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domingo, 16 de abril de 2017

ESPAÑOLES EN CAMPOS NAZIS (I). EXILIO A FRANCIA


Cuando  apenas era un niño de 10 años comencé a interesarme por la historia. En una ocasión pregunté a mi abuelo paterno acerca de la Guerra Civil Española y como la vivió él y su familia.  Los retales de memoria que conservo de esa conversación se limitan a que mi familia pasó mucha hambre, sed y escasez, sin olvidar que la muerte y la represión formaron parte de su vida cotidiana durante la contienda. Mi bisabuelo Antonio y su hermano José formaron parte del ejército popular republicano. A mi tío bisabuelo lo fusilaron por sus "delitos de sangre" en 1940 y mi bisabuelo tras un corto periodo de tiempo exiliado en Francia regresó a España, tras las promesas no represivas de Franco. Finalmente acabaría con una cadena perpetua y trabajos forzados, aunque afortunadamente quedaría libre tras pasar unos pocos años en prisión.


Sobre estas líneas mi bisabuelo Antonio Tito con su uniforme del Ejército Popular Republicano. 


Toda esta información no decía mucho para un niño de mi edad pero según iba creciendo nuevas dudas y preguntas asaltaban mi mente. ¿Por qué abandonaría mi bisabuelo la relativa seguridad que le brindaba permanecer en el país vecino? ¿Para que volver a un país cuya libertad se había tornado en represión y sometimiento? 

Nunca llegué a recibir contestación a estos interrogantes. La luz y chispa de la vida de mi abuelo se apagó hace unos años y no tuve la oportunidad de entrevistarme con él  para resolver mis inquietudes.

Sin embargo y gracias a la documentación de  guerra y la memoria colectiva de otros soldados que vivieron la misma situación que mi bisabuelo, pude recomponer su propia historia e incluso ahondar en sus propios pensamientos y anhelos. Y es que aunque  la historia central de esta serie de artículos nada tiene que ver con  mi bisabuelo, esta primera parte  sí le tiene a él como protagonista junto a los miles de exiliados españoles que vivieron su particular infierno en Francia.   

EL EXILIO DE LOS VENCIDOS

Es febrero de 1939, la República Española agoniza y miles de soldados y civiles con sus familias huyen hacia la frontera de Francia tras la inminente victoria del Ejército Nacional. 

Hace apenas algo más de un año, Léon Blum, líder del Frente Popular gobernaba Francia en una coalición de izquierdas (socialistas, radicales y comunistas, estos últimos apoyaron la coalición pero no formaron parte del gobierno). Su política antifascista, su simpatía hacia la República Española y sus mejoras laborales  no impidieron que al año siguiente y  a causa de una crisis económica el Frente Popular se extinguiera. El nuevo gobierno francés no tardó en reconocer el régimen de Franco, incluso antes de que este ganara la guerra. Para colmo, el primer ministro Daladier firmó el Pacto de Munich que daba a Hitler vía libre para la anexión de los Sudetes (en ese momento propiedad de Checoslovaquia). Tras este acuerdo, Daladier fue recibido en Francia como un héroe al evitar una guerra más que segura con Alemania. Todo esto unido a la ola anti comunista que atravesaba el país hizo que los republicanos españoles fueran recibidos en el país galo con mucho recelo. Y es que a pesar de la variedad ideológica de los refugiados, para los franceses todos los exiliados eran comunistas y por tanto enemigos de Francia.

Volviendo al hilo anterior, en febrero de 1939 llegaba a la frontera francesa más de medio millón de hambrientos y cansados españoles. En un principio, los soldados republicanos pretendían continuar la lucha pasando de Francia a Valencia y estaban seguros de que las potencias occidentales no permitirían una victoria fascista en España. Muy pronto sus ilusiones se desvanecerían nada más cruzar la frontera.

Lo primero que hicieron los gendarmes franceses fue desarmar y requisar los fusiles a los soldados españoles. Más tarde, estas armas se entregarían al régimen franquista. 


Los refugiados españoles serían instalados en campos de concentración franceses ubicados en la playa como el que se ve en la imágen.




Los refugiados fueron conducidos a espacios al aire libre en la playa o las montañas aún cubiertas de nieve, rodeados por alambradas y vigilados por guardias coloniales senegaleses armados. Estos iban empujando y regalando culatazos a los rezagados. Los que recuerdan esos días coinciden en señalar el trato inhumano recibido.

"Cuando entramos allí nos encerraron como animales...impidiendo que nos escapáramos. Y aquello fue criminal porque no tenias qué comer, no tenias agua, no tenias donde hacer tus  necesidades, no te podías lavar, no podías hacer nada".

La poca comida repartida por el gobierno francés consistía en un trozo de carne cruda como si fueran perros y unos panes redondos de unos dos kilos que debían repartirse entre 20. El agua  que bebían era de las bombas artesanas que filtraban el agua del mar y que descomponían los vientres, ya que muchos hacían sus deposiciones a la orilla de la playa y lo que filtraban y depuraban las bombas eran sus propios detritus. Y es que el ejército no permitía que las organizaciones de izquierda del país ayudara a los refugiados con ropa y comida. Los objetos personales les fueron arrebatados o comprados por un pedazo de pan.

