Image { text-align:center; }

domingo, 22 de octubre de 2017

ALMOGÁVARES



Hace casi 25 años tuve la oportunidad de servir como soldado en la Brigada Paracaidista española. El nombre completo del cuerpo es Brigada Almogávares VI de Paracaidistas. Me llamó mucho la atención tanto el término almogávar como los nombres de  las diferentes unidades llamadas banderas de las que se  componía el cuerpo. La I bandera hacía referencia a un tal Roger de Flor, la II a otro llamado Roger de Lauria y la III a un tal Ortiz de Zárate. Pero ¿Quienes fueron estos hombres cuya historia me era totalmente desconocida? ¿qué era un almogávar? ¿y que significaba la frase "Desperta Ferro" mencionada en el himno principal de los caballeros legionarios paracaidistas? Para conocer esta historia debemos viajar unos 800 años atrás.





LOS ALMOGÁVARES  

Cuando leí por vez primera la palabra almogávar pensé en seguida que se trataba de algún término  árabe o de algún pueblo musulmán que habitó la Península Ibérica durante la presencia  del Islam en nuestro país, tales como los almohades o los almorávides.

La palabra almogávar  es una palabra de reminiscencias árabes que define a la perfección a lo que se dedicaban estos hombres. Vendría a decir soldado que va en algara. Ir en algara  significa hacer incursiones en territorio enemigo. Y es que los almogávares solían sobrevivir del saqueo a otras poblaciones.

Lo cierto es que intentar dar un origen a los almogávares sería un debate inútil y estéril ya que la mayoría de los historiadores no se ponen de acuerdo. Algunos les atribuye un pasado visigodo pero el origen más plausible sería el hispanorromano. 

Los almogávares serían refugiados hispanos que cansados de servir a señores que se llevaban todos los méritos a cambio de unas migajas, decidieron  irse a vivir a las montañas. La dureza de la vida en las montañas sería compensada con las razzias e incursiones en territorio enemigo que les reportaba pingües beneficios. Más que un ejército regular, los almogávares serían  unos mercenarios en busca de fortuna, aunque siempre estuvieron al servicio de la Corona de Aragón de cuyos reyes sentían verdadera devoción. 

Tanto la historiografía  moderna como de la época nos muestra una visión diferente de estos guerreros, dependiendo del autor que lo relata. Para los cronistas hispanos como Ramón Muntaner los almogávares fue un grupo de libertadores que salvó al Imperio bizantino de la amenaza turca. Para los griegos o bizantinos como Paquimeres o Gregoras, los almogávares fueron unos mercenarios  ávidos de riqueza que expoliaron tanto a  enemigos como a  aliados por medio del asesinato y la extorsión. 

Aunque de mayoría aragonesa y catalana, también hubo almogávares castellanos, sarracenos y navarros.

Siempre al servicio de la Corona de Aragón, los almogávares participaron en la reconquista de Mallorca o Valencia, aunque  escribirían el capítulo más importante de su historia a partir del siglo XIII y principalmente el XIV. 


SICILIA

La isla  de Sicilia estaba en manos  de Carlos de Anjou, hermano menor del rey de Francia, Luis IX. Los desmanes, crueldades y abusos cometidos por los franceses hizo que los sicilianos masacraran el 30 de marzo de 1252 a las guarniciones francesas en poblaciones como Palermo, Mesina o Corleone,  expulsándolos de la isla. Los sicilianos, temerosos por las represalias pusieron sus esperanzas en el rey de Aragón, Pedro III, ofreciéndole la corona siciliana en virtud a su matrimonio con Constanza, hija de Manfredo, rey legítimo de Sicilia y muerto en batalla contra los franceses.



Los abusos sobre la población siciliana hizo que sus ciudadanos se rebelaran contra los franceses y llevaran a cabo una matanza entre sus tropas.

