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viernes, 16 de septiembre de 2016

EL MENDIGO

Hace mucho tiempo  vivía en la ciudad de Sevilla un judío converso de nombre Francisco Martín. Don Francisco era un acomodado comerciante, respetado miembro de la comunidad y un ferviente creyente, cuya devoción se inclinaba hacia San Martín Caballero, patrón de los comerciantes.

Don Francisco se dedicaba a la venta de productos manufacturados, que eran transportados al nuevo mundo, a través de la Casa de Contratación sevillana. Su industria y buen hacer en los negocios le reportaba pingües beneficios. La casa de Contratación era un hervidero de gente yendo y viniendo donde se abrían y cerraban multitud de tratos comerciales. Este flujo de dinero era a veces aprovechado tanto por malhechores como mendigos a fin de sacar algo de provecho a su mala fortuna.


                  Casa de contratación de Sevilla

Acampaba por esas calles en aquellos días Marcelino Garrote, veterano de la guerra contra Francia que perdiendo un brazo en  batalla e impedido para el trabajo manual, buscaba la vida mendigando un trozo de pan por las ricas calles sevillanas. Así, cada mañana el pobre Marcelino se sentaba en una de las calles más transitadas por estos ricos comerciantes, esperando inspirar lástima y que un alma bondadosa deslizara una moneda a su viejo y sucio cuenco de arcilla.

A Francisco Martín le disgustaba enormemente transitar por esa calle, molestado casi siempre por la chusma andrajosa y acechado por amigos de lo ajeno. Siempre que podía prefería caminar acompañado de otros compañeros del gremio. Eso le inspiraba más confianza y seguridad. En especial desconfiaba en gran manera de Marcelino,  quien  despertaba en su persona gran recelo y desprecio. El veterano soldado era un gran observador y Francisco intuía que el mendigo esperaba la ocasión para delinquir y sustraerle la bolsa. Y es que muchos de los comerciantes solían llevar bastante dinero encima, fruto de sus transacciones comerciales. Generalmente la mayoría de los comerciantes llevaban escolta, lo cual era una señal inequívoca  de mucho dinero para los ladrones. En otras ocasiones eran las propias escoltas quienes se apropiaban de los botines. Francisco Martín era contrario a llevar escolta por estos y otros motivos, por eso, todas sus transacciones económicas eran cerradas en su propia casa. Eran pocas las veces que volvía a su casa con  dinero encima.



Un día don Francisco se hallaba cerrando el trato de su vida cuando su cliente acordó entregarle allí mismo el pago de la transacción en oro. Francisco declinó amablemente invitándole a cerrar la operación y por tanto la ejecución del pago en su propia casa. El cliente negó con la cabeza declarando que la protección que la Casa de Contratación le brindaba le cohibía a salir más allá de sus límites.

No queriendo perder ni el cliente ni una considerable suma de dinero, Francisco accedió a retirar los fondos unos días después. Iba de vuelta a casa ensimismado en sus pensamientos cuando Marcelino que se encontraba en una esquina cercana sentado, le advirtió a la vez que esbozaba una sonrisa.

-Cuidad bien de vuestra bolsa estos días señor.-  

Don Francisco aterrado, corrió asustado dirigiéndose a casa del alguacil que era amigo suyo. Allí visiblemente nervioso explicó al funcionario sobre la reciente transacción y la gran cantidad de dinero que recibiría en breve. Le rogó que detuviera al andrajoso veterano de guerra de quien sospechaba tramaba algún infortunio contra él.

El corregidor calmó a don Francisco prometiéndole obrar como le había pedido. Así, el comerciante volvió a casa más tranquilo.

Ese mismo día Marcelino fue detenido y encerrado en una mazmorra.
Pasaron los días y don Francisco decidió ir a cobrar su dinero. Tras el pago fue caminando con paso firme y rápido hacia su casa mientras miraba receloso a un lado y otro temiendo que le robaran el esfuerzo de su industria. De repente se quedó blanco como el papel. A un lado de la calle se encontraba como siempre Marcelino, con su roto y sucio cuenco de las limosnas, implorando caridad. 

Don Francisco estaba aterrado sin saber qué hacer. Y es que al no haber justificación posible para mantenerle encerrado en prisión el corregidor había ordenado su liberación. 

Pronto sus temores se disiparon cuando al mirar en su derredor vio a Miguel Yañez, comerciante y amigo suyo que acompañado de su escolta se dirigía precisamente en su dirección. Miguel saludó:

-Amigo Martín, extraña coincidencia encontraros a estas horas por aquí.

