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viernes, 22 de septiembre de 2017

LA BATALLA DE LAS NAVAS DE TOLOSA


Hace poco más de 5 años, se conmemoró el octavo centenario de la batalla de las Navas de Tolosa. Resulta cuanto  menos curioso que los medios de nuestro país otorgaran más relevancia a otro acontecimiento que poco o nada tiene que ver con nuestra propia historia; el primer centenario del hundimiento del Titanic. Ya lo dijo Arturo Pérez Reverte, aludiendo a la falta de compromiso hacia lo nuestro y la amnesia selectiva de la historia:

¿Imaginan la película?… ¿Imaginan ese material en manos de ingleses, o norteamericanos?.. Supongo que sí. Pero tengan la certeza de que, en este país imbécil, acomplejado de sí mismo, gobernado por políticos aún más imbéciles carentes de toda identidad… no la rodará ninguna televisión, ni la subvencionará jamás ningún ministerio de Educación, ni de Cultura…”

Afortunadamente, son muchos los que con su esfuerzo, recursos y mucho tiempo de investigación, han conseguido recuperar nuestra historia olvidada y colocarla en el lugar que le corresponde. A los formatos de libros, monografías o artículos publicados sobre el papel, la revolución en los últimos años  de la tecnología,  ha convertido a internet en una herramienta esencial de aprendizaje y conocimiento. Es gratificante saber que podemos obtener  información de cualquier tipo, desde el  clásico ordenador personal, a los móviles de última generación, tablets o libros electrónicos, cuya capacidad de almacenamiento nos permite conservar miles de volúmenes en un espacio que cabe literalmente en la palma de la mano.


LA HISTORIA

Durante más de 700 años los musulmanes mantuvieron  su presencia activa en nuestro país, a través primero de los Omeya  que crearon el Emirato dependiente de Damasco. Era el año 711, pero tras la masacre producida por  los Abasidas de Bagdad a los Omeyas en 756 d.C. provocó que el Príncipe  Abderramán I llegara al-Ándalus y se creara el Emirato Independiente. Del Emirato, pasaría con Abderramán III al Califato de Córdoba.

Con el tiempo, grupos fanáticos musulmanes llegaron a la Península. En 1085 llegaron los Almorávides y un siglo más tarde llegó otro grupo bereber del norte de África, los Almohades. Estos estaban realmente fanatizados y dieron lucha sin cuartel a los reinos cristianos del norte. 

Los reyes cristianos sin embargo, no se ponían de acuerdo para establecer una gran coalición que frenara el avance musulmán y llevara la estabilidad y la reconquista a buen puerto. Los ataques entre los 5 diferentes reinos cristianos de la Península se sucedían una y otra vez y eso facilitaba el avance de los mahometanos.

En 1195, las tropas castellanas de Alfonso VIII sufrían una gravísima derrota a manos de los almohades en Alarcos, la última gran victoria musulmana en España. Esta derrota dolió  al monarca castellano, que estuvo estuvo a punto de morir en la batalla; Durante años se preparó para devolver el golpe. Para ello hubo de dejar atrás sus rencores y diferencias con el resto de los reinos peninsulares y formar una gran coalición que enfrentara a los invencibles almohades.




Mientras tanto, Muhammand Al-Nasir, hijo del vencedor de Alarcos y nuevo caudillo de los almohades seguía sumando tierras y victorias a su  causa. En 1211 pasaba a la Península y  en mayo tomaba Salvatierra, un importante enclave estratégico para los cristianos. 

Sería el Papa Inocencio III, a instancias de Alfonso VIII quien proclamara una Santa Cruzada para librar la Península del poderío almohade.  Rodrigo Jiménez de Rada, arzobispo de Toledo y cronista de la batalla fue el encargado de proclamar la cruzada por toda Europa y encontrar voluntarios a la causa.


LOS CONTENDIENTES

Alfonso VIII de Castilla "el Noble" o "el de las Navas" era hijo de Sancho III y Blanca Garcés de Pamplona. Estaba casado con Leonor Plantagenet,  hija de Enrique II de Inglaterra y Leonor de Aquitania. Fundó la ciudad de Plasencia y se esforzó por unir a los reinos cristianos en su lucha por reconquistar la Península. Su derrota en Alarcos marcó un periodo de inflexión y trabajó duro para juntar un gran ejército que plantara cara a los musulmanes.

Sancho VII de Navarra "el Fuerte" era hijo de Sancho VI y cuñado de Ricardo Corazón de León (su hermana Berenguela estaba casada con el rey inglés). Tras un fracasado primer matrimonio se volvió a casar con Clemencia, hija de Federico I Barbarroja. Durante su reinado sufrió las injerencias de Castilla en su reino, perdiendo varios territorios a favor de Alfonso VIII. Tras firmar una tregua, Sancho VII se unió a Castilla en la cruzada contra los almohades.