Carlos de Anjou mandó un ejército de 40,000 infantes y 15,000 de caballería poniendo sitio a la ciudad de Mesina. Los desesperados sicilianos respiraron algo aliviados cuando Pedro III les prometió un pequeño contingente de  2,000 soldados. Estos llegaron de noche y tanto  sitiadores como la población no se enteraron de su llegada. Mas cuando a la mañana siguiente los ciudadanos pudieron observarlos a plena luz del día no podían creer lo que sus ojos contemplaban. Estos soldados eran muy diferentes a todos los que habían visto antes. Aunque musculados y bien formados, lucían desharrapados, vistiendo solo con una camisa, túnica corta, calzas de cuero y en la cabeza no llevaban más defensa que un capacete de cuero. No portaban armas defensivas, escudos ni corazas de metal y sus armas ofensivas se limitaban a una azcona (tipo de lanza arrojadiza), 4 o 5 dardos y el célebre colltell (una especie de cuchillo largo y afilado). Aunque pudiera parecer una temeridad prescindir de armadura y cualquier tipo de defensa corporal, los almogávares basaban su táctica guerrera en la libertad de movimientos y la velocidad. Cualquier peso innecesario era un estorbo para ellos. A un costado portaban un zurrón, donde llevaban principalmente pan. La alimentación de los almogávares era muy frugal y podían rendir plenamente en una batalla tras pasar dos días sin comer.


El almogávar era sin duda un soldado atípico. Sin defensas corporales y totalmente expuesto a las armas enemigas, su gran baza fue su rapidez, fuerza y precisión en sus ataques.

No tenían generales, y si los tenían estos debían ser guerreros de prestigio. No les gustaba la disciplina. Nunca rehuían una pelea por muy grande que fuera el ejército contrario. Se cuenta que una vez un prisionero almogávar desafió a cualquiera que quisiera batirse con él. Todos los caballeros franceses, al verle y teniéndole como poca cosa se ofrecieron a luchar con ese desharrapado, asegurando que el combate no duraría nada. Y así fue. Cuando el noble francés, montado en su caballo cargaba contra el almogávar, este esperó pacientemente a que se acercara y cuando lo tuvo bastante cerca, lanzó su azcona contra el caballo con una precisión tan mortal que este cayó muerto. Luego se acercó al jinete y cuando estaba a punto de degollarle, su captor, el conde Carlos el cojo, paró el combate y le dio la libertad. Ciertamente, la pelea no había durado nada.

En otra ocasión otro almogávar fue hostigado pòr 20 franceses. Antes de caer muerto, se llevó por delante a 5 enemigos. En el combate individual eran extraordinarios, en el combate colectivo, invencibles. Aún siendo mercenarios, siempre tuvieron un respeto profundo por la Casa Real de Aragón y a donde iban y combatían lo hacían bajo la bandera aragonesa. Sus gritos, antes de entrar en batalla eran ¡Aragón, Aragón! ¡San Jorge, San Jorge! ¡Desperta ferro!
Esta última frase que traducida significa despierta hierro era proclamada mientras los almogávares golpeaban sus espadas en las rocas, saltando infinidad de chispas. Era su manera de decir que estaban preparados para la batalla, a la vez que infundían terror a sus enemigos.

Volviendo a nuestra historia, los sicilianos estaban desolados ante la vista de tal panorama. Sin embargo muy pronto iban a cambiar de opinión. Los almogávares, grandes expertos en el sigilo y la sorpresa, salieron de la ciudad esa misma noche  y cayeron sobre el campamento francés matando a dos mil de ellos. Las salidas se repitieron durante días con el mismo resultado. Los franceses, desesperados, levantaron el sitio y se embarcaron en sus naves echando leches. Los miles que no pudieron embarcar por falta de  barcos, fueron masacrados y los almogávares volvieron con un suculento botín.

Tras liberar Mesina, los 2000 almogávares desembarcaron en Calabria donde exterminaron al ejército angevino del conde de Alençon, sobrino del rey de Francia, matando y descuartizando a este último.

En Castrovillari, desembarcaron 1000 almogávares comandados por Roger de Lauria y Pedro III con otros 5000 expulsó a Carlos el Calvo de Reggio. Esto cabreó mucho al Papa Martín IV que excomulgó al monarca aragonés, le desposeyó de su reino y se lo ofreció a Carlos de Valois, segundo hijo del rey de Francia.



FRANCIA , HUMILLADA

El cabreado pontífice Martín IV no podía tolerar en ningún modo que otro reino, por muy cristiano que fuera, humillara a su amada Francia. Por tanto y sin medir las consecuencias de sus actos, el Papa proclamó una cruzada contra Pedro III, prometiendo indulgencias a aquellos que lucharan contra el rey aragonés.

La petición de Martín IV no fue desatendida y en 1285, miles de hombres empuñaron sus armas contra el monarca español, quién esperaba pacientemente en los Pirineos con sus formidables soldados almogávares.


