para la guerra y los combatientes buscaban contagiarse voluntariamente. Por tanto, el ejército elevaba esta práctica al crimen de automutilación y por ende, al de alta traición.   

La República sin embargo, concedió vía libre a sus soldados para que dieran rienda suelta a sus pasiones, con el consiguiente problema  de las enfermedades venéreas. La promiscuidad y el amor libre era una de las señas del bando republicano y las mujeres del frente a veces compartían algo más que la trinchera y la camaradería con sus compañeros masculinos. Era tal la cercanía entre los frentes de uno y otro bando, que los nacionales podían escuchar perfectamente como hombres y mujeres del lado republicano practicaban relaciones sexuales y eran invitados  a pasarse al otro lado para disfrutar de los mismos placeres carnales.

Carteles como este pretendían concienciar a los soldados de los peligros del contacto sexual sin protección. 



Para hacernos una idea de como afectó este desenfreno a la República, solo tenemos que leer las crónicas de la época. Los nacionales habían bautizado a las mujeres republicanas con el sobrenombre de "ametralladoras", pues las bajas que causaban a sus propios compañeros a través de las enfermedades de transmisión sexual eran tan grandes como las causadas por las balas. Esto está confirmado por los diarios sanitarios de campaña republicanos. El 19 de marzo de 1938 La Voz de la Sanidad de Levante publicaba lo siguiente:

"..segadoras de vidas de soldados nuestros, que por algo el pueblo las han calificado de "ametralladoras del amor", nuevas mesalinas"

 Fimosis, balanitis (inflamación del glande causado por una mala higiene o por relaciones sexuales, derivando al virus de herpes simple, VHS), chancroide (infección de transmisión sexual), fueron las dolencias e transmisión sexual más comunes correspondiente al 52% de los soldados contagiados de la XV División. El 30% correspondía a los blenorrágicos agudos (blenorragia o más conocida como gonorrea, es una enfermedad de transmisión sexual caracterizada por la inflamación de las vías urinarias y los genitales). El 13% correspondía a los sifilíticos (infección bacteriana que se contagia por transmisión sexual que causa inflamación sin dolor, pero que puede ser tratada con antibióticos). Los enfermos recibían curas ambulatorias que aliviaba en parte sus dolencias.

                    Mujer combatiente en primera línea de fuego.


Cansados de tratar continuamente las enfermedades de transmisión sexual, se publicaron varias noticias y advertencias para que los soldados utilizaran preservativos y profilácticos. Ya fuera por su incomodidad, ignorancia o  mala utilización de estos medios anticonceptivos, la medida no cuajó y los preservativos acabaron durmiendo tranquilamente en los bolsillos de los soldados, mientras  las enfermedades venéreas siguieron "ametrallándolos" durante el resto de la guerra.  

OTRAS ENFERMEDADES


El paludismo, contagiado por el mosquito anopheles, que vivía en entornos con aguas estancadas y transmitía la enfermedad llamada plasmodium malariae, causaba como síntomas accesos febriles intermitentes, mucho sudor e intensa sensación de malestar. El paludismo se combatía con pequeñas dosis de quinina, 1 gramo semanal o 20 centígramos diarios.

Los piojos, muy abundantes en la guerra, eran combatidos con una buena higiene. La ropa se lavaba a menudo y al menor indicio de estos insectos, se rapaba todo el pelo del afectado y la ropa se desinfectaba con agua hirviendo o se utilizaba gas cianhídrico. Se prohibía lavar la ropa con agua fría por ser foco atrayente de todo tipo de bacterias y parásitos. 

La República tenía un buen servicio de odontología y oftalmología y los diarios y revistas sanitarias publicaban cada semana los horarios de consulta. 

Las enfermedades mentales causadas por el conflicto, la llamada neurosis de guerra, con cuadros psicóticos por situaciones emotivas intensas fue rebajado al grado de histeria y no fue tenida muy en cuenta. De acuerdo con los especialistas de la época, había individuos  que por temperamento tendían a resolver las dificultades de la vida por métodos de ventaja, y que en la guerra usaban un chantaje más o menos voluntario, que podía ir desde la burda simulación hasta la completa inconsciencia, para eludir los deberes militares. Los médicos aconsejaban una labor psicoterápica que debía durar una semana a partir del ingreso del paciente y que constaba de 3 fases, antes de reincorporarse a filas.