Luego durante la noche, el frío y la humedad hacía mella en los debilitados exiliados. Al carecer de infraestructuras donde guarecerse los refugiados se las ingeniaron para protegerse de las inclemencias del tiempo. Se cavaban agujeros en la playa, se prendía fuego a algún neumático que encontraban, pero la mayoría debía conformarse con las escasas mantas y abrigos que habían usado durante toda la guerra.


Los primeros días había que ingeniárselas para protegerse de las inclemencias del tiempo.


El gobierno francés en connivencia con el franquista abrió un campo de internamiento para todos aquellos que deseaban regresar a España, era el llamado campo de Franco. Algunas mujeres, niños,  enfermos y heridos fueron obligados a su internamiento. Otros, movidos por las promesas franquistas de que nada les ocurriría si regresaban también se unieron a la partida de retorno, entre ellos mi propio bisabuelo. Pronto se vería el vacío de esas promesas cuando regresaron a España. Aquellos manchados con "delitos de sangre" fueron fusilados. Otros como mi bisabuelo fueron internados en campos de prisioneros y llevados a trabajar en la construcción de obras públicas para reducir condena. Los que optaron por quedarse en Francia pensando en un futuro próspero mas les hubiese valido pasar a España  ya que muy pronto miles de ellos iban a sufrir un tormento inimaginable.

El tiempo pasaba y las condiciones de los refugiados en Francia no mejoraba. El gobierno francés había mandado al campo de exiliados algunas maderas y materiales de construcción para la fabricación de barracas que los mismos españoles tuvieron que construir. Sin embargo, estos barracones solo estaban cerrados por los laterales y la parte de atrás, así que cuando llovía el agua entraba por todos lados. La alimentación era escasa y mala, la propagación de piojos y pulgas enorme y la falta de higiene comenzó a pasar factura a los refugiados con varios casos mortales de disentería. Los grifos de agua potable solo funcionaban unas horas al día y consumir agua del arroyo era una locura ya que estaba contaminado. La imposibilidad de ir al baño o lavar la ropa fue un caldo de cultivo para la proliferación de parásitos y las consecuentes epidemias. Las autoridades habían construido una pequeña enfermería que no daba abasto y que carecía de camas y material médico. Al poco, hizo aparición un ejército de ratas y el temor que estas propagaran nuevas enfermedades. Para paliar el problema se prometió una gratificación en metálico por cada rata muerta.



Los refugiados españoles tuvieron que construir sus propias barracas para tener un techo donde guarecerse.


Se estima que durante los primeros 6 meses en Francia, perdieron la vida cerca de 15,000 refugiados españoles a causa del hambre, el frío y la enfermedad, entre ellos muchas mujeres y niños. En el campo de Saint-Cyprien habían contraído la disentería 85,000 de los 100,000 refugiados. Los niños y los mayores de cincuenta eran las víctimas más propensas a morir en aquellos nefastos campos de refugiados.

Los exiliados españoles eran considerados y tratados como delincuentes, sometidos a disciplina y castigos físicos. Por la mañana y la noche se les obligaba a asistir a la izada y bajada de la bandera francesa en posición de firme. A veces, el comandante del campo cortaba las provisiones y los refugiados se quedaban 24 horas sin comer. Los malos tratos  estaban a la orden del día y si sorprendían a alguno intentando escapar era inmediatamente disuadido a golpe de culatazo de fusil.

En el campo de Vernet, los refugiados estaban divididos  en diferentes grupos. La zona A para los internos comunes, la B para los considerados peligrosos, como los comunistas y los anarquistas y el grupo C para el resto. Estaban subordinados a una disciplina militar donde no se toleraba la desobediencia, bajo pena de castigos severos.


Los mayoría de los refugiados españoles fueron tratados por las autoridades francesas como vulgares criminales.


¿Y que es lo que pensaba la opinión pública sobre todo esto? Aunque no hay que meter a todos en el mismo saco, lo cierto es que influenciados por el gobierno y la prensa, el pueblo francés temía y despreciaba a unos refugiados que "habían venido a robarles el pan". Los rojos eran monstruos que se comían a los niños. Los refugiados españoles eran el mismísimo diablo. Solo los partidos de izquierda franceses eran afines al sufrimiento y dolor por el que estaban pasando los exiliados e hicieron sin mucho éxito todo lo posible para paliar tantas penalidades. No podemos pasar por alto la inestimable ayuda que llegó del exterior. Los cuáqueros norteamericanos se volcaron con los refugiados y enviaron toneladas de alimentos para mitigar el hambre que sufrían.