-Buena fortuna diría yo amigo Yañez. Mucho tiempo hace que no se cruzan nuestros caminos. ¿Qué hacéis vos por aquí?-

-He de encontrarme con un cliente y la casualidad o la fortuna me ha traído hacia vuestro camino ya que debo dirigirme muy cerca de donde tenéis vuestra hacienda. Observo que os dirigís hacia vuestra casa ¿Os importa si mi escolta y yo os acompañamos? Creo que así el camino nos será más placentero y ameno.-

-Llegáis llovido del cielo y  de buen grado acepto vuestro ofrecimiento. Replicó don Francisco

-Marchemos entonces, sin embargo evitemos el tránsito habitual pues conozco camino más seguro y menos concurrido. Estas calles se han convertido en lugares peligrosos, frecuentadas por bandidos y malhechores.

-Hagamos como bien os pareciere, detesto transitar cerca de esa chusma pedigüeña- dijo el comerciante aludiendo a los pobres.

Así, los tres hombres se apartaron de su camino habitual para adentrarse por otras calles  más tranquilas y menos transitadas.

Estaban a medio camino cuando de repente Miguel Yañez detuvo sus pasos, miró a un lado y otro y sacando un puñal de su cinturón amenazó a don Francisco.

-Entregadme vuestra bolsa don Francisco, sé de buena tinta que hoy habéis recibido mucho dinero en la Casa de Contratación.-

Don Francisco no daba crédito a sus oídos. Uno de sus  amigos le estaba amenazando con robar el fruto de su esfuerzo y trabajo.

-¿Qué significa esto Yañez?.- Preguntó atemorizado don Francisco

-Significa que estoy arruinado amigo Martín. La Casa de Contratación retiró mi licencia hace unas semanas y son muchas las deudas que me ahogan. Con este dinero las saldaré y podré empezar de nuevo, viajando a las Indias. Ahora entregadme la bolsa u os la arrancaré de vuestros dedos moribundos.

-¿Vais a matarme?

-No puedo dejar cabos sueltos ni dejar que me denunciéis. Desgraciadamente debo acabar con vuestra vida.-

Don Miguel alzó su brazo para descargar el golpe mortal cuando de repente emergió una figura de entre las sombras que con voz firme amenazó.

- Detened vuestro brazo o lo lamentareis-

Don Miguel se detuvo al instante al verse sorprendido, pero al descubrir a su interlocutor no pudo reprimir una sonrisa de satisfacción. Se trataba de Marcelino el mendigo. Haciendo un gesto con la cabeza, don Miguel mandó a su escolta que se encargara del pordiosero. El secuaz sacó su espada y cuando llegó a la altura de Marcelino se dispuso a contender con él. El escolta se creyó superior al juzgar al pobre lisiado como un insignificante insecto al que solo había que pisar. Esta confianza fue su perdición pues con gesto rápido, Marcelino desenvainó la espada con la que tantas veces combatió en la guerra y con la agilidad habitual de un soldado bien entrenado venció fácilmente a su oponente con la fuerza de un solo brazo. Luego, dirigiéndose a don Miguel dijo:

-Dejad caer vuestro puñal o morid-

Don Miguel no se lo pensó un instante y ante el despliegue de fuerza y habilidad del mendigo optó por huir del lugar.





Marcelino se acercó a don Francisco:

-¿Estáis bien? ¿Habéis recibido algún daño?-

-No, me encuentro bien y debo decir que jamás vi a hombre alguno combatir tan extraordinariamente en condición tal como la vuestra.- Dijo un sorprendido don Francisco.

-¿Por qué no me hicisteis caso, mi señor? os advertí  que cuidarais de vuestra bolsa, pues observé y con acierto a estos mismos hombres que acechaban vuestros pasos desde hace días. Supe enseguida que nada bueno tramaban y cuando quise explicarme vos corristeis como alma que persigue el diablo. Hoy cuando iba a advertiros de nuevo contra ellos os metisteis en la boca del lobo.- 

-Dios no habrá de perdonarme amigo mío pues en pago a vuestro bien os hice mal poniéndoos en prisión.- Dijo avergonzado el comerciante

-Es costumbre entre los hombres de fortuna juzgarnos  a los pobres de indeseables y malhechores, mas si refrenaran su juicio y abrieran su corazón descubrirían la bondad y lo bueno que podemos ofrecer a un mundo que nos niega una oportunidad.  

Yo no nací pobre ni iletrado mi Señor. En mi juventud tuve todo cuanto un hombre puede desear. Sin embargo como segundón en la casa de mi padre y la imposibilidad de heredar me forjé en la carrera de las armas, combatiendo en nombre del Rey y destacando en el campo de batalla contra el franco y el holandés. Un día en el fragor de la batalla una pieza de artillería arrancó mi brazo izquierdo y con él  mis ilusiones y anhelos de futuro. Licenciado, sin hogar e inútil para el trabajo manual me vi en la vergüenza y necesidad de mendigar un trozo de pan para subsistir. Y de cierto os digo que aun prefiero mendigar mi sustento a delinquir para vivir de la abundancia. Pues ¿Con que ojos miraré a Dios cuando me encuentre ante él en el día del juicio si mi alma está manchada por el pecado y la corrupción? Vive Dios que aunque pobre en lo material viviré haciendo el bien a fin de alcanzar la riqueza en lo espiritual. Ahora mi señor, id en paz y resguardaros en la seguridad de vuestro hogar.  Sed de buen ánimo y honrad a Dios por seguir aún con vida, pues de cierto él ha guiado mi brazo.- Dijo con pena pero con orgullo el mendigo.