Martín IV sentía desprecio por la Corona de Aragón y no dudó en apoyar a los franceses en su cruzada contra Pedro III, a quién excomulgó.

Todo le saldría mal a los franceses. A pesar de conseguir ocupar el Valle de Arán con un ejército de unos 140,000 hombres, no pudieron avanzar más y pusieron sitio a la ciudad de Gerona. Roger de Lauria venció a la armada francesa en la batalla de Formigues, el ejército francés sufrió la táctica de tierra quemada, con lo cual no podía abastecerse de bastimentos y para colmo hizo aparición una epidemia de disentería. Al retirar el sitio de Gerona el 7 de septiembre y volver sobre sus pasos, los franceses fueron masacrados en su huida por Roger de Lauria y los almogávares, obteniendo estos un cuantioso botín. Los franceses, que habían perdido a su rey, Felipe III, a causa de la disentería, estaban espantados ante la carnicería sufrida. Se dice que el legado del Papa, que acompañó a la expedición francesa murió  pocos días después de llegar a Francia. Se cuenta que fue a causa del terror que le causó  la constante proximidad de los almogávares mientras huían. 

Tras la victoria alcanzada, Pedro III no pudo saborear las mieles del éxito y moriría en noviembre de ese mismo año. De acuerdo a un estudio forense realizado hace unos años, la causa de la muerte fue una afección pulmonar.

Jaime II, su hijo, subiría al trono y seguiría la estela de su padre, enfrentándose y derrotando una y otra vez a Carlos de Anjou con su mejor comandante, Roger de Lauria. Sin embargo, en 1295 llegó a un acuerdo con el Papa para desentenderse de Sicilia a cambio de Córcega y Cerdeña. Los almogávares estaban perplejos ante una decisión que   los sicilianos no iban a tolerar. Estos se fijaron entonces en el hermano de Jaime II, don Fadrique, al que ofrecieron el trono siciliano y los almogávares se pusieron al servicio del nuevo monarca contra Francia. 


DE VUELTA EN SICILIA

Muy pronto las dos fuerzas en disputa volverían a chocar en batalla desigual, pues no importaba cuantas tropas  dispusiera Francia contra los almogávares, el resultado siempre iba a ser adverso para los francos. En la batalla de Gagliano los corazones de los franceses se encogieron antes del combate, al ver a los almogávares chocar sus espadas contra las piedras y haciendo brotar un mar de chispas al grito de ¡Desperta ferro!

Las tropas de don Fadrique contaba con la caballería a la izquierda y los almogávares en un solo cuerpo a la derecha. Cuando las caballerías aliada y enemigas estaban enzarzadas en la batalla...

"los almogávares  se metieron en medio y empezaron a sacar las tripas a los caballos, andando entre ellos como si fuesen por un jardín."

En otra batalla un almogávar seccionó la pierna de un caballero francés y aún el cuchillo penetró en el cuerpo del caballo.

Aunque en tierra, la superioridad de don Fadrique era indiscutible, en el mar sufrió varios reveses de la mano de Roger de Lauria, que debía obediencia al rey de Aragón. Fue entonces cuando hizo su aparición Roger de Flor, con quien los almogávares iban a vivir la historia más apoteósica y gloriosa de su existencia.

Roger de Flor era hijo de un halconero al servicio de Federico II de Hohenstaufen. A los 8 años ingresó en la orden de los Templarios donde destacó notablemente. Al caer San Juan de Acre salvó en su nave a varios sitiados que huían con sus tesoros y se hizo muy rico. Fue acusado por la orden templaria y  decidió huir a Génova primero para acabar después al servicio de don Fadrique en Sicilia.


Roger de Blume (flor en alemán) elevó a los almogávares a la altura de grandes héroes bajo su mando.


En 1303 se firmó la paz y don Fadrique fue reconocido rey de Sicilia. Sin necesidad de tropas que defender el reino, don Fadrique licenció a los almogávares. Roger de Flor estaba preocupado, pues aún proscrito por los templarios ahora que se había firmado la paz,  el Papa podría reclamarlo. Por eso, cuando el rey Andrónico II de Bizancio pidió desesperadamente ayuda a Sicilia contra los turcos que asolaban sus dominios, Roger de Flor se ofreció voluntario para comandar una tropa de almogávares y ayudar al monarca bizantino.