A veces, patronos y empresarios llegaban al campo para reclutar mano de obra. Era una especie de esclavitud encubierta con salarios extremadamente bajos. Las autoridades francesas tuvieron que recurrir a la fuerza para integrar a los exiliados en compañías de trabajo. Para entonces, muchos refugiados habían regresado a España. Los meses de sufrimiento, dolor y muerte padecidos en los campos de concentración franceses hizo que muchos españoles decidieran desandar el camino y se enfrentaran a un destino incierto en su propia patria. Los primeros en volver fueron aquellos que estaban menos comprometidos políticamente. Otros, más afortunados, se habían exiliado en América latina o la URSS. Los que se quedaron fueron coaccionados constantemente por el gobierno francés para que regresaran a España. Eran humillados, vejados e insultados. Aquellos que no lo soportaban más y decidían regresar eran puestos al otro lado de  la carretera y socorridos por camiones cargados de pan. Para agosto de 1939 más de 250,000 refugiados españoles habían regresado a España. Cuando Hitler invadió Polonia el 1 de septiembre de 1939, quedaban unos 220,000 españoles en territorio francés.

El 3 de septiembre de 1939 Francia e Inglaterra declararon la guerra a Alemania.

Poco antes de la declaración de guerra y ante su inminente  encuentro, el gobierno francés se volvió hacia los refugiados españoles. Francia necesitaba movilizar a todos los hombres disponibles para una más que inevitable confrontación bélica. Aquellos que habían hecho lo imposible para expulsar de su territorio a los refugiados españoles ahora imploraban su permanencia.  Algunos miles ya se habían alistado en la Legión Extranjera y otros lo harían en las Compañías de Trabajadores. Escapar de los campos de refugiados les daba derecho a un paquete de cigarrillos al día, medio franco de soldada diaria, comer del mismo rancho que los soldados franceses y recibir paquetes y correspondencia de España. 10,000 se enrolaron en la Legión, 30,000 en la industria armamentística y tareas agrícolas y otros 60,000 en las llamadas Compañías de Trabajadores. 

Muchos de los españoles fueron a reforzar la antigua línea Maginot en previsión de una más que posible invasión alemana. La desgana y apatía del ejército francés para combatir a los nazis era más que evidente. La mayoría de los mandos creía que el gobierno se había equivocado al declarar la guerra a Alemania. Creían que el verdadero enemigo era Rusia y los comunistas y miraban a los refugiados con recelo. Resultaba inútil hacerles comprender que no todos los exiliados españoles eran comunistas o anarquistas.

Los españoles que se habían integrado en el ejército francés estaban preparados y dispuestos a combatir. Sin embargo, cuando comenzó la invasión alemana, el ejército galo comenzó un repliegue hacia el sur abandonando las líneas de defensa. Esto fue una contrariedad para los españoles que deseaban continuar la lucha armada contra el fascismo. 



Muchos refugiados españoles se integraron en el ejército francés para continuar la lucha contra el fascismo.



La incompetencia de los mandos franceses era más que evidente. Un día, un capitán francés echó una buena bronca a la compañía española porque los soldados hispanos estaban cubriendo de barro sus cascos nuevos. Uno de los soldados españoles hizo ver al capitán que los flamantes y relucientes cascos eran una diana perfecta para la aviación alemana. Y es que tras tres años de conflicto bélico en España, los veteranos españoles conocían perfectamente todos los "trucos" de la guerra. 

Algo que sorprendió mucho a los refugiados fue el intenso terror que los soldados franceses tenían hacia los alemanes y su aviación. Como manera de burla, cuando pasaba la aviación alemana por encima de sus cabezas, los españoles lanzaban piedras a los pies de unos atemorizados franceses que creían  ser atacados por los cazas.

Poco a poco, los alemanes iban ocupando el país ante la pasividad de Francia. El mariscal Petain se rindió a Hitler sin condiciones y formó un gobierno títere en una "zona libre" con sede en Vichy. Solo la resistencia y algunos generales como De Gaulle plantarían cara a la ocupación nazi.




Mientras tanto, los españoles seguían en retirada al ejército francés, que acabaría embarcando hacia Inglaterra para preparar la contraofensiva. Para desgracia de los nuestros, el gobierno inglés se negó a embarcar a los españoles. Muchos intentaron pasar entonces a Suiza, pero según entraban en el país fueron traicionados y expulsados por el ejército suizo a punta de fusil. Nadie podía creer que un país neutral como Suiza abandonara a su suerte a nuestros refugiados. Más tarde se sabría que los suizos tenían compromisos económicos con el gobierno de Hitler. 

La suerte estaba echada y la Wehrmacht finalmente dio caza a los soldados republicanos  que no tuvieron la suerte de escapar y los hicieron  prisioneros. Algunos españoles habían conseguido emigrar a Rusia, México o se integraron en la resistencia francesa. 

Al principio, los prisioneros españoles capturados por la Wehrmacht fueron tratados de acuerdo con la Convención  de Ginebra e ingresaron en campos de prisioneros convencionales junto a sus camaradas franceses. Sin embargo, al saber que se trataban de excombatientes republicanos de la Guerra de España (aunque actualmente todos la conocemos como Guerra Civil Española, en esos años todos los combatientes usaban el término Guerra de España) fueron movilizados y embarcados en trenes con rumbo desconocido. Los españoles estaban a punto de vivir la peor pesadilla de sus vidas. Un infierno les esperaba a las afueras de una pequeña localidad de Austria, el campo de exterminio nazi de Mauthausen.