Francisco Martín no pudo dormir esa noche. Toda su vida había creído que Dios bendecía y protegía a los privilegiados y que sus diezmos y ofrendas a la parroquia eran garantía de salvación eterna. Había creído que la miseria y pobreza de tantos hombres era parte del plan divino de Dios y  por tanto, como castigo merecido, los ricos no debían hacer nada para paliar el sufrimiento de los más pobres. Sin embargo, en una sola tarde había aprendido más sobre los cielos en los actos y palabras de un hombre humilde, que en todos los sermones escuchados  durante  toda su  vida  en misa. Pues  creyó  oír  voz de ángeles en las palabras de Marcelino el mendigo.

Desde entonces, se dice que Francisco Martín cambió su vida. No solo comenzó a dar limosna generosa a los pobres sino que con su fortuna hizo construir un hospicio para el cuidado de los más desfavorecidos y varios pósitos de grano para paliar el hambre en épocas de malas cosechas. Hasta el final de sus días, don Francisco no dejó de favorecer a los pobres y desarrapados, siempre acompañado y protegido de su fiel escolta, Marcelino Garrote.

Dicen que una imagen vale más que mil palabras y así lo creía Francisco Martín, hasta que aprendió finalmente que esa afirmación no siempre es correcta. El hombre natural es rápido en emitir  malos juicios por lo que se le presenta delante de su vista, sin detenerse a  observar detenidamente el corazón de sus semejantes, y es a veces, en tiempos de angustia cuando aquellos en quienes más confiamos nos dan la espalda, mientras que los que consideramos  insignificantes o enemigos nos tienden una mano amiga para ayudarnos a salir del pozo.  El propio Jesucristo una vez dijo:

“no juzguéis según las apariencias..”  “No juzguéis y no seréis juzgados;..”

“…porque Jehová no mira lo que el hombre mira, pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón”


Solo será cuando nuestro corazón esté dispuesto a hacer el bien a todos los hombres sin distinción ni juicio, que estaremos en la senda que nos marcó el propio Jesucristo y nos calificará como merecedores de nuestra salvación y del más alto galardón.  FIN

domingo, 11 de septiembre de 2016

TAHUANTINSUYO. LA CONQUISTA DE PERÚ



                     Mapa del tahuantinsuyo

La conquista del mundo incaico es una prolongación de la propia conquista mexicana y centroamericana. las fuentes de consulta son variadas y abundantes. Por un lado tenemos las crónicas de López de Gómara, o las de  Sarmiento de Gamboa, que en este caso son poco amistosas hacia los indígenas, mientras que en las crónicas del indio Garcilaso de la Vega los ensalza en demasía. Últimamente se ha tomado muy en serio los escritos del indio Poma de Ayala, pero el autor peca de poca cultura y nula objetividad. De todos modos ninguno de estos vivió en primera persona la conquista del Perú. Personalmente estimo de gran valor histórico los escritos de Pedro Pizarro, Francisco de Xerez o Diego de Trujillo

El artífice de la conquista del Tahuantinsuyo sería Francisco Pizarro, que aunque aventurero y emprendedor nunca tendría el carisma y las virtudes de las que gozó Hernán Cortés.

Francisco Pizarro nació en Trujillo hacia 1476-1478. Era hijo bastardo de don Gonzalo Pizarro y Francisca González. Su padre era un veterano de la guerra que había luchado a las órdenes del "Gran Capitán". 

Pizarro nunca fue un lumbreras en los estudios y tenía poco interés en la cultura, por lo que el padre le puso a cuidar cerdos (Aunque parezca mentira este trabajo le daba prestigio ya que tal oficio atentaba contra las creencias judías). Por tanto, Francisco Pizarro fue un rudo e iletrado hidalgo. A los 15 años inició su carrera militar en los tercios y se embarcó en las guerras de Italia. Llegó  a América  cuando tenía 24 años y participó en varias expediciones buscando fortuna y aventuras.



                  Sobre estas líneas. retrato de Francisco Pizarro

Formó parte de   la expedición de Núñez de Balboa y llegó a ser alcalde de Panamá. Comparado con Cortés, era igual de duro y tenaz, pero no poseía la sutileza psicológica y la habilidad administrativa del otro. 

Participó en una expedición a lo que es hoy la zona de Urabá-Darién en Colombia y en la que alcanzó fortuitamente la capitanía a los 32 años gracias a la baja del jefe de la expedición, Alonso de Ojeda, tras ser herido en una pierna.