BIZANCIO

Bizancio, la vieja Constantinopla, símbolo del Imperio Romano de Oriente, llevaba tiempo siendo objetivo del emergente Imperio turco. Todos los enfrentamientos con el ejército otomano se habían saldado con derrota. Ni los mercenarios alanos o turcopolos contratados por el emperador ni  el ejército regular eran rival digno para el ejército turco. 

Bizancio era enemiga de Carlos de Anjou, con lo cual era un aliciente más para las tropas aragonesas que se componían de 1500 hombres de caballería, 1000 peones, 4000 almogávares, marinería y mujeres y niños.

Cuando los soldados entraron en la ciudad una vez más la decepción del pueblo se hizo patente al contemplar a unos hombres que más que soldados parecían mendigos. Roger de Flor exigió elevados sueldos para sus hombres, el título de megaduque y una esposa imperial. Tan desesperado estaba Andrónico que adelantó 4 pagas  a los soldados, concedió el título a Roger de Flor y le casó con una princesa búlgara de 16 años.


La apariencia de los almogávares levantaba una gran decepción en aquellos que por primera vez les veía.  


Había en Bizancio un barrio propio genovés. Los genoveses, celosos por la influencia de los españoles, se burlaron de los almogávares y les retaron. Andrónico pudo comprobar en persona como se las gastaban los soldados aragoneses y tuvo que rogar a Roger de Flor que parara la pelea, pues los almogávares estaban exterminando literalmente a los genoveses. Los bizantinos no pudieron ocultar su satisfacción pues los genoveses no caían bien entre la población local.

En noviembre de 1303 los almogávares se iban a enfrentar al poderoso ejército turco del emir Kharasi que se hallaba en el Cabo Artacio, situado entre dos ríos. Con la confianza del que se sabe vencedor, Roger de Flor dio la consigna a sus hombres de acabar con todos sus enemigos, excepto con los niños menores de 10 años.

La sorpresa fue completa. Los almogávares entraron en el campamento enemigo mientras estos descansaban y comenzó la carnicería. Tienda por tienda los españoles iban aniquilando a un enemigo que al finalizar la batalla se dejaría 8000 muertos  capturando un enorme botín y numerosos esclavos. Para los genoveses, esta victoria fue un revés, aunque más lo fue para el Príncipe Miguel, hijo de Andrónico, que con un ejército superior no había logrado hacer en meses lo que los almogávares consiguieron en una sola jornada.



DE ÉXITO EN ÉXITO



El próximo objetivo era Filadelfia, ciudad bizantina en Asia Menor, sitiada por el emir de Karamania, Ali Schir.

En su camino a Filadelfia Roger de Flor ocupó la ciudad de Germe, abandonada por los turcos al tener noticias  de la llegada de los almogávares. 

Al enterarse de su llegada, los turcos levantaron el sitio y enviaron 8,000 hombres de caballería y 12,000 infantes  al encuentro de los almogávares. El choque entre ambos ejércitos fue fantástico. La caballería cristiana se iba imponiendo a la turca, mientras la infantería almogávar iba aclarando las filas turcas. Pronto, los turcos empezaron a ceder al ver herido a su comandante, y la huida se convirtió en desbandada. De los 20,000 soldados turcos solo se salvaron unos 2,000. Las pérdidas de los almogávares fue de 100 infantes y 80 hombres de caballería. La entrada a Filadelfia fue triunfal y los habitantes celebraron festejos durante 15 días.



Los almogávares utilizaban sus lanzas y dardos con una precisión mortal. La caballería enemiga nada podía hacer ante estos formidables guerreros. Arriesgando sus vidas, solían meterse entre los caballos y los destripaban, haciendo caer a sus jinetes que quedaban a merced de los cuchillos aragoneses. 


Tras esta batalla Roger de Flor se dedicó entonces a limpiar  los focos de resistencia turca que aún quedaban en el Imperio. Además, el castigo  se extendió a aquellos comandantes griegos cobardes, haciéndoles ahorcar por no haber defendido las tierras del emperador de manera ejemplar y valiente. Las quejas a Andrónico no se hicieron esperar, pero el anciano rey bizantino alabó las acciones de Roger de Flor y estuvo de acuerdo en castigar a aquellos capitanes que no defendieran con valentía sus dominios. Con estas acciones Roger de Flor hacía cada día más enemigos.

La siguiente batalla sería en Tiria, ciudad sitiada por unos cuantos miles de turcos que fueron derrotados en un combate corto en el que  solo combatieron unos 1,200 almogávares. 