Pedro II de Aragón "el Católico" era hijo de Alfonso II "el Casto" y Sancha de Castilla. Estaba casado con María de Montpellier. Interesado en la política occitana consiguió obtener vasallaje del conde de Toulouse. Alcanzó gran prestigio tras su participación en Las Navas de Tolosa.


Monumento dedicado a los héroes de las Navas, ubicado en La Carolina, Jaén.

Entre las órdenes militares, participaron en la batalla las de Santiago, Calatrava, San Juan y los templarios

Entre los voluntarios internacionales hubo combatientes llegados de Alemania, Francia e Italia.

En total, los cristianos lograron juntar aproximadamente unos 70,000 hombres. 

Por parte musulmana, las tropas estaban comandadas por  Abú Muhammad ibn Yaqub ibn Yusuf ibn Abd al-Mumin, más conocido como Muhammad al-Nasir, nombre que se puso al subir al trono y cuyo significado es "Victorioso para la religión de Dios". Los cristianos le conocían con el sobrenombre de "Miramamolín", una deformación del título Amir al-Mu´minin (Príncipe de los creyentes). Al-Nasir tenía un historial de victorias envidiable, y como buen fanático religiosos proclamó la Yihad contra los infieles. Conquistó Mallorca a los almorávides a los que acusaba de "tibios" en cuestiones religiosas y expulsó a estos de las Baleares. Logró tomar Túnez, sometió la Tripolitana y fue dueño absoluto de Marruecos. 

Las fuerzas musulmanas superaban con creces a las de los cristianos, aportando a la batalla alrededor de 120,000 hombres de procedencia bereber y subsahariana.



LA BATALLA

Las tropas cristianas llegadas de todas partes de Europa se congregaron en Toledo, tras lo cual marcharon hacia el sur. Rodrigo Jiménez de Rada, cronista y testigo directo de los acontecimientos, nos cuenta que durante la marcha, los cristianos eran hostigados continuamente por los musulmanes dando lugar a varias escaramuzas sin importancia. Al-Nasir que vigilaba muy de cerca a los cristianos dispuso a su ejército cerca de las montañas de el Muradal (Despeñaperros) contando con el agotamiento y la falta de víveres de los cruzados para caer sobre ellos. El ejército cristiano mientras tanto, buscaba un lugar óptimo para la batalla, pero para ello debía atravesar un desfiladero plagado de musulmanes. Quiso la providencia que gracias a un pastor del lugar encontraran un paso seguro y burlaran el bloqueo enemigo acampando en las inmediaciones de Santa Elena, Jaén.

Tras plantar las tiendas, los cristianos se dedicaron a descansar tras un viaje extenuante. Al fracasar la posibilidad de caer sobre sus enemigos en una emboscada, Al-Nasir decidió presentar batalla abierta desplegando sus tropas en terreno alto y favorable, pero los cristianos no picaron y decidieron aplazar la batalla para más tarde. Este hecho fue interpretado por los musulmanes como una señal de miedo y debilidad. Al día siguiente los musulmanes volvieron a desplegar sus tropas invitando a los cristianos a la batalla. Otra vez los cristianos la rechazaron. La prudencia y la espera fue gran virtud para los cristianos que al día siguiente, descansados y renovadas las fuerzas se confesaron y tomaron los sacramentos antes de salir al combate.


Disposición de ambos contendientes en la batalla de las Navas de Tolosa

Era el 16 de julio de 1212. A la vanguardia iba Diego López de Haro. Su hijo, el noble don Lope, con la mente en Alarcos le dijo: 

"Padre, que lo hagáis de modo que no me llamen hijo de traidor y que recuperéis la honra perdida en Alarcos".

 El padre respondió:

"Os llamaran hijo de puta, pero no hijo de traidor".

Don Lope entonces replicó:

"Seréis guardado por mi como nunca lo fue padre de hijo, y en el nombre de Dios entremos en batalla cuando queráis".

El conde Gonzalo Núñez con las órdenes del Temple, del Hospital, Uclés y Calatrava mandaba el núcleo central. El flanco lo mandaba Rodrigo Díaz de los Cameros, su hermano Álvaro Díaz, Juan González y otros nobles. A la retaguardia iba el rey Alfonso junto al arzobispo Rodrigo de Toledo y otros obispos. En cada una de las columnas iban las milicias de las ciudades. En el flanco izquierdo dispuso su ejército el rey Pedro de Aragón. El rey Sancho de Navarra formaba a la derecha del noble rey. Tres cuerpos de ejército dispuestos en línea ocupaban la llanura. Todos y cada uno de los combatientes cristianos marchaban con el temor de saberse inferiores ante un ejército musulmán superior en número y confianza, no en vano los mahometanos llevaban dominando a sus enemigos desde hacía muchos años y tenían fama de invencibles.

Mientras, en la cima, esperaba sentado en su trono Al-Nasir, reconocible por su capa negra. A su alrededor la famosa guardia negra, soldados de élite senegaleses de raza negra cuyo estilo de combate consistía en encadenar sus rodillas a estacas clavadas en el suelo como señal de que no se moverían del sitio y de que lucharían hasta el final. 