«Al despedirse de sus hombres, Alonso de Ojeda (…) dejó a cargo al soldado barbudo (…). Su nombre lo conocía bien. A sus dotes por él conocidas se sumaba que era uno de sus mejores soldados y que …parecía inmune a las plagas que asolaban a su hueste. No dudó en dejarlo al mando ascendiéndolo a capitán y nombrándolo jefe de la expedición en su ausencia»

Ojeda mandó a Pizarro que resistiera con sus escasos soldados hasta que recibiera refuerzos. Se imponía un plazo de 50 días tras los cuales Pizarro podía abandonar y huir en dos bergantines que Ojeda dejaba a cargo del nuevo capitán. 

Resuelto a la defensa, Francisco Pizarro y sus hombres resistieron casi dos meses combatiendo con los indios y luchando contra el hambre. Tal era la desesperación que se vieron obligados a comerse sus preciados caballos.

Transcurrido el plazo fijado el capitán se encontró con el problema de que no había espacio suficiente en los bergantines para transportar a todos los soldados supervivientes. De modo que resolvió la situación esperando a que el hambre, la enfermedad o los indios menguaran sus efectivos, tras lo cual destruyeron la fortaleza, se hacinaron en las embarcaciones y huyeron del lugar. 

Francisco Pizarro logró entonces convertirse en alcalde de una Panamá que se le quedó muy pronto pequeña. El nuevo alcalde había escuchado relatos maravillosos sobre riquezas inimaginables en tierras del Tahuantinsuyo o como sería más conocido más adelante, Perú. Garcilaso de la Vega nos informa que el nombre de Perú es una malinterpretación que los españoles hicieron de las palabras de un indio al que le preguntaron como se llamaba esa tierra. El indígena, creyendo que le preguntaban por su nombre propio dijo que se llamaba Berú y que venía del Pirú que significa río. No obstante el término correcto para el imperio inca es el ya mencionado Tahuantinsuyo, vocablo quechua que significa "Las Cuatro Regiones" o "los Cuatro Estados"



SOCIEDAD INCAICA

La sociedad incaica que encontró Pizarro en su conquista estaba jerárquicamente muy bien estructurada. En el siguiente gráfico podemos observar como la base de esta sociedad la constituían los yanaconas, siervos al servicio del inca o el Estado. los yanaconas se organizaban en comunidades llamadas ayllu donde convivían los trabajadores relacionados por vínculo de parentesco y el trabajo comunitario. Tenían una agricultura muy desarrollada siendo la base de su alimentación la papa y el maíz. También criaban camélidos como la alpaca o la llama. 




A la cabeza estaba el inca, considerado por el pueblo como un personaje divino. Esto es importante en una sociedad donde la religión era parte esencial de sus vidas. Le seguían en importancia la nobleza de sangre (orejones) que se agrupaba en los llamados panacas. Luego estaban los jefes militares, sacerdotes y por último una nobleza menor a la que pertenecían los curacas.

Cada ayllu tenía su propio lugar sagrado al que veneraban y donde residía el espíritu protector de la comunidad, llamado "capacocha" y estaba constituido por algunas montañas, el sol, las estrellas y otras divinidades menores. Por encima de las divinidades locales estaba obviamente el culto al sol, que era la deidad imperial de la cual el inca decía ser su hijo.

Los sacrificios humanos eran parte de la sociedad incaica y era uno de los ritos más solemnes y sagrados. A diferencia de los aztecas, los sacrificios incas solo se practicaban en ocasiones excepcionales y por lo general se usaban niños como víctimas propiciatorias. Tales excepciones incluían la coronación del nuevo inca, nacimiento de un hijo suyo, por victorias militares o por desastres naturales como seguías, hambre o terremotos. En definitiva, para restablecer el orden cósmico ante cualquier alteración de la vida cotidiana. 


Gracias al estudio de estas momias conocemos con precisión las causas de las muertes que iban desde el estrangulamiento, el golpe en la cabeza o la exposición al frío.

De acuerdo con la arqueología moderna sabemos que los niños eran preparados mucho tiempo antes de su inmolación. Durante meses se les administraba alcohol (la célebre chicha, bebida fermentada a base de maíz) y hojas de coca como parte del ritual. Y es que además del simbolismo espiritual,  (se creía que el estado de embriaguez les permitía  acceder al mundo de los espíritus), el consumo de estas substancias les hacía más dóciles. A más de 4000 metros de altura donde eran sacrificados, la coca ayudaba a controlar la falta de oxígeno y el mal de altura, mitigaba la sequedad de la boca y servía como anestésico. 

Gracias a los estudios realizados a algunas momias descubiertas en las gélidas montañas y cuyo estado de conservación son excepcionales se sabe que los sacrificios se llevaban a cabo de la manera menos dolorosa posible. Algunos eran estrangulados, otros eran golpeados en la cabeza y otros eran simplemente drogados y dejados en la cumbre donde morían de frío.