En Ania, el emir Aiddin quiso tomar la ciudad y acabó perdiendo más de 3,000 hombres en una derrota sin paliativos. En Ania invernarían los almogávares antes de emprender la siguiente campaña en la que limpiarían de turcos la Península de Anatolia.

El 15 de agosto de 1304, día de la Asunción, en la cordillera del Tauro los turcos esperaban escondidos entre los parajes montañosos para atacar a los almogávares por sorpresa. Sin embargo, los soldados aragoneses siempre mandaban exploradores durante sus marchas y acabaron descubriendo a sus enemigos. Sin el factor sorpresa, los turcos salieron al llano para presentar batalla. En esta ocasión los otomanos habían reunido un magnífico ejército de 20,000 infantes y 10,000 hombres de caballería. Roger de Flor no contaba más que con 8,000 soldados, incluidos  mercenarios alanos y romeos. La proporción era abrumadora y sin embargo, lo almogávares se felicitaron unos a otros por poder formar parte de esa batalla.

El resultado fue el de siempre. La caballería pesada aliada se impuso a la turca y los almogávares  iban lanzando sus dardos con fuerza y precisión,  abriéndose paso entre la infantería enemiga con tal ímpetu que los turcos huyeron despavoridos. Los turcos fueron perseguidos hasta que se puso el sol. Esa noche los almogávares durmieron sobre las armas, pues no eran conscientes de cuantos enemigos podrían haber escapado. Sin embargo, al día siguiente cuando pudieron contemplar a plena luz la magnitud de su victoria quedaron asombrados. Ramón Muntaner, almogávar, testigo directo y cronista de esta historia contó los caídos. En el campo de batalla yacían 6,000 jinetes y 12,000 infantes enemigos. 

"Aquel día se hicieron tantos y tan señalados hechos de armas que apenas se pudieran ver mayores."

Fue tal el espanto de los turcos que no volverían a enfrentarse a quienes consideraban demonios. No obstante, los aragoneses aún estarían llamados a hacer obras mucho más grandes.



TRAICIÓN Y VENGANZA

Magnesia era la ciudad y plaza militar bizantina en Anatolia   más fuerte del Imperio. Por ello, un corto número de almogávares guardaban y custodiaban su  botín allí. Atalioto, gobernador de la plaza, no se le ocurrió otra cosa que ponerse de acuerdo con la guarnición alana y bizantina de la ciudad para apoderarse de las riquezas atesoradas por los almogávares y matar a los escasos soldados aragoneses emplazados allí.

Cuando Roger de Flor tuvo conocimiento de esto quiso poner sitio a la ciudad pero un grito de ayuda llegó desde Bulgaria. Su suegro había muerto y el hermano de este se había erigido en khan de Bulgaria reemplazando  al hijo y legítimo heredero del fallecido. Muy a su pesar, Roger levantó el sitio de Magnesia y se dirigió a Bulgaria. Durante el trayecto y como represalias saqueó y aniquiló algunas poblaciones costeras. En otoño de 1304 los almogávares se instalaron en Galípoli. Finalmente el usurpador renunció al trono al tener conocimiento de la llegada de los almogávares.

Mientras tanto, las desavenencias entre Andrónico y Roger de Flor fueron acentuándose por motivos económicos. Pero el que más inquina tenía era Miguel, hijo del monarca bizantino, que aleccionaba a su padre a romper su compromiso con los aragoneses. 

Cuando Roger de Flor estuvo ante el rey le echó en cara la falta de pago y apoyo a sus tropas. Andrónico entonces ofreció a Roger de Flor el dominio de Asia Menor y el título de César, lo cual entusiasmó al general. En realidad le estaba ofreciendo algo que  el emperador no tenía, pero así libraba al Imperio de sus enemigo y concertaba una alianza con un aliado poderoso.

Roger de Flor quiso arreglar la situación con el príncipe Miguel y rendirle homenaje, así que  planeó un viaje a Andrinópolis para entrevistarse con el hijo de Andrónico. Ni las súplicas de su esposa que intuía una conspiración contra su marido hizo desistir al general aragonés de su viaje. Cuando llegó a la ciudad, Miguel le agasajó con fiestas y banquetes durante 6 días, pero al séptimo día, la traición se consumó cuando los alanos se lanzaron sobre el general y lo asesinaron por la espalda. La muerte de Roger de Flor fue la señal para que en varias ciudades se ensañaran con las guarniciones almogávares.  Utilizando la sorpresa, Miguel mandó a sus 9,000 hombres por los pueblos y aldeas  de los alrededores para caer sobre los confiados soldados aragoneses. A los que hacían prisioneros los torturaban y los mataban de las formas más viles. Más tarde reuniría 40,000 hombres para poner sitio a la ciudad de Galípoli. Sin acobardarse, los almogávares con un nuevo comandante, Berenguer de Entenza, salían todos los días y sembraban el caos en el campamento enemigo.