ORGANIZACIÓN

Respecto al aspecto organizativo de la sanidad durante la Guerra Civil, la inicial improvisación dio lugar a una organización más ordenada y profesional. 

Las brigadas internacionales poseían una estructura sanitaria envidiable. El mantenimiento de las trincheras requería una limpieza constante, conseguida gracias a la labor diaria de sanitarios y voluntarios. Estas eran desinfectadas una vez al día con zotal o creolina por  la llamada Brigada de la Mierda. Las letrinas construidas junto a las trincheras eran limpiadas dos veces al día. Una de las innumerables quejas que tenían los sanitarios era que algunos soldados hacían sus necesidades fuera de las letrinas con el consiguiente riesgo de infecciones. Por ello se hizo necesario imponer castigos a los "descuidados". El batallón Dimitroff era ejemplo de eficiencia. Los sanitarios trabajaban a conciencia, barrían las trincheras, quitaban el polvo, iban a por agua, desinfectaban las letrinas..

El batallón norteamericano Lincoln seguía esta agenda diaria.

6:00-7:00 Limpieza. Se saca y tiende al sol ropa, colchones...
7:00-8:00 Limpieza de letrinas
8:30-10:00 Servicio de baño.
7:30-9:15 Consulta médica.
8:00-9:00 Inspección.
8:00-8:15  Los sanitarios forman un círculo alrededor de su médico que comenta el trabajo realizado en la jornada anterior. Por qué no estaba en orden la letrina B. Alguien comenta que el responsable se había quedado dormido. y el de la C no tenía cal. Se toma nota y medidas para remediarlo.
Se indica que las comidas no deben ser tapadas.
Se distribuye el servicio de duchas.
Los camaradas españoles quieren comida española.
En las paredes se cuelgan los anuncios y consignas.
8:30-11:30 Control de abrigos.
12:00-13:00 Comida.
13:30-15:00 Cursillo de vendajes.
14:30-16:00 Servicio de baño.
15:00-16:00 Inspección


                Sobre estas líneas el batallón americano Abraham Lincoln. 

El equipo sanitario daba muchísima importancia a la higiene. Había un servicio de duchas  al que todos los soldados estaban obligados  usar. Tras el baño el soldado debía cambiarse de ropa y lavar la sucia para evitar  los parásitos.

Según iban llegando los heridos a la zona de triaje,  el médico encargado les preguntaba donde tenían  la herida y hacía una selección de acuerdo a la gravedad de las heridas. A los heridos leves se les evacuaba y a los graves se les operaba de urgencia en quirófanos improvisados. 

Los sanitarios eran auténticos héroes. Además de limpiar, desinfectar o realizar las primeras curas, estos enfermeros se mantenían en primera línea de fuego junto a los combatientes. Cuando un soldado era herido, el sanitario salía de la trinchera en lo más granado del fuego y a pecho descubierto para atenderle.  A veces era un combatiente más y cuando no había que atender a nadie, se colgaba un fusil del hombro y combatía. En los periodos de inactividad bélica, el sanitario no permanecía ocioso y se ocupaba en labores campesinas, sembrando y cosechando legumbres, ayudando a la población civil o realizando cualquier actividad que les ayudara a ganar la guerra.

Al contrario que en las trincheras de la I Guerra Mundial, las de la Guerra Civil estaban limpias y libres de focos epidémicos, gracias a  la gran labor de los sanitarios.

Los conductores de ambulancia siempre estaban expuestos a cualquier ataque aéreo enemigo. Eran grandes conductores, pero a veces   hubo que llamarles la atención, ya que durante los trayectos en caminos rústicos y pedregosos circulaban a una velocidad que hacía empeorar a los ya maltrechos heridos. Las cartas de algunos soldados refiriéndose a estos inconscientes chóferes corroboran su poca delicadeza en la carretera.

Los camilleros debían cumplir ciertos requisitos para este trabajo.