Los incas creían en una vida después de la muerte y en la resurrección. Cuando morían se les enterraba con unas bolsitas tejidas en cuyo interior se depositaban mechones de pelo y trozos de uñas del difunto, como medio de identificación en el día de la resurrección.



PIZARRO Y LOS 13 DE LA FAMA


Pizarro organizó una expedición en 1524 con 110 hombres en la que fue un total desastre. La empresa de Pizarro no pudo empezar mejor. Comenzó capturando una barcaza india cargada de perlas, pero la desgracia pronto se cebó en la expedición cuando tras varias vicisitudes, los soldados le pidieron regresar. 

El desastre de la expedición planteó la posibilidad de regresar a tierra segura y el abandono de una quimera inalcanzable.

Pizarro no se amilanó y arengó a sus hombres con  un discurso potente y de gran emotividad intentando convencer a sus hombres de que si resistian un poco más, encontrarían  riquezas inimaginables. 

El trujillano no se dejó vencer por la pasión y, desenvainando su espada, avanzó con ella  hasta sus hombres. Se detuvo frente a ellos, los miró a todos y evitándose una arenga larga se limitó a decir, al tiempo que, trazaba con el arma una raya sobre la arena:

"Por este lado se va a Panamá, a ser pobres, por este otro al Perú, a ser ricos; escoja el que fuere buen castellano lo que más bien le estuviere"

De acuerdo con las crónicas, 13 hombres cruzaron la dicha raya. Estos soldados serían posteriormente conocidos como Los trece de la fama.

Más decidido que nunca, Pizarro regresó a España para legitimar la futura conquista del Perú. Con las Capitulaciones de Toledo de 1529, el conquistador planeó y preparó una nueva expedición que le llevaría a la conquista del Imperio Inca y situaría a Pizarro como un gran estratega y estadista militar. El objetivo había cambiado, se acabaron las exploraciones, era hora de conquistar.

Con 180 hombres y unos 30 caballos, Pizarro partió a la conquista en enero de 1531. Esta vez llevaban arcabuces, que junto a los caballos les hacía ser una fuerza de choque casi invencible. El primer tramo, actuales costas de Colombia y Ecuador, fue arduo y se superó gracias a los refuerzos.

En Túmbez, el conquistador supo que el imperio que pretendía conquistar se hallaba dividido y sumido en una guerra civil. El temido y valiente Inca Huayna Capac había fallecido por la viruela y había nombrado como sucesor a su primogénito llamado Huáscar o Tito Cusi Wallpa, quien reunía los requisitos para ser ungido inca, aunque su favorito era otro de sus hijos, Atahualpa, señor de Quito.



  
                                 
                         Retrato de Atahualpa 

Respecto a la historiografía contemporánea,  las opiniones ecuatorianas y peruanas difieren bastante cuando se trata de explicar tanto la guerra civil que enfrentó a Huáscar y Atahualpa como el origen natal de este último. Algunos historiadores peruanos afirman que Atahualpa había nacido en Cuzco de una princesa inca. Para los ecuatorianos hay más controversia, algunos creen que nació en Cuzco y una gran mayoría que lo hizo en Quito. 

Independientemente del lugar donde nació Atahualpa, sabemos que Huáscar era el primogénito. Sin embargo, en la sociedad inca, la primogenitura no era un derecho para alcanzar la jefatura, más bien tenía que ver con la personalidad, las virtudes y la capacidad de mando. En ese sentido los historiadores nos muestran a los dos contendientes con personalidades totalmente opuestas.

Las fuentes ecuatorianas tildan a Huáscar de timorato e incapaz de emprender empresas militares de expansión. Es violento, envidioso y no duda en ejecutar a aquellos que apoyan a Atahualpa, por ello ultraja a su madre y tortura a su tío. Atahualpa en cambio es de espíritu activo y emprendedor. A la muerte del inca Huayna Cápac, el gobernador de Quito, Atahualpa, manda a sus mensajeros con presentes de felicitación para el nuevo inca Huáscar, este los manda ejecutar y declara la guerra a Atahualpa, al que califica de rebelde y de conspirar para obtener el poder absoluto.

Para los peruanos, Huáscar representa no solo la legalidad, sino que posee las cualidades y condiciones indispensables para el gobierno del imperio inca. Curacas y nobleza cusqueña le rinden pleitesía. Atahualpa es hijo bastardo de Huayna Cápac y aunque aquel inicialmente  jura lealtad a su hermano, muy pronto conspira para hacerse con el trono. El de Quito toma las armas en un golpe de estado contra el poder legalmente constituido y el usurpador y "golpista" vence en la contienda. Atahualpa es cobarde, conspirador y usurpador y cuando llegan los españoles intenta utilizar los mismos métodos para someterlos a ellos.

La guerra entre ambos aspirantes condujo a una crisis política en el Tahuantinsuyo y hubo episodios de crueldad en ambos bandos. Finalmente Atahualpa logró tomar ventaja sobre Huáscar al que capturó, encerró y luego ejecutó.