El asesinato  de Roger de Flor despertó en los almogávares tal sed de venganza que aún hoy día cuando alguien maldice a otra persona se utiliza la expresión "que te alcance la venganza catalana" como recuerdo de la muerte y destrucción que la Compañía sembró en esas tierras.


Quiso Entenza formalizar la declaración de guerra y mandó 6 embajadores a Constantinopla. El monarca bizantino no daba crédito cuando los embajadores le echaron en cara su traición. Tras formalizar la declaración de guerra, los embajadores regresaron con un funcionario imperial y un salvoconducto que les garantizaba paso seguro hasta Galípoli.  En el camino, se les fue uniendo algunos almogávares dispersos que se habían escondido tras la matanza. La comitiva hizo una parada en la ciudad de Rodesto. Allí, la traición volvió por sus fueros y tanto los embajadores como los 21 almogávares que se habían unido al grupo fueron asesinados, descuartizados y colgados sus restos en las carnicerías de la ciudad.





Todos los generales almogávares que tuvo la Compañía fueron grandes guerreros y extraordinarios estrategas.



Entenza y un puñado de sus hombres  tomarían y reducirían  a cenizas, con rabia y fuego, la ciudad de Heraclea como represalia. Ante la proximidad de los almogávares en la capital, Andrónico mandó un ejército con su hijo, el príncipe Juan a la cabeza. Conociendo la cercanía del ejército enemigo, Entenza les esperó y los aniquiló.

La mala suerte parecía perseguir a los almogávares que vieron como su nuevo jefe era apresado por los genoveses. Berenguer de Rocafort sería el nuevo comandante y Ramón de Muntaner, el cronista, fue nombrado gobernador de Galípoli.



Ramón Muntaner, fue soldado almogávar, gobernador de la ciudad de Galípoli y cronista de la Compañía. Sus escritos, aunque un tanto idealizados, son más precisos que los de otros autores bizantinos que critican en demasía las acciones de los guerreros aragoneses.  


Mientras tanto, Galípoli era sitiada por los bizantinos con 40,000 hombres. Con solo 2,500 soldados, Rocafort y sus hombres decidieron  jugársela y salir a la que creían iba a ser su última batalla. Era claramente un suicidio. Los bizantinos  ya saboreaban la victoria. Los dos ejército se encontraron frente a frente y fue entonces cuando Rocafort vio una pequeña posibilidad de vencer con tan pocos soldados a tan vasta hueste. El enemigo esperaba en una lengua de tierra que unía la península de Galípoli  y el continente. La falta de espacio podía ser  clave para la victoria. Antes de que los dos frentes chocaran, los almogávares  lanzaron sus dardos con su habitual fuerza y precisión. Los huecos dejados por los jinetes muertos fue aprovechado por los almogávares que entraron a saco, dedicándose a destripar a los caballos y degollar a los caballeros caídos. Mientras, la infantería iba aclarando las líneas enemigas, que no tenían espacio para utilizar las armas de manera eficicaz. El resto de las tropas enemigas esperaban a pie de una colina. Los almogávares entonces cayeron con tal ímpetu sobre los bizantinos que espantados comenzaron a huir como alma que lleva el diablo. Muchos enemigos se hundían en las aguas bajo el peso de sus armaduras, en su delirio por escapar de los cuchillos  aragoneses. El degüello duró hasta el anochecer. Al día siguiente cuando se contabilizaron los muertos hallaron que 18,000 enemigos yacían sobre el campo de batalla. Por parte aragonesa, solo tuvieron ¡1 muerto de caballería y 2 de infantería! aunque pueda parecer una exageración lo cierto es que no quedó ningún almogávar sin heridas de guerra, no obstante es poco probable que el número de bajas almogávares aportado por Muntaner  se ajuste a la realidad. De todos modos, respecto al número de muertos enemigos hay que tener en cuenta que en su huida, los bizantinos tuvieron más muertos ahogados que pasados a cuchillo.