Delante del campamento, el grueso del ejército musulmán consistía en lanceros y arqueros almohades a derecha e izquierda que junto a la caballería turca cubrían los flancos. En primera línea estaba la infantería ligera y en la segunda la infantería pesada andalusí. De acuerdo con el relato de Jiménez de Rada, los musulmanes poseían tantas flechas que ni dos mil mulas eran suficientes para cargar con todas ellas. 

Los musulmanes esperaban ansiosos y pacientemente la acometida cristiana. Esta llegó de la mano de Diego López  de Haro y sus hombres de vanguardia. El terreno en alto favorecía a los musulmanes y al llegar a su altura, las fuerzas cristianas lo hacían cansadas y desorganizadas. Jiménez de Rada nos lo cuenta así:


"Los agarenos, aguantando casi sin moverse del lugar, comenzaron a rechazar a los primeros de los nuestros que subían por lugares bastante desventajosos para el combate, y en estos choques algunos de nuestros combatientes, agotados por la dificultad de la subida, se demoraron un rato. Entonces, algunos de las columnas centrales de Castilla y Aragón llegaron en un solo grupo hasta la vanguardia, y se produjo allí un gran desconcierto y el desenlace no se veía claro, basta el punto de que incluso parecía que algunos, aunque no de los ilustres, buscaban la huida;..." 

La táctica de los musulmanes consistía en avanzar hacia el enemigo y luego dispersarse como si huyeran, cansar a la caballería cristiana y caer sobre los fatigados soldados cristianos con sus mejores fuerzas. Para ello, iban en vanguardia y como carnaza, musulmanes voluntarios muy comprometidos con la yihad

Parecía que pronto asomaría una nueva victoria musulmana: 

"...pero los de la vanguardia y los de la segunda línea de Aragón y Castilla redoblaban al unísono su esfuerzo; también las columnas de los flancos combatían violentamente con las columnas de los agarenos, hasta el punto de que alguno de aquéllos, que se dieron la vuelta parecía huir."

Recordando el desastre de Alarcos, Alfonso VIII se dirigió al arzobispo de Toledo y dijo:

"Arzobispo, muramos aquí yo y vos». 

Pero Jiménez de Rada replicó:

«De ningún modo; antes bien, aquí os impondréis a los enemigos."





Pendón musulmán capturado en las Navas. Actualmente se encuentra en el monasterio de las Huelgas en Burgos. 


Así, el rey Alfonso no detuvo más  su montura y cargó en ayuda de la primera línea. Los reyes de Aragón y Navarra se incorporaron a la carga como un solo cuerpo, en la que ha sido denominada como la carga de los tres reyes. Los bien atrincherados musulmanes no podían imaginar lo que se les venía encima. La caballería hispana atravesó con relativa facilidad y sin apenas pérdidas las líneas enemigas y se plantaron hasta el mismísimo campamento de Al-Nasir. Cuenta la leyenda que el rey Sancho de Navarra fue el primero en llegar y cortar con su espada las cadenas que rodeaban la fortificación. Más tarde, a raíz de este supuesto acontecimiento, el escudo de Navarra incorporaría las célebres cadenas que aparecen en él.  

La masacre contra los musulmanes fue terrible. Sin posibilidad de defensa ni maniobra, los arqueros sarracenos fueron aniquilados y sus cadáveres se iban amontonando por miles. Igualmente, Uno tras otro fueron sucumbiendo a las espadas cristianas, los componentes de la guardia negra. Los que huían eran alanceados sin piedad. Jiménez de Rada nos cuenta que la persecución duró hasta la noche. Al-Nasir, tras intuir el desastre y movido por el terror y la cobardía huyó del campo de batalla a galope. 

Tras asegurarse la victoria, los cruzados se dedicaron a expoliar el campamento enemigo. El botín obtenido fue muy cuantioso. Ropa, oro, plata, armas, cada uno de los guerreros cristianos obtuvo una gran recompensa. El arzobispo de Toledo y otros obispos entonaron entonces el "Te Deum laudamus,  te Dominum confitemur


Para cuantificar el número de muertos en la batalla, los datos que nos da Jiménez de Rada no nos sirven. En un intento de magnificar la victoria cristiana, el arzobispo nos dice que 200,000 sarracenos quedaron tendidos sobre el campo de batalla, mientras que por parte de los cruzados solo se perdieron 25 vidas. La realidad fue muy diferente. De acuerdo con las cifras que manejan los expertos, un número aceptable aunque igualmente considerable sería de unas 90,000 bajas musulmanas por 5,000 cristianas.

Aunque la batalla no fue decisiva, sí fue determinante para afianzar el dominio cristiano en la Península y a la vez terminar con el mito de invencibilidad de los musulmanes. Desde entonces, el avance cristiano fue imparable y los sarracenos se dedicaron a intentar conservar sus tierras y vidas pagando tributo a los reinos castellanos o aragoneses.