Mientras tanto, los españoles que habían desembarcado en la costa sur, se hallaban desesperados buscando un oro que no aparecía. Pizarro supo que en el norte se hallaba el nuevo inca al frente de un numeroso contingente. Los españoles desconocían por completo cual sería la reacción de un Atahualpa pletórico, tras sus recientes victorias. No obstante, el conquistador se arriesgó y decidió salir al encuentro del nuevo inca.

Sobre la reacción del inca al conocer la llegada de Pizarro, sabemos que el quiteño estaba tan confiado y eufórico que creía que podría dominar a los españoles a su antojo. Así que ideó un plan para capturarlos y matarlos.



CAJAMARCA


Desconocedores de las intenciones del inca, los españoles habían iniciado su camino hacia el encuentro de Atahualpa. Ya en 1532, Pizarro había fundado San Miguel de Tanará. Entre los porteadores indígenas que escogió para la expedición se hallaba un "orejón", miembro de la élite inca que se había camuflado entre los trabajadores, para espiar al contingente hispano. Cuando fue descubierto, Pizarro le trató con los honores dignos de su posición y le mandó de vuelta a su rey con un mensaje de paz y solicitud. Pizarro deseaba entrevistarse con el inca y esperaba que este aceptara su propuesta. 

Cuando Atahualpa supo de la llegada de los españoles y  sobre los caballos que traían, decidió que mataría a todos los soldados y les arrebataría todas sus monturas. Solo dejaría vivos a tres españoles que servirían para enseñarles todo lo relacionado con la cría de los equinos. Con este despliegue de fuerza, el inca pretendía demostrar a su pueblo su condición de hijo del Sol. Atahualpa sabía que los españoles no eran dioses pues sangraban, enfermaban y morían, por tanto se les podía matar. Y si es que el pueblo les tenía por divinidades, tanto mejor, pues el inca podría erigirse ante su pueblo como vencedor de dioses y por tanto ser reconocido como un auténtico ser supremo.

Confiado en la superioridad de sus huestes, Atahualpa hizo cercar a los españoles en los montes y cerros aledaños al campamento hispano. La visión de las miles de fogatas de los campamentos indígenas que los soldados españoles contemplaban durante la noche y la algarabía de miles de guerreros les hacía encoger el corazón y orinarse encima del miedo. 

Pizarro no se amilanó y haciendo uso de su gran oratoria y verborrea animó a sus soldados para que dieran “muestras de coraje como tenían costumbre como buenos españoles que eran”.

Durante su camino al encuentro del inca, multitud de emisarios indígenas ofrecían regalos a los españoles. Los oficiales aconsejaban a los soldados a no comer ni beber nada que viniera de su posible enemigo. 

Inexplicablemente, Atahualpa no atacó e invitó a los españoles a instalarse en la ciudad de Cajamarca . Algunas fuentes creen que el inca estaba tan confiado en su superioridad numérica y militar que pretendía acabar con los españoles en la propia ciudad, ante los ojos de su pueblo. Sin embargo, todo le iba a salir mal al inca. 

Al llegar a Cajamarca el 15 de noviembre de 1532 y estudiar el terreno, Pizarro fue consciente de que se encontraba en una ratonera donde había más de 30000 guerreros que podían echárseles encima en cualquier momento. El conquistador decidió asentarse en la plaza  de la ciudad que estaba desierta y cuya fortaleza ofrecía seguridad, al contar con solo dos entradas entre los edificios. Pizarro necesitaba posicionar en clara ventaja a sus soldados ante un eventual ataque inca. Artillería, caballos, arcabuces, todo estaba listo y preparado para ejecutar un osado plan que derivaría en la captura de Atahualpa.


CAPTURA DE ATAHUALPA


Pizarro estaba seguro de que Atahualpa atacaría aquella misma noche, así que había que adelantarse a sus movimientos. Enterado de que el inca se hallaba en los baños termales de Pultamarca, lugar de recreo muy cerca de Cajamarca, mandó a su hermano Hernando con una pequeña escolta a entrevistarse con Atahualpa e invitarle a cenar con el capitán.

 Ya en la plaza de la ciudad, Pizarro envió 15 hombres -entre ellos, Soto y Hernando Pizarro- a saludar a Atahualpa. Tras el telón, un minúsculo grupo de expedicionarios (175 hombres) aislado tierra adentro, incomunicado de sus compatriotas e imposibilitado de recibir su apoyo y Atahualpa, ya Inca, con un poderoso y entrenado ejército de más de 40.000 hombres.

Cuando tuvo lugar el encuentro entre Hernando Pizarro y el inca, el altivo hijo del sol tenía la cabeza mirando al suelo y ni siquiera levantó la vista una sola vez para dirigirse a su interlocutor. Sus palabras pasaban antes por un principal suyo y no de forma directa. Los españoles por su parte tenían dos intérpretes, Felipillo y Martinillo, dos jóvenes indígenas que habían sido raptados de niños y criados posteriormente en España para servir de traductores. Prevenidos ante un posible ataque, los españoles se mantuvieron en las monturas durante toda la conversación.