El príncipe Miguel decidió acabar de una vez por todas con la amenaza aragonesa y juntó un enorme ejército. Los almogávares también habían incrementado su ejército y ahora contaban con 3,000 hombres.

La batalla iba a tener lugar en Apros y Miguel contaba con las mejores tropas de Bizancio. El choque sería en campo abierto, pero una vez más el ejército bizantino nada pudo hacer ante el empuje, odio y ansias de venganza de los aragoneses. Como siempre, el pánico llegó a las filas bizantinas que acabaron con 25,000 bajas por 36 aragonesas. Los enemigos supervivientes se refugiaron en el castillo de Apros. Fue tal el botín recuperado que tardaron 8 días en recogerlo. Los bizantinos no volvieron a salir a la batalla en campo abierto contra los almogávares nunca más y los aragoneses saquearon y sometieron Tracia durante dos años con total libertad de movimientos. La ciudad de Rodosto fue conquistada y toda la población ejecutada por el trato que dispensó  hacia los embajadores almogávares.


Apros resultó determinante en el sentido que los bizantinos no volvieron a salir a la batalla contra los almogávares en campo abierto. 


Cuando los 9,000 mercenarios alanos al servicio de Bizancio fueron licenciados por el rey Andrónico, estos juntaron a sus familias y marcharon de regreso hacia sus tierras. Pero los almogávares les interceptaron en el Monte Hemos y dándoles batalla, los masacraron a casi todos, dejando vivos  solamente a 300 enemigos.



OCASO DE LOS ALMOGÁVARES

Los almogávares eran imparables, ningún ejército del mundo era capaz de  frenarles ni intimidarles. Siempre en inferioridad numérica, los soldados aragoneses nunca rehuyeron de la batalla, venciendo en cada una de ellas. Por eso, sus antiguos enemigos, cansados de ser derrotados continuamente decidieron pactar con ellos, jurando fidelidad a los almogávares. Así, los aragoneses vieron incrementado su ejército con soldados turcos y turcopolos (mestizos griegos y turcos convertidos al cristianismo).

Mientras tanto, los genoveses establecieron relaciones con los bizantinos. Antonio Spínola, comandante genovés se presentó ante el rey Andrónico con 17 galeras, y solicitando a este 8 galeras más le prometió tomar Galípoli. Así, con 25 galeras los genoveses pusieron rumbo a Galípoli que solo contaba con 200 defensores. 

Muntaner, gobernador de la ciudad, al verse cercado por los genoveses tomó entonces una decisión sorprendente.  Mandó a las mujeres almogávares a las murallas y las protegió con corazas y escudos para defender la ciudad.


Bajo el mando de Muntaner, las mujeres almogávares defendieron con gran efectividad la ciudad de Galípoli. Gracias a su valor, los genoveses se retiraron con cuantiosas bajas.

Los genoveses dispararon tantas saetas que el cielo se obscureció. Tras la lluvia de flechas, los asaltantes  utilizaron escalas para asaltar la ciudad, pero las mujeres lucharon con tanto valor y coraje que los genoveses fueron rechazados una y otra vez. Muchas de ellas fueron heridas, pero ninguna quiso retirarse y siguieron firmes en sus posiciones. Spínola estaba muy cabreado e hizo desembarcar a 400 de los mejores soldados de Génova. Cuando Muntaner vio que al enemigo ya no les quedaba saetas y que los genoveses estaban cansados, abrió las puertas de la ciudad y con 100 almogávares derrotaron y pusieron en fuga a sus enemigos. Más de 600 genoveses dejaron sus vidas en esta batalla.

En 1307 el grueso de las tropas penetraría en Macedonia y establecería una base de operaciones en Casandria, en el Golfo de Salónica. Los almogávares seguirían sus saqueos y conquistas por toda la provincia.

En ese tiempo Francia estaba en paz con Aragón y como Rocafort aspiraba a algo más que comandar una compañía de mercenarios, acabaría aliándose con la casa de Valois. El Conde de Cepoy llevó  a cabo las negociaciones en nombre de los franceses. Sin embargo, a los almogávares les complacía poco o nada luchar junto a los que unos años atrás habían sido sus enemigos más acérrimos. Sin embargo, ambos tenían un enemigo común, Bizancio. Al dejar de existir los conflictos y diferencias entre Aragón y francia, la compañía aceptó a regañadientes. Pero Rocafort y Cepoy, maestros de la intriga y la traición recelaban uno del otro y finalmente el conde francés acabaría tendiendo una trampa al general aragonés, que acabaría siendo emparedado vivo. Terrible final para el que lo había conquistado y ambicionado todo.