"Los jefes de Sanidad y los médicos de batallón deben hacer saber a los jefes militares la necesidad de que les faciliten los camilleros determinados por las plantillas de cada escalón con la antelación debida para que estos puedan recibir la instrucción necesaria de cara a cumplir con su servicio. Se deberá convencer también a los jefes de las unidades de que los hombres destinados a ser camilleros deberán ser precisamente los de más valor, de mayor moral y con las mejores condiciones físicas, todas condiciones imprescindibles para cumplir con su difícil misión en el momento del combate. Para convencer a los jefes militares, por experiencia sabemos que habrá que argumentar de manera afectuosa, tenaz, respetuosa y constante para hacerles comprender que esta petición responde a una necesidad imperiosa y no a un capricho"

Las enfermeras se ocupaban del cuidado de los heridos convalecientes en los hospitales, o asistían a los médicos y cirujanos durante las operaciones quirúrgicas. Como hoy en día se encargaban de seguir las directrices del médico o cirujano, administrando a los heridos los fármacos, inyecciones y cuidados necesarios para su recuperación. También hacían funciones de psicología ofreciendo charlas y palabras de aliento a los enfermos. Una queja común entre los médicos era la falta de actitud y aptitud de algunas enfermeras. La falta de titulación y preparación hacía que algunas mujeres creyesen que con el simple hecho de llevar una bata blanca ya las calificaba como enfermeras. Por eso, se hacía hincapié una y otra vez en los siguientes consejos:

Nunca dar de beber al herido después de haber sufrido anestesia general.
En caso de vómitos postanestésicos quitar almohadas y poner la cabeza de lado para evitar asfixia.
No permitir que  el herido se desarrope.
No inyectar morfina sin prescripción del médico.
Vigilar la orina. Si en 6 horas no lo ha hecho se hará un sondaje.
No dejará de tomar la temperatura y el pulso, ya que son el indicador de la enfermedad, anotándolo en la gráfica.
Conversará con el herido sin caer en la exageración.
Vigilará constantemente a los pacientes y no se entretendrá en flirteos impropios de su profesión.
Evitará que se produzca ruido a su lado.

No podemos olvidarnos tampoco de los otros héroes de la sanidad. Los médicos y cirujanos. Junto al antes mencionado doctor Bethune destacó el doctor Jesús Martín Sánchez que fue pionero en el uso de la cirugía oral y maxilofacial para reconstruir rostros destrozados. Justo Gonzalo sirvió como médico en el batallón del comunista  Enrique Lister. Fue reclamado para el centro de traumatizados del cráneo de Godella, donde trató a más de un centenar de mutilados de guerra con heridas en la cabeza. Más tarde, tras terminar la guerra, publicaría  una gran obra, Investigaciones sobre la nueva dinámica cerebral. El doctor Moisés Broggi implantó en la guerra los quirófanos móviles. Josep Trueta, considerado como padre de la nueva traumatología española, fue un experto cirujano en la intervención del aparato locomotor.

Desde enero de 1937 hubo en Madrid 28 hospitales militares, además de varias clínicas y centros sanitarios. Hoteles como el Ritz, el París o el Palace sirvieron como hospitales improvisados.

Entre la ayuda internacional, la República recibió  envíos de dinero y material (ambulancias, medicamentos, instrumentos, aparatos de rayos X, vestidos, alimentos, etc.). Los envíos eran hechos por la Central Sanitaria de París o directamente por los diversos comités de ayuda.

- La ayuda de las Brigadas Internacionales. Desde diciembre de 1936 los brigadistas combatientes pusieron a disposición de la República, manera voluntaria 4 millones de pesetas de sus sueldos.

- La ayuda económica y material de la Jefatura de Sanidad y del Socorro Rojo Internacional.

En septiembre de 1937 el Servicio Sanitario Internacional contaba con los siguientes medios: 123 ambulancias, 30 camiones, 10 coches de turismo, 9 automóviles quirúrgicos, 7 autos de ducha y desinfección y una ambulancia con equipo dental. Además, una gran cantidad de aparatos de rayos X, otros aparatos médicos, duchas, etc. El valor total de toda esta dotación material estaba tasada entre unos 13 a 15 millones de pesetas.

Algunas estrellas norteamericanas de Hollywood también pusieron su granito de arena, aportando dinero o su imagen en convenciones para recaudar fondos para la causa republicana. Algunas ambulancias y material médico fueron comprados con el dinero de estos actores y actrices.



...continuará