Atahualpa declinó el ofrecimiento, alegando que ya era tarde para acudir al campamento español pero que con gusto iría a comer al día siguiente.  Hernando volvió al improvisado campamento e informó de todo a su hermano.

Mientras los Pizarro conspiraban para lograr la captura del inca, Atahualpa no perdía el tiempo y ponía en marcha su propio plan. Acudiría al campamento hispano aparentando ir en son de paz y luego caería sobre los españoles en una emboscada con su innumerable ejército. El inca estaba tan seguro de su victoria que osaría entrar en vanguardia con miles de siervos desarmados y capturaría a los desdichados hispanos con las manos desnudas.

Al día siguiente Atahualpa junto a un enorme número de siervos y otros tantos miles de guerreros entraba en la plaza de Cajamarca. Durante el trayecto,  iban los indios "quitando las pajas del suelo y barriendo el camino".

El primero en acercarse al inca fue el fraile Vicente de Valverde, que tras leerle el  "Requerimiento" y hablarle del rey, de Cristo, la Biblia y brindarle su amistad,  se acercó al inca y le ofreció la Biblia, invitándole a convertirse al cristianismo y a aceptar la palabra de Dios. Atahualpa examinó el libro y tras rechazar las imposiciones, acusar a los españoles de haber robado y saqueado sus ciudades y defender su cultura, arrojó la Biblia al suelo. 

El religioso montó en cólera al ver el libro sagrado en el suelo y clamó venganza. Entonces salió Pizarro espada en mano y dio la señal de ataque. 

Lo ocurrido en Cajamarca fue una auténtica masacre. La soberbia y altivez de Atahualpa le llevó a un final trágico. Unos 50 jinetes españoles se lanzaron sobre los guerreros y una multitud presa del pánico que, al intentar huir provocó una avalancha que hizo fallecer a cientos de personas. La espadas en ristre, el bombardeo de la artillería, las poderosas alabardas y los disparos de los arcabuces pusieron en jaque a un  ejército inca que nada pudo hacer mas que intentar salvar la vida. Acompañado de 20 soldados, Pizarro aniquiló a la guardia personal de un aterrado Atahualpa. El inca había subestimado el poder de destrucción español y ahora estaba comprobando en primera persona  la capacidad aniquiladora de las armas hispanas.  


La soberbia de Atahualpa y una mala estrategia acabó por condenarle a él y su pueblo en la ciudad peruana de Cajamarca.


Tras media hora de caos y destrucción, 3000 cuerpos sin vida yacían en la plaza de Cajamarca y casi 40000 guerreros habían sido puestos en fuga. 



JUICIO Y MUERTE DE ATAHUALPA

La victoria española en Cajamarca no supuso ni mucho menos el total sometimiento del imperio inca a los intereses de la corona. Todavía quedarían muchas batallas por librar. Pizarro se sentía eufórico tras la captura de su prisionero más preciado. Atahualpa mientras tanto y a pesar de su nueva condición de cautivo, seguía manteniendo su estatus y desde su prisión recibía a la nobleza y despachaba los asuntos de Estado. También tenía acceso a sus mujeres y no estaba privado de lujos. El inca y Pizarro mantenían animosas conversaciones a menudo. En una de estas charlas, Atahualpa prometió al conquistador una estancia de oro y otras dos de plata si le dejaba libre. Francisco Pizarro aceptó y al poco comenzaron a llegar ingentes cantidades de oro y plata. El botín obtenido fue  algo más de 1,300,000 pesos, que al cambio de hoy, con el valor actual de los metales supondría unos 220 millones de euros. Pero si calculamos lo que supondría para la economía del siglo XVI, estaríamos hablando de más de ¡550,000,000,000! de euros. 

En este punto han sido muchos los peruanos que han reivindicado una indemnización por parte del gobierno español a causa del expolio y robo a los que fueron sometidos por los conquistadores. Olvidan que el tesoro prometido por Atahualpa a los españoles fue obtenido del mismo modo, con expolio y robo que el mismo inca mandó cometer contra su propia gente. Reivindicar una compensación por un expolio que se cometió hace 500 años es tan absurdo como si España reivindicara a los romanos, musulmanes o visigodos la devolución de todos los metales preciosos que explotaron en nuestras ricas minas y que actualmente ascendería a una riqueza y valor inimaginable.


Sobre estas líneas "cuarto del rescate". Esta estancia fue colmada del oro y la plata que pagarían la liberación de Atahualpa.