Cuando los almogávares supieron de la traición del conde, ejecutaron a 14 generales partícipes en la conspiración. Al quedarse una vez más sin general, la compañía decidió volver a su sistema primitivo de liderazgo. 

Pronto, los almogávares recibieron una petición agónica de ayuda. Gautier de Briennes, duque de Atenas estaba siendo acosado por Ana de Artá y perdiendo muchas tierras. En su desesperación el duque prometió 6 pagas adelantadas a la compañía si le libraban del problema, pero finalmente solo recibieron dos por falta de fondos. Los almogávares marcharon por toda Grecia y durante 6 meses los aragoneses conquistaron 30 castillos  y llevaron la paz a las fronteras. Si Leónidas y sus espartanos se hubiesen levantado de sus tumbas habrían rendido pleitesía a tan bravos soldados. Tras estos éxitos el duque licenció  a la compañía. Cuando esta reclamó las 4 pagas que se les adeudaba, el prepotente duque los despidió y los almogávares le declararon la guerra.

Durante 1310-1311 ambos ejército se prepararon para la batalla. Todos los principados franceses en Grecia acudieron en ayuda del duque. Estaban decididos a acabar de una vez por todas con la amenaza aragonesa. La flor y nata de Francia se dio cita en esta última batalla librada por los almogávares. 6,000 hombres de caballería y 8,000 de infantería lucharían además en un terreno que favorecía a los francos; una llanura blanda cerca del río Cefiso. Ante este imponente ejército, les enfrentaba unos 1000 jinetes y 4000 infantes almogávares. Turcos y turcoples se negaron inicialmente a combatir ante la perspectiva de una más que probable derrota.

De repente, un soldado almogávar tuvo una brillante idea; anegar el campo de batalla para dificultar la maniobrabilidad de la caballería enemiga. Dicho y hecho. Los soldados aragoneses abrieron surcos y convirtieron el llano en un pantano.

El 13 de marzo de 1311 se encontraron frente a frente  los dos ejércitos. Antes de comenzar la contienda, 500 almogávares al servicio del duque abandonaron sus filas y se unieron a sus hermanos que los recibieron con gozo. Este contratiempo no importó a Gautier que ya se veía victorioso. 

Cuando se dio la orden de ataque, la furiosa carga de caballería franca fue sorprendida por el terreno pantanoso y fue reduciendo su velocidad hasta detenerse en un intransitable lodazal, tal como habían previsto los almogávares. Los aragoneses entonces descargaron sus dardos sobre unos objetivos prácticamente estáticos. La carnicería entre los franceses fue tal que turcos y turcoples ya no tenían duda de quién vencería en esta batalla, de modo que lanzaron sus tropas contra los hombres del duque.  Los nobles  francos que caían al fango a causa de sus pesadas y pomposas armaduras eran presa fácil para los rápidos y habilidosos almogávares que rebanaban cuellos a diestro y siniestro. Solo dos caballeros, conocidos por la compañía salvaron la vida. Gautier de Brienne murió con la garganta atravesada por un dardo.

Tras exterminar a la caballería, la infantería franca no fue rival para los almogávares y fue aniquilada. Condes, duques, marqueses y toda clase de nobles francos yacían sin vida ni orgullo en el campo de batalla. Las pérdidas francesas fueron casi totales.



La batalla del río Cefiso dejó sobre el campo de batalla a la flor y nata de la nobleza francesa, que fue completamente exterminada.


Tras el combate, los almogávares ofrecieron el mando de la compañía a Roger Deslaur, noble catalán y uno de los dos caballeros enemigos que salvaron la vida en esta batalla. Finalmente acabaría gobernando el ducado de Atenas. Al morir tantos nobles y señores francos y quedar huérfanos sus señoríos, los almogávares acabaron casándose con sus viudas y estas obligaron a sus nuevos maridos a llevar una vida tranquila y burguesa, gobernando algunos de ellos como grandes señores. La conquista del ducado de Atenas pone fin a la presencia almogávar en estas tierras y ya será la nobleza aragonesa y navarra la que tomará el relevo de estos  formidables soldados. Así acabaría la historia de estos grandes y magníficos soldados o mercenarios aragoneses que jamás sufrieron una derrota.