Tras cumplir con lo prometido, Atahualpa creyó que su cautiverio tocaba a su fin. Pero Pizarro se retractó y decidió acabar con la vida del inca. Para justificar la ejecución de Atahualpa, Pizarro decidió darle un carácter oficial con la celebración de un juicio en el que se constituyeron procuradores, escribano y juez. El juicio se celebraría de acuerdo a las leyes de Castilla. Las acusaciones principales fueron las de practicar la idolatría, la poligamia y de haber matado a su hermano Huáscar. Sin embargo, todo fue un "paripé" por varias razones: 

Atahualpa nunca estuvo presente mientras se celebraba el proceso.

De acuerdo con las leyes que ellos mismos invocaban no tenían jurisdicción sobre el penado y le imputaban delitos que ellos no podían juzgar.

Pizarro carecía de toda autoridad para erigirse en juez. 

El tribunal actuó en contra de las propias leyes de Castilla ya que la parte acusadora actuaba también como juez y el reo nunca tuvo la oportunidad de defenderse.

Atahualpa era rey y como tal solo podía ser juzgado por Carlos V, por tanto debía ser remitido a España.

Los cargos imputados eran absurdos. Las acusaciones de idolatría o poligamia no tenían lugar ya que correspondían a las leyes del Tahuantinsuyo y las leyes de Castilla no tenían jurisdicción sobre las creencias de los pueblos ajenos a España. Es más, respecto a la poligamia, el tribunal actuaba con hipocresía ya que muchos españoles se habían acostado con numerosas indígenas y violentado a las vírgenes del sol. 

Todas estas razones defendían los que intentaban evitar que el inca fuese ejecutado injustamente. De hecho, la mayoría de los oficiales españoles creían que Atahualpa era inocente. Sin embargo, luego no fueron lo suficientemente valientes para evitar la ejecución del inca. 

El 26 de julio de 1533 los oficiales decidieron el ajusticiamiento del inca. Para su ejecución se había dispuesto que se le quemara en la hoguera por idólatra. El inca resignado a su suerte asignó el cuidado de sus hijos a Pizarro. Luego, tras ser convencido por el clérigo para que recibiera los santos sacramentos para no morir en pecado, se bautizó y en lugar de la hoguera se le ejecutó por garrote vil.




A atahualpa se le conmutó la ejecución en la hoguera por el estrangulamiento. 

Toda europa se escandalizó por el juicio y muerte del soberano inca. Incluso Carlos V censuró a Pizarro por dichos actos.

Pizarro no viviría una vida próspera y larga para disfrutar de las riquezas atesoradas durante la conquista. Al poco tiempo llegarían las disputas y las guerras civiles entre los mismos conquistadores. Enemistado con Diego de Almagro, Pizarro fue asesinado en su casa de Lima el 26 de junio de 1541 por varios almagristas. 


CAUSAS QUE EXPLICAN LA VELOCIDAD DE LA CONQUISTA

El Imperio Inca era una construcción relativamente nueva. Desde la Ciudad-Estado de Cuzco, los caciques locales habían comenzado su expansión, sometiendo a la región andina de Perú hasta llegar a la zona del actual Ecuador. Bolivia, Norte de Chile, Noroeste Argentino y, por fin, Huayna Capac, padre de Atahualpa lograba la sumisión de otras tribus más al norte. Ya en su mandato se habían producido algunos levantamientos, pues el entramado de reinos no había sido asimilado por completo. Las zonas del norte (Quito) serían las más reaccionarias.

La estructura rígida y centralizada del Estado. El inca era asistido por una élite de nobles (orejones) y un grupo de dirigentes locales (curacas), que constituían la autoridad suprema en las aldeas. En esas aldeas se organizaba la propiedad y el trabajo a partir de clanes familiares llamados ayllus. El inca disponía de gran cantidad de propiedades y trabajadores. La férrea división de trabajo, la rígida estructura jerárquica, la estadística y contabilidad precisas, la red de comunicaciones y guarniciones, eran la base del organigrama social, así como la imposición de un idioma único, el quechua. Estos factores de unión fueron aprovechados por los conquistadores tras tomar el poder.

Las divisiones. En un primer nivel fueron las producidas entre el centro y la periferia, para después añadir las surgidas por la sucesión de Huayna Capac, que dio lugar a la guerra civil entre Huáscar, primogénito y apoyado por la nobleza de Cuzco, y Atahualpa, hijo predilecto del inca y apoyado por los nobles de Quito. Esta guerra sería aprovechada por los conquistadores para entrar en Cuzco como libertadores de la opresión de Atahualpa.

Conviene destacar la profecía inca de Viracocha, factor mágico-religioso que jugó a favor de los europeos. En la profecía se decía que durante el reinado del  inca Atahualpa, unos hombres desconocidos, venidos del mar, destruirían el imperio. Así, considerados como viracochas, hijos del creador divino, fueron recibidos por Atahualpa.

También en el orden religioso, el Inca, hijo del Sol, era hombre-dios y sacerdote, garantía del sistema cósmico inca. Su derrota y desaparición supuso  la destrucción del orden general para